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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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AYALA Y LAS ILUSIONES PERDIDAS

 

 

 

 

Tengo la suerte de frecuentar a Francisco Ayala. El rodaje de un documental sobre su larga vida que estoy realizando en compañía de Luis García Montero y con la presencia de Carolyn Richmon, su mujer, su compañera desde hace décadas, ha sido el motivo de acercarnos hasta su casa, compartir algunos whiskies, hablar de sus recuerdos e i intentar que no nos habite el olvido. Hablamos de su memoria de las cosas, las gentes, la historia, el cine, de la cultura de un siglo. Una suerte, un raro privilegio poder compartir con el escritor, con el pensador Ayala, su lúcida manera de mirar atrás para poder entender el presente.

El placer de hablar con un español ni nostálgico, ni sentimental. Francisco Ayala, nuestro contemporáneo. Una rara suerte porque ya fue contemporáneo de la generación del 27. Estudió, se enamoró y se casó en el Berlín de entreguerras. Celebró la República. La rebelión franquista le pilló en Argentina, voluntariamente regresó para servir a la España leal. Durante la guerra colaboró en servicios de inteligencia para la defensa de la República. Sufrió en su propia familia- una familia tradicional, burguesa, liberales unos, conservadores otros- la crueldad de los vencedores. Su padre y uno de sus hermanos fueron fusilados. Ayala, derrotado, no vencido fue uno más de los exiliados. Profesor, editor y traductor en Argentina. Mantuvo su independencia e hizo crecer su obra literaria y ensayística. Brasil, Puerto Rico, Nueva York o Chicago fueron otras de las patrias de este granadino, este español cosmopolita. Un hombre libre que desde los años sesenta, silenciosamente, sin ocultamientos ni concesiones, compartió su vida y su trabajo en Madrid y Nueva York. No regresó definitivamente hasta la muerte de Franco. Sin banderas, pero con convicciones, con su particular manera de estar en la tierra, desde su independencia creadora, su vida y su obra son una lección  de libertad. Un camino poco transitado en nuestra literatura, en nuestro pensamiento. Un ejemplo que nos sigue ayudando para nuestros propios pasos por esta tierra.

 

VIAJE AL MONASTERIO DE LAS HUELGAS

 

Quisimos visitar el lugar del crimen. No quiso acompañarnos Francisco Ayala. Un viaje algo largo para sus cien años. Aunque no es esa la verdadera razón. Más lejos está Granada y hasta allí, hasta los lugares de su infancia y adolescencia, nos acompañó el centenario escritor. No quería volver a Burgos, al Monasterio de las Huelgas, porque fue allí dónde asesinaron a su padre. Dónde detuvieron a sus hermanos- uno, Rafael, fue ejecutado al final de la guerra-,  murió su madre y dónde una familia razonablemente feliz quedó destrozada por la barbarie. El padre, don Francisco Ayala, por intermediación de su hijo Paco, consiguió el puesto de Administrador del Monasterio, que con la llegada de la República pasó de la administración de la Casa Real a la administración del gobierno. No era el padre de Ayala un hombre progresista, ni siquiera republicano; era un hombre conservador, católico y dialogante. Un hombre bueno. Un empleado octogenario que sigue viviendo en las dependencias del monasterio, un trabajador que creció a la sombra de ese lugar central de la historia de Castilla, de España, recuerda con mucho agradecimiento los años de administrador del padre del escritor. Le concedió vivienda gratuita. Vivienda en la que años después, por decisión de la madre abadesa, tuvo que pagar alquiler.

Cuando los franquistas tomaron el Monasterio, en los primeros momentos de la sublevación, detuvieron a la familia Ayala. Encarcelados en el cercano Hospital Real, con la acusación sobre el padre de ser funcionario de la República. La tragedia se precipitó. Apenas unos pocos días la pequeña hija, Mari, tuvo que llevar la comida al padre. Muy pronto avisaron que ya no era necesario que llevaran más alimentos. El padre había sido fusilado. La familia, rota, huida, encarcelada o abandonada.

En ese retorno al monasterio, al lugar del crimen, nos acompañaron la hermana pequeña, Mari, y la hija de Ayala, Nina. Mari, que fue la adolescente que allí se quedó sin padre, sin familia, nunca había regresado. Nina no conocía el monasterio. La emoción era grande, los recuerdos volvían, pero los Ayala, saben contener sus sentimientos. Quizá una gran virtud. O una manera de supervivir sin mirar hacia atrás sin ira.

El lugar sigue siendo impresionante, conserva la historia de muchos siglos, fue símbolo del poder de la iglesia y del sometimiento de los gobernantes al poder religioso. Ahora es un símbolo del pasado. Aunque sigue siendo el principal monasterio de formación de abadesas, las vocaciones ya no son lo que fueron.

 

CUATRO AÑOS DESPUÉS

 

A falta de unos meses para sus 104 años, ha muerto Francisco Ayala, su amor a la vida, su amor a Carolyn,  a su familia de los exilios y desexilios, a unos pocos amigos, a bastantes libros, algunos vinos, buenos whyskies le han acompañado hasta el final de sus trabajos y sus días. Tampoco le faltaron  muchas discusiones, ironías educadas, ilusiones perdidas, recuerdos contados, vidas dignas, olvidadas muertes de perro y placeres cotidianos de un ciudadano universal, de Granada y Madrid. Un español atípico. Como atípica fue su obra que supo mantener su independencia, su originalidad así que pasaran cien años. Y casi cuatro. Lo echaremos de menos.

 

 

 

 



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3 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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UN ACTOR ESPAÑOL

 

Se parecía al país. Me refiero a esa España, aquella y un poco ésta. No era alto, ni guapo, ni valiente. No es fácil ser más tópicamente español desde por nombre, apellido o aspecto. Un español del pasado que felizmente no será ya el que fue.

José Luis López Vázquez es la representación mejor terminada de un español que supo supervivir disimulando. Podía haber sido un pelotilla de ministerio, un siervo simulador, un medico de provincias, un tapado republicano o un facha sin demasiado correaje. Un superviviente, un rijoso simulador o un hombre cerrado en el armario de sus secretos. Y un falso amigo, admirador o siervo. Un hombre que fue mejor actor que pensador, mejor ficción que realidad. Tal cómo fuimos.

No podía ser un galán pero ha sido imprescindible en lo mejor de nuestro cine. Sin olvidarnos del teatro y de historias de la televisión de tiempos pioneros. López Vázquez, capaz de estar bien en el cine de Ozores o en las más crípticas películas de Saura, un actor que fue capaz de que Chaplin o Cukor se fijaran en él.  Nunca se atrevió. Hizo bien, allí ya estaban Lemmon o Mathau. El era el hombre perfecto para la España berlanguiana que se parecía a la verdadera España. Siempre estamos cerca de nuestra imagen deformada. De nuestro esperpento.

Unas cuántas veces coincidí con él. Hablamos poco. Yo creo que tenía una perpetua desconfianza o una educada reserva. Era un gran actor. Lo que no quiere decir que fuera tan grande en otras actividades o cualidades. Era, cuentan, un hombre muy preocupado por el dinero. Sobre todo por la carencia de dinero. En la lista de los "roñosos" siempre ocupará un privilegiado lugar.

Una vez esperaba que se publicara una entrevista suya en "ABC". Haciendo una excepción, en un descanso de rodaje, compró el periódico. Se decepcionó porque la entrevista se había convertido en una corta información y sin foto. Una inversión inútil. Un compañero le pidió prestado el periódico. López Vázquez- viendo una salida digna para recuperar su inversión- se lo ofreció en propiedad por cincuenta pesetas. La mitad de su precio y ¡casi sin usar!

Los actores, incluso tan geniales, también son esos económicos seres humanos.



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2 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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DE JURADOS Y PREMIOS

 

Hace unos días hablamos de una novela de amor y estación, "En Grand Central Station me senté y lloré". Y hace unos meses de otra novela de estación sin amor, esta vez una extraña estación de algún lugar de este país, en algún tiempo pasado, "La paradoja del interventor", las dos novelas- de Elizabeth Smart y de Gonzalo Bayal- me conmovieron e inquietaron por razones muy diferentes. El tren, las estaciones, esos espacios de viajes, llegadas, retornos, salidas y caminos que nos hacen llegar de algún lugar a otra parte, incluyendo ninguna parte, siguen siendo uno de los espacios más necesarios de la literatura. Y del cine, el teatro, la pintura, la fotografía y toda propuesta artística que nos permite  viajar con la realidad y con la imaginación. Una manera de profanar los lugares que nunca conocimos.

Ahora, desde Valladolid, y después de un viaje en tren a Madrid para discutir sobre los poemas y las prosas del premio literario mejor dotado de los nuestros- quince mil euros para un cuento, lo mismo para un poema, primeros de los llamados "Premios del tren"- me vuelto las ganas de viajar en tren. De leer y mirar historias desde el tren. Nos pusimos de acuerdo, después de discrepancias, descalificaciones y otras peleas entre salvajes domesticados, entre detectives dispersos de la prosa y el verso que componíamos el jurado de éste año. Conseguimos consenso, llegar a los premios y no terminar ni cautivos, ni desarmados. El consenso es la victoria de un jurado. Me gustó premiar al querido y conocido narrador Luisgé Martin. Y recuperar para mi particular nómina de poetas a uno apenas conocido y ya muy apreciado.

No recuerdo las bases, pero no creo que les moleste a los autores, editores, agentes y otros ángeles de la guardia, y la vanguardia,  de nuestras letras si reproduzco algo de las obras ganadoras. Reproducir, por ejemplo, los primeros versos ganadores de un poeta que nos llegó de El Salvador. Se llama Jorge Galán, conoció otros premios, otras ediciones entre nosotros, pero esta feliz lotería, este machadiano premio nos acercará mejor a esa forma  belleza y dureza, esas vidas que tienen que soportar nieblas, historias de trenes lejanos que se nos cuentan en el poema "Los trenes en la niebla":

 

"Los trenes salían de la niebla. Me dejaban atrás. Yo era su pasado

más inmediato. Entonces vivía al final o al inicio de lo que llamábamos horizonte

y veía subir y bajar a tantos que aprendí a saber quiénes no iban a volver más.

No puedo decir que se los veía en los ojos ni que algo les cubría

Pero aprendí a distinguirlos como se distinguen los vivos de los muertos,

cuando el frío hace que no nos queden dudas.

Sé que nací un noviembre en una época donde aún existían las cartas de amor.

Ese día era otoño en alguna parte, pero acá era invierno con lluvias.

Yo se que a nadie interesan estas cosas, pero ese año,

el último día de diciembre, a medianoche, mi madre y la familia

de mi madre esperaron en el patio trasero, sentados a la mesa,

la caída del tiempo de los hombres. Pero nada pasó, les habían mentido,

las escrituras no cumplieron su promesa, ni una figura

emergió de las nubes ni se escuchó campana alguna ni trompeta.

Decepcionados, caminaron a través de una línea de tren hacia la oscuridad..."

 

Así empieza el largo, y hermoso, poema de Galán. Un poema que consigue que un jurado de dispersos gustos nos pongamos de acuerdo. Esta tarde decidimos otros premios en otro jurado.¡Esta rareza de tener que "juzgar", premiar o castigar obras que otros hicieron! De las veinte películas a concurso en la sección "Tiempo de Historia", la sección oficial de documentales, solo podemos premiar tres películas. No será fácil. El cine documental goza de buena salud. Y yo tengo tendencia a dudar. Mañana despejaremos las dudas.

 

  



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30 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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NUESTRO CINE FRANCÉS

 

 

 

Una semana de cine en Valladolid. Sobre todo viendo cine documental. Viendo miradas a la realidad y sus interpretación. Películas sobre la historia reciente, el pasado que todavía nos sorprende y el presente que  no deja de sorprendernos. En otro momento, cuando los premio se hayan dado hablaré de lo mejor de ese cine en el Festival. Soy jurado y no debo hacerlo ahora.

Pero en las calles vallisoletanas, desde grandes carteles nos atraca la seducción del cine que nos hizo cambiar. Hay quién está marcado por guerras, postguerras, dramas, viajes, familia o religión; yo estoy marcado por el cine de la "Nouvelle Vague". Su cine, sus guiones, sus actores, sus fetiches, sus discursos fueron mi cine. Nuestro cine, mucho más que el español. Berlanga y Buñuel vinieron después. Antes llegó ese aire de París que nos llenó de deseos de libertad y modernidad.

Nosotros quisimos ser Jean Paul Belmondo besado por Jean Seberg. También fuimos los dos novios, Jules y Jim, de Jeanne Moreau. Y crecimos acercándonos al espíritu de nuestro amigo Antoine Doinel en el cuerpo de Jean Pierre Léaud. Somos los adolescentes que crecimos con la "Nouvelle Vague". Y éramos jóvenes y atrevidos, nos habiamos paseado por el Barrio Latino, fumábamos como si estuviéramos al final de alguna escapada. Teníamos veinte años y nuestros amores se llamaban, también, Catherine Deneuve, Francois Dorleác, Delphine Seyrig, Brigitte Bardot, Anna Karina, StéphanneAudran, Anouk Aimée y otras cuantas que no se enteraron de nada.

Por eso las tuvimos que engañar con otras. Pero esa es otra lista, otro documental.

Si alguien quiere amar el cine. Y amar los hombros, los ojos, la boca de Jean Seberg que vuelva al cine de la Nouvelle Vague. Si lo que quiere es elegir entre los pechos o los pezones de Brigitte Bardot, que vaya a la misma ola. Si lo que quiere son hombres el catálogo es plural, desde los ingenuos a los brutos como Eddy Constantine. Y que busque entre esos críticos que se pasaron a la dirección que son nuestros amigos de por vida. Gracias a Godard, Truffaut, Rohmer, Chabrol, Malle, Resnais, Vadim, Eustache, Rouch, Marker, Garrel, Rivette y otros.

Cine tan vivo, tan deseado y deseante como los labios de Jeanne Moreau.

Merci.



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26 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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EN DEFENSA DE LOS OCIOSOS

 

 

Casi nunca estoy ocioso. Estoy leyendo. Escribiendo. A veces pensando, bebiendo, hablando. Incluso haciendo otras cosas. Pero no me recuerdo ocioso. Y me encantaría. No hacer nada. Preferir no hacerlo. Pero no estoy preparado.

 

He recibido cinco pequeñas joyas de una de esas pequeñas grandes editoriales. De esos editores que hacen los libros a mano. Que cuidan cada uno como si fueran únicos. La editorial se llama Gadir. Y ha comenzado con el muy querido Robert Louis Stevenson, el hijo del farero, el añorado Tusitala de Samoa. Son libros para llevar en el bolsillo, para lectura corta y placer largo. El de Stevenson se llama "En defensa de los ociosos". Los otros son de Pessoa, Carlo Dossi, Emerson, Gasquet.

 

La lección ética y vital, el pequeño ensayo de Stevenson recoge el diálogo de dos ingleses conocidos:

"Boswell: Estar ocioso resulta aburrido.

Johnson: Eso sucede, señor, porque como los demás están ocupados, nos falta compañía; más si todos estuviéramos ociosos, no resultaría aburrido; nos entrtendríamos los unos a los otros"

 

Y el mismo Stevenson escribe: "Estar extremadamente ocupado, ya sea en la escuela o en la universidad, ya en la iglesia o el mercado, es un síntoma de deficiencia de vitalidad; una facilidad para mantenerse ocioso implica un apetito católico y un fuerte sentido de la identidad personal"

 

Me gusta pensar en mis ratos de ocio. Ahora me tengo que escapar al sur. Vuelvo en un rato.



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22 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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UN MAL ESPAÑOL

 

 

 

 

 

 

 

 Respetadme, he crecido con el cine de Berlanga. Cada vez me parecen mejores sus películas y cada vez me gustan más, hasta las que no son obras maestras. Y si hablamos de la unión  no santificada de Berlanga y Azcona, la reverencia se agranda. Así que está claro que habrá otros cineastas en nuestro cine pero ninguno más grande y necesario que él. Buñuel aparte, no era sólo español, Buñuel era universal.

Berlanga es nuestro genio más cercano. Un señorito valenciano, burgués ilustrado, liberal pasado por las fisuras y extravagancias de la historia que le tocó vivir, de aquél siglo veinte visto desde una relajada forma de ser español. Un rico venido a menos, pero nunca derrotado. Un ser generoso, pero sin dinero para invitar. Un gentleman que se saca los mocos. Un pornógrafo cercano a la castidad. Un infiel que no pone los cuernos. Un escritor que se ha despistado cazando moscas. Un travestido que nunca se ha quitado la chaqueta. Un guarro muy pulcro. Un tierno despistado. Un perezoso trabajador. Un individualista muy sociable. Un tertuliano misántropo. Un republicano falangista. Un ácrata de derechas. Un izquierdista burgués.

Con los años, el empeño, incluso sin mucho empeño, pero viviendo de éste oficio de correveidile que elegí, me tocó o no me acuerdo como empezó esa cosa de ser periodista, uno va conociendo a mucha gente. Incluso demasiada. Una de las personas que más me complace y emociona haber conocido es a Berlanga. Me gustaría haberlo frecuentado mucho más. Haber disfrutado de su imaginación, de sus manías, de sus pasiones confesadas, de sus ocurrencias y de su peculiar vida. Hemos compartido algunas comidas, algunos cafés y cómo apenas bebe no puedo decir que algunas copas pero sí algunas sobremesas. Muchas cosas que piensa, dice y cómo las cuenta y las dice, son imposibles de reproducir porque pertenecen a su particular y caótico modo de contar y contarse. Un genio desordenado. Su cultura y curiosidad es extensa, singular y despistada.

Fue el segundo peor soldado de la División Azul, esa extravagancia que le hizo combatir al lado de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, en las heladas estepas de Rusia, en las orillas del Volkov, al lado del lago Ilmen, dónde pasó vestido de soldado y sin enterarse de dónde estaba el frente- estaba muy oscuro- y con el recuerdo de la mierda humana congelada haciendo una montaña que no le disgustaba recordar. Digo que fue el segundo pero soldado de la historia nada gloriosa- aunque con muchos pobres jóvenes muertos en medio de aquella caótica empresa guerrera- porque también a su lado estaba el peor de todos, el inolvidable Luis Ciges. Su amigo, actor en tantas de sus películas, y con unas vidas paralelas que se fueron bifurcando. Los dos eran hijos de ilustrados burgueses valencianos- más ricos los Berlanga, más ilustrados los Ciges- los dos tuvieron unos padres republicanos y los dos pensaron, que entre otras consideraciones y aventuras, el ir voluntarios a la División Azul serviría para que no persiguieran a la familia. Una española manera de ocultar el pasado, de disimular procedencia, de hacerte perdonar tu condición. A ninguno le sirvió de nada. Ni a Ciges, con el padre ya asesinado y tirado en una fosa común con los parabienes del obispo de Ávila. Ni a Berlanga, con un padre condenado a la pena de muerte, que fue conmutada a cambio de perder gran parte de la fortuna familiar.

Por todo eso, y por muchas cosas más que tienen que ver con la inteligencia y la libertad, en tiempos de Franco, Berlanga fue algo mejor que un antifranquista. Fue un mal español.

 

PD: Hoy reproduzco el texto que se publica en un libro colectivo gracias a la Mostra de cine de Valencia. Hay nuevo director, tenemos renovadas esperanzas. Si la cosa siguiera por los caminos del espíritu berlanguiano no habría políticos como esos. ¿O sí? Acaso son así para no contradecir la mirada lúcida y esperpéntica de nuestro mejor genio vivo de ese arte del siglo XX. Con algunas propinas, excepciones, en el siglo XXI. Volver a Berlanga. Uno de nuestros placeres asegurados.

He corregido una errata que cambiaba el espíritu del texto y que, lamentablemente, estará para siempre en el libro en que homenajeamos a Berlanga.



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19 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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ENTRAR POR EL TITULO

 

 

 

 

En algunas, muchas, obras literarias se entra por el título. Hay títulos que se marcan en nuestra vida lectora. Hacer ahora una lista de mis títulos requiere un tiempo que ahora no tengo. Pero desde que hace años me tropecé con esta hermosa, poderosa y emocionante novela, quedé atrapado por la belleza de su título. Un título con una melancolía que se parece a las estaciones de trenes. A las despedidas, a las soledades, a las incertidumbres de todo viaje. También las estaciones son el lugar para soñar viajes, para imaginar vidas, para inventar historias. De vez en cuando son la parada de un camino incierto. Son refugio y promesa de fuga. Un buen lugar para la alegría de recibir. Un lugar adecuado para llorar.

"En Grand Central Station me senté y lloré », escrita por Elizabeth Smart en estado de enamoramiento, es uno de los títulos más hermosos de la literatura del siglo XX. Es una pequeña joya casi olvidada, mal conocida y felizmente rescatada, con traducción de Laura Freixas, en nuestra querida editorial Periférica. Además esta novela de pasiones con lágrimas estrena nueva colección. Novela corta de una autora que vivió intensamente, que amó antes al poeta que al hombre- George Baker- y que después le escribiría ésta hermosa confesión enamorada.

Nos cuenta el editor, también novelista, Julián Rodríguez, que los textos de Smart sirvieron de inspiración a Paul Morrisey, el leader de los Smiths. Uno de los grupos más melancólicos del pop. Yo recordaba la dulzona voz de Bing Crosby, un cantante de aquella época, pero me gusta mucho más la "banda sonora" de Morrisey. Una razón más para acercarse a ésta novela perfecta para viajeros enamorados. O para estables enamoradizos.

Otro día, querida Silvie, hablaremos del suicidio. Hoy con unas lágrimas será suficiente.



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14 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Herta Müller, esa desconocida.

 

 

 

Madrid, cerca del Retiro. Doce, quizá trece, personas en una mesa. La mayoría periodistas "culturales". Convocados por los barceloneses, tan nuestros, tan suyos, de la editorial Tusquets. Sin prisas, pero sin pausas, tal como lo deseó el recordado Toni Lamadrid- y como lo quiere Beatriz de Moura, alma, corazón, presente y pasado de la editorial - nos presentaban al nuevo Director General: Pantaleón Bruguera.  Un apellido que está unido a nuestras vidas, nuestros primeros pasos como lectores. El mismo apellido de la editorial dónde leímos nuestros primeros "tebeos", nuestros primeros libros ilustrados. Y un nombre que nos traslada a la evocación de una de las novelas más populares de Vargas Llosa. Placentera cita para hablar de libros, escritores, futuro editorial y convivencia con el libro electrónico, sus bondades y sus incertidumbres.

Y nos enteramos del nuevo premio Nóbel de Literatura. La sorpresa de cada año, precedido por el paseo  por los habituales candidatos perdedores, la sorpresa de una liebre que nos despista y la confirmación de la imprevisible- o casi- de los ganadores de éste premio tan importante, tan discutible. Alegrías literarias, como el año que premiaron a Coetzee, que conviven con sorpresas "extra literarias" como el año que premiaron a Darío Fo. La historia del premio tiene luces y sombras mucho más sorprendentes. Y llegó el nombre de Herta Müller. Ninguno, ni uno de mis queridos compañeros, de los máximos responsables, madrileños, de la difusión cultural había leído ningún libro de Müller. Estaba perdida en ediciones de hace años, descatalogada y apenas viva en dos de sus libros editados por Siruela: "El hombre es un gran faisán en el mundo" y "En tierras lejanas".

Nos reconocimos en nuestra ignorancia, nos congratulamos en el cercano placer de poder acercarnos a territorios imprevistos, ignorados, olvidados y seguramente muy enriquecedores. El año pasado el premio fue para la excelencia de un escritor francés: Le Clézio. Novelista con mucho más "foco" que Müller, editado por Tusquets entre otros, y que consiguió pasar de la casi nada a tener unos miles de lectores. Gracias al Nóbel.

Después de la reunión, de nuestro reconocimiento público de la ignorancia literaria de la escritora rumana/alemana, me propuse comenzar la lectura de alguna obra de Müller. Inútil intento, no tuve suerte. Descatalogada, olvidada, perdida en las nebulosas de un mundo tan complicado como la es la vida de un libro en nuestras editoriales, en nuestras librerías. En algunas parece que quedaba algún libro que desapareció por algún lector más rápido que yo. Nada raro. Mañana, hoy, intentaré hacerme con algún libro de Herta Müller. Me gusta que los premios sirvan para descubrirnos parte de nuestras ignorancias. Son muchas y no tienen fondo.

 



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9 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Escolios de un deslumbrante desconocido

 

 

 

No suelo cumplir las promesas pero hoy me siento un traidor a mí mismo y cumpliré una que por aquí dejé comprometida hace unos días. Cité un escolio de Nicolás Gómez Dávila. Ilustre desconocido para el crítico José Miguel Oviedo- uno de los pocos que señaló su importancia- e ignorado para casi todos. Repetidas gracias sean dadas a la editorial Atalanta que nos acerca a éstos pensamientos críticos de un colombiano culto, enciclopédico, voraz lector y minucioso escritor. Uno de los más extravagantes e indefinibles escritores, "el solitario de Dios" como lo define Franco Volpi en su prólogo tan esclarecedor para conocer mejor al raro Gómez Dávila.

La "biblioterapia" como forma de vida. La inteligencia como arma contra toda modernidad. Al margen de la democracia- "solo la muerte es demócrata"- reaccionario con rasgos de aristócrata liberal, creyente, católico- "el catolicismo es mi patria"- tan lejos de nosotros y sin embargo tan cerca. "Los hombres son menos iguales de lo que dicen y más de lo que piensan". Desde hace días es mi lectura de cada noche. Como la oración de cuando fuimos pequeños.

De él ha dicho Àlvaro Mutis que es "un territorio celosamente conservado en la penumbra. Y Gabriel García Márquez, refiriéndose a sus diferencias irreconciliables, casi lamentándose de sí mismo: "Si no fuera de izquierdas, pensaría en todo y para todo como él". Y Junger, otro admirable raro del siglo XX, dijo que era "una mina para los amantes del conservatismo". Creo que es una mina para todos. Al menos para los que aún sean capaces de dudar. Creo.

Aquí algunos de sus escolios:

 

"Los Evangelios y el Manifiesto Comunista palidecen; el futuro está en poder de la Coca- Cola y la pornografía"

"Las ideas confusas y los estanques turbios parecen profundos"

"La idea inteligente produce placer sensual"

"El placer es el relámpago irrisorio del contacto entre el deseo y la nostalgia"

"La posteridad es cena de pocos invitados.

Con pocos anfitriones"

"El optimista acaba viviendo de mal humor"

"Errar es humano, mentir democrático"

 

"Escribir corto, para concluir antes de hastiar"

 

 



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6 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El oficio de editor

 

De manera difusa recuerdo cómo me llegó aquel libro, "Detalles", de Hans Magnus Enzensberger, el principio de una gran amistad. La colección se llamaba, se llama todavía, "Argumentos", y el editor, Jorge Herralde. La fidelidad, la relación con "Anagrama", continúa cuarenta años después. Sin duda una de las más duraderas de mi vida. Decía adiós a la adolescencia, sin despedirla del todo- de vez en cuando volvemos a ser aquél domesticado rebelde que un día fuimos- y nos marcó el nombre de una editorial que surgió de la peculiar mezcla de afrancesamiento vía gauche divine y curiosidad por las cosas que pasaban en ese bosque animado al otro lado de los pirineos. Un lugar en dónde nos hubiera gustado crecer. Un mundo que recorría Europa como el mapa de un fantasma provocador, pasaba por Manhattan, se fumaba un canuto en California, visitaba el exilio republicano en México, volvía a los humos en Tánger, se ponía zen en Oriente y miraba el atardecer en Estambul. Un mundo que era ancho y no queríamos que fuera ajeno. Nos hacían falta libros y fugas. Lecturas y escritores. Antes habían estado Carlos Barral, la tropa de Alfaguara y algunos otros dispersos refugios. Después llegaron los bárbaros ilustrados de Alianza, las editoriales del exilio sumadas a otras aventuras que terminaron desterrando nuestro  páramo cultural.

Celebramos que hace cuarenta años llegó Herralde y no mandó parar. A su lado, vecinos de vidas y lecturas, caminaban los Tusquets, ya festejados antes del verano. Jorge Herralde ha sido, sigue siendo, el más curioso, apasionado, olfativo y esencial de los editores, el puente con turbulencias que sirvió para nuestro cruce a la modernidad lectora. No era tarea fácil. Sobre todo si recordamos que todo comenzó en oscuros tiempos de censuras y moralidades. Aventurero de una selva que nunca fue fácil por la propia inestabilidad del sector editorial en español y por la ausencia de brújulas para saber movernos en lo que se escribía fuera de nuestro pequeño mundo. Herralde supo abrir camino, superó obstáculos a golpe de intuición, empeño, pasión lectora y suerte. Una suerte que siempre le pilló leyendo. En su ayuda vinieron "La conjura de los necios" y "La hoguera de las vanidades". Al lado de Patricia Highsmith y Nabokov.

Al lado la tribu española desde Javier Marías a Vila Matas, los americanos de Pitol a Bolaño. La sorpresa de Albert Cohen y el necesario Thomas Benhard. O Sharpe y Bukowski . Kapuscinski y Magris. Pombo y Chirbes. Tabucchi y Martin Amis. Barnes y McEwan. Monterroso y Monsivaís, Gubern o David Trueba. Parejas imposibles que nos siguen acompañando muertos tan vivos como Carver, jóvenes tan brillantes como Kiko Amat.

La editorial y su navegación, sigue viento en popa, con sus embarcos y desembarcos, sus novedades a bordo, las huidas a otras naves, sus viajeros y estables. Han pasado muchas tormentas, grandes y pequeños naufragios y estamos convencidos que Jorge Herralde- en compañía de Lali- seguirá siendo uno de esos deseados puertos dónde poder desembarcar con el placer asegurado de no hacer casi nada. Al menos nada mucho más importante que leer un libro del catálogo de Anagrama.

Cuando lo conocí, gracias a Joaquín Jordá y hace veinticinco años en un bar de la calle Huertas dónde cantaba un tal Gran Wyoming, me pareció un perfecto compañero para nocturnas charlas de letraheridos de tragos largos. Un amable caballero. Una atípica imagen de editor. Y también "poco español", como alguien definió a Jaime Salinas cuando llegó del exilio al mundo de "Alfaguara".  La imagen idealizada de uno de esos editores que leen muy bien y no escriben. Ha pasado el tiempo y ya no puedo decir lo mismo, creo que son ocho o nueve libros los que ha publicado, el editor/ escribidor Herralde, el mismo que mejoró nuestras lecturas. En fin, nadie es perfecto.

Vuelvo a recordar esa frase de uno de los suyos,  Giorgio Manganelli:

"Una persona moralmente irreprochable no escribe libros"

Tampoco hace falta que seamos irreprochables. Ni tan morales. Jorge, gracias por no serlo.



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4 de octubre de 2009
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El Boomeran(g)
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