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Humaredas perdidas, espías despistados

Por 2 de febrero de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Rioyo

Hubo un tiempo en que los espías eran profesionales serios que se movían entre humos y nieblas. Usaban sombrero, gabardina y gafas de sol. Se movían por garitos, barras y parrillas con rubias teñidas. Eran los años del frío y los cigarrillos. De guerras y posguerras, de canciones francesas y ásperos poemas. Los conocimos por el cine negro, por la novela negra y por algunas fotos en blanco y negro. Los mejores eran personajes de ficción que escribían unos ingleses fumadores y bebedores. Cambiaron los tiempos y se pasaron al blazer, la pierna larga, la mansión con piscina, los coches deportivos, los dry martinis y el mundo en tecnicolor. Dejaron de fumar. Y dejaron de interesarnos.

Nuestros espías son de calderilla, capaces de beber agua y cerveza sin alcohol. Nada que ver con aquellos de antaño

Este regreso del espía a la española, con esa variante a la madrileña -como los callos-, nos ha pillado con menos humos, con menos ceguera en nuestros ojos. Y así, mirados de uno en uno, son como polvo, no son nada. ¿O será que tenemos los espías, los tránsfugas, los políticos que nos merecemos? De aquel asalto al poder, estos líos.

Han venido de la nada y están dispuestos a llegar al fondo de la miseria. Nuestros espías -o de quien sean- están más cerca de los esperpénticos ladrones de Atraco a las tres que de cualquier personaje surgido del frío. Espías de calderilla, capaces de beber agua, azucarillos y cervezas sin alcohol. Perseguidores cara al sol, sin un poco de niebla que llevarse al informe. Funcionarios vigilantes que van a misa con sus vigilados, que no se aclaran, que no saben, no contestan, ni quiénes son los suyos, ni que ese cura no sea su padre. ¿Qué quieren los espías españoles de ahora? ¿Qué tabaco fuman?

Nada que ver con aquellos espías de antaño. Con aquel elegante, inquietante, silencioso, seductor, cosmopolita y matador que se llamó Ramón Mercader. Ni con su madre, la llamaban Caridad, aunque otros nombres la ocultaran. Ni con la pandilla de alegres espías españoles y estalinistas de antaño. Edad de oro del espionaje en tiempos de guerra. Espías de todas clases, de todas las ideologías o de todas las patrias. Y de ninguna patria. De la patria del que paga. La patria del que seduce, fanatiza, somete, amenaza y manipula. Tiempos en que la traición era un arma común del espionaje. Espías discretos o indiscretos. Como Carlos Sentís, el último testigo. Cuentan que una vez estaba en alguna labor para el franquismo y le reclamaron en un hotel del sur francés: "L’espion espagnol: au téléphone". Era un oficio digno. No vergonzante. Elegidos para una gloria oscura. Honrados traidores que mantenían el estilo hasta en sus vicios. Les recomiendo vivamente la lectura del último número de la revista Litoral, dedicada al placer del humo, del buen fumar. Un tiempo en que espías y espiados podían presumir de sus vicios. Como decía Machado: "La ausencia de vicios añade bien poco a la virtud".

Publicado el domingo 1 de febrero de 2009.

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Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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