Javier Rioyo
Tengo la suerte de frecuentar a Francisco Ayala. El rodaje de un documental sobre su larga vida que estoy realizando en compañía de Luis García Montero y con la presencia de Carolyn Richmon, su mujer, su compañera desde hace décadas, ha sido el motivo de acercarnos hasta su casa, compartir algunos whiskies, hablar de sus recuerdos e i intentar que no nos habite el olvido. Hablamos de su memoria de las cosas, las gentes, la historia, el cine, de la cultura de un siglo. Una suerte, un raro privilegio poder compartir con el escritor, con el pensador Ayala, su lúcida manera de mirar atrás para poder entender el presente.
El placer de hablar con un español ni nostálgico, ni sentimental. Francisco Ayala, nuestro contemporáneo. Una rara suerte porque ya fue contemporáneo de la generación del 27. Estudió, se enamoró y se casó en el Berlín de entreguerras. Celebró la República. La rebelión franquista le pilló en Argentina, voluntariamente regresó para servir a la España leal. Durante la guerra colaboró en servicios de inteligencia para la defensa de la República. Sufrió en su propia familia- una familia tradicional, burguesa, liberales unos, conservadores otros- la crueldad de los vencedores. Su padre y uno de sus hermanos fueron fusilados. Ayala, derrotado, no vencido fue uno más de los exiliados. Profesor, editor y traductor en Argentina. Mantuvo su independencia e hizo crecer su obra literaria y ensayística. Brasil, Puerto Rico, Nueva York o Chicago fueron otras de las patrias de este granadino, este español cosmopolita. Un hombre libre que desde los años sesenta, silenciosamente, sin ocultamientos ni concesiones, compartió su vida y su trabajo en Madrid y Nueva York. No regresó definitivamente hasta la muerte de Franco. Sin banderas, pero con convicciones, con su particular manera de estar en la tierra, desde su independencia creadora, su vida y su obra son una lección de libertad. Un camino poco transitado en nuestra literatura, en nuestro pensamiento. Un ejemplo que nos sigue ayudando para nuestros propios pasos por esta tierra.
VIAJE AL MONASTERIO DE LAS HUELGAS
Quisimos visitar el lugar del crimen. No quiso acompañarnos Francisco Ayala. Un viaje algo largo para sus cien años. Aunque no es esa la verdadera razón. Más lejos está Granada y hasta allí, hasta los lugares de su infancia y adolescencia, nos acompañó el centenario escritor. No quería volver a Burgos, al Monasterio de las Huelgas, porque fue allí dónde asesinaron a su padre. Dónde detuvieron a sus hermanos- uno, Rafael, fue ejecutado al final de la guerra-, murió su madre y dónde una familia razonablemente feliz quedó destrozada por la barbarie. El padre, don Francisco Ayala, por intermediación de su hijo Paco, consiguió el puesto de Administrador del Monasterio, que con la llegada de la República pasó de la administración de la Casa Real a la administración del gobierno. No era el padre de Ayala un hombre progresista, ni siquiera republicano; era un hombre conservador, católico y dialogante. Un hombre bueno. Un empleado octogenario que sigue viviendo en las dependencias del monasterio, un trabajador que creció a la sombra de ese lugar central de la historia de Castilla, de España, recuerda con mucho agradecimiento los años de administrador del padre del escritor. Le concedió vivienda gratuita. Vivienda en la que años después, por decisión de la madre abadesa, tuvo que pagar alquiler.
Cuando los franquistas tomaron el Monasterio, en los primeros momentos de la sublevación, detuvieron a la familia Ayala. Encarcelados en el cercano Hospital Real, con la acusación sobre el padre de ser funcionario de la República. La tragedia se precipitó. Apenas unos pocos días la pequeña hija, Mari, tuvo que llevar la comida al padre. Muy pronto avisaron que ya no era necesario que llevaran más alimentos. El padre había sido fusilado. La familia, rota, huida, encarcelada o abandonada.
En ese retorno al monasterio, al lugar del crimen, nos acompañaron la hermana pequeña, Mari, y la hija de Ayala, Nina. Mari, que fue la adolescente que allí se quedó sin padre, sin familia, nunca había regresado. Nina no conocía el monasterio. La emoción era grande, los recuerdos volvían, pero los Ayala, saben contener sus sentimientos. Quizá una gran virtud. O una manera de supervivir sin mirar hacia atrás sin ira.
El lugar sigue siendo impresionante, conserva la historia de muchos siglos, fue símbolo del poder de la iglesia y del sometimiento de los gobernantes al poder religioso. Ahora es un símbolo del pasado. Aunque sigue siendo el principal monasterio de formación de abadesas, las vocaciones ya no son lo que fueron.
CUATRO AÑOS DESPUÉS
A falta de unos meses para sus 104 años, ha muerto Francisco Ayala, su amor a la vida, su amor a Carolyn, a su familia de los exilios y desexilios, a unos pocos amigos, a bastantes libros, algunos vinos, buenos whyskies le han acompañado hasta el final de sus trabajos y sus días. Tampoco le faltaron muchas discusiones, ironías educadas, ilusiones perdidas, recuerdos contados, vidas dignas, olvidadas muertes de perro y placeres cotidianos de un ciudadano universal, de Granada y Madrid. Un español atípico. Como atípica fue su obra que supo mantener su independencia, su originalidad así que pasaran cien años. Y casi cuatro. Lo echaremos de menos.