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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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Carlos Marx y los trileros

La verdad es que ha merecido la pena. He tenido que esperar no pocos años, pero por fin un gobierno de izquierdas en España y otro mucho más de izquierdas en Cataluña se pasan el día hablando de negocios. Ningún otro asunto les emociona, no hay cosa alguna que les despierte, sólo la pasta. Una izquierda dice que va a soltar tres millones, la otra izquierda se lo mira de reojo y ríe con sarcasmo mientras marea los cubiletes. ¿Tres millones? ¡Ya serán doce! La izquierda primera abre las palmas, "Hombre por Dios, que sean ocho". Uno se hurga el uñero con la navaja. El otro vigila a los maderos. Así todos los días, insuflando ilusión y entusiasmo.

Esta mañana, por ejemplo, a cambio de salvar el sillón de una ministra que a duras penas sabe hablar, mil billones para los gallegos, un banco para los vascos. En fin, ya digo, me siento solidario. Esa palabra tristemente desacreditada, ahora se llena de sentido gracias a los socialistas y sus socios. El Estado le debe dos mil euros a cada madrileño, dice la prensa de Madrid, mil euros a cada catalán dice la de Barcelona. Ni madrileños ni barceloneses forman parte del Estado, son metafísicos, pero pasan grande necesidad de millones.

Yo, la verdad, me alegro. Sólo cuando los socialistas y sus socios superan en ardor capitalista a los conservadores tenemos la seguridad de que los ricos van a estar contentos. Y eso siempre es bueno. En este país, cuando los ricos se amostazan es mejor hacer las maletas. Que la izquierda sólo hable de dinero, por favor, que se pase el día entero regando millones ora en este saco, ora en aquel pocillo, calculando cuánto vale un voto del Senado o uno de Las Cortes, pero que no se distraiga con soserías como el apocalipsis educativo, las mafias criminales, la gloriosa inepcia de la justicia, la barbarie juvenil, el embrutecimiento publicitario, la malignidad de la televisión, los rapiñadores de Telefónica o los estibadores de ganado de RENFE. Que se dediquen al negocio y nos dejen morir de hambre, si es posible. Al fin y al cabo los salarios no han subido desde 1997. Mata, Nerón, incendia Roma, pero, por favor, no cantes...

Artículo publicado en: El Periódico, 1 de diciembre de 2007.

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3 de diciembre de 2007
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El solitario que somos todos

http://www.elperiodico.com/EDICION/ED071129/CAS/FOTOS/EPP_ND/CARP01/f012bh01.jpgCien años después de descubierto el continente americano, el mundo comenzó a temblar sacudido por un terremoto. Una violencia huracanada se apoderó de Europa, pero la más destructiva era interior y afectaba al espíritu de los humanos. Habían vivido miles de años confiados en que los Inmortales (fueran los dioses clásicos o el Dios cristiano) intervenían en los asuntos terrestres, pero ahora se estaban despidiendo. Los habitantes del planeta iban a comenzar una experiencia agobiante: la de su soledad cósmica. Soledad tanto más insoportable cuanto que el cosmos crecía de forma desmesurada. Cuanto mayor era el universo astronómico, más cruda nuestra soledad.

Uno de los mejores presagios de que debíamos apañarnos sin ayuda externa fueron los Ensayos de Michel de Montaigne, el diario de alguien que, recluido en la soledad de un castillo, escribe sobre sus temores y temblores persuadido de que todo fluye hacia la nada. Mucho antes de que Marx lo dijera, todo lo sólido parecía diluirse en el aire. La consternación de que no pudiéramos conocer nada estable, permanente o duradero, así como la inconstancia de la verdad, se convertía en asunto de estudio.

Montaigne era experto en asuntos humanos: había sido parlamentario y luego alcalde de Burdeos, ciudad donde las matanzas entre católicos y protestantes, así como la peste negra, habían sido feroces y causado espantosa zozobra. La locura abundaba más que la razón; la crueldad más que la caridad; la ira, la vesania reinaban por doquier. Montaigne decidió retirarse a su castillo para tratar de poner por escrito algunos juicios seguros, algo que pudiera mantenerse a flote en el oleaje de aquella tormenta mundial. Sus Ensayos son, hoy más que nunca, una isla de sensatez a la que acudir cuando el crimen, la imbecilidad y el cinismo se nos hacen insoportables.

Sin embargo, todo está en constante fluir y desvanecerse, así que tampoco los Ensayos se libraron de verse sumidos en un torrente de lava. Desde sus primeras publicaciones, entre 1580 y 1595, lo que había nacido con deseo de permanencia se convirtió en otro fluido cambiante e inseguro. Tras la muerte del autor se editó el texto de su hija adoptiva, Marie de Gournay, pero en 1906 los eruditos prefirieron el llamado "manuscrito de Burdeos" con abundante anotación de Montaigne. Las diferencias eran considerables. Y hace diez años los mismos eruditos, con nombres nuevos, decidieron regresar al texto de Marie de Gournay, convencidos de que el viejo Montaigne había intervenido en aquel último y definitivo escrito. Ahora por fin aparece en El Acantilado la edición española del texto completo.

Como muy bien dice su prologuista, Antoine Compagnon, la paradoja es que será más fácil de leer y entender en español que en francés. La lengua de Montaigne, como él mismo había reconocido, estaba en un momento tan fluyente y convulso como la entera sociedad, de modo que los jóvenes franceses sudan tinta para leerlo. La traducción, en cambio, pone a Montaigne en el siglo XXI. Puede parecer una traición, pero también Borges recomendaba a los jóvenes leer Don Quijote en inglés y luego, ya adultos, si habían logrado hacerse con una cultura lin- güística suficiente, podían acudir al original. La traducción de Jordi Bayod Brau es una delicia y, si queda algo de vida en el cadáver de la cultura oficial, deberían otorgarle el Premio Nacional de Traducción por una tarea gigantesca que ocupa casi 1.800 páginas.

Cuando Mitterrand se sometió al fotógrafo para fijar el retrato oficial del presidente, tomó en sus manos el volumen de Montaigne. Uno se pregunta qué autor clásico podrían sostener en sus manos nuestros representantes. Da miedo pensarlo. Es cierto que Cervantes podría cumplir una función similar, pero eso se debe a la edulcoración de una novela que en realidad es la denuncia más salvaje que se haya hecho sobre la locura de los poderosos y el gregarismo de los súbditos. La narración más corrosiva que se conoce ha sido convertida en un cuento infantil para uso de funcionarios. Y, además, Montaigne no es Cervantes. El primero era todavía un humanista que trataba de salvar algo, aunque fuera mediante aquel escepticismo radical que tanto influyó en Josep Pla, su mejor discípulo moderno. El segundo, un profundo nihilista, persuadido de que la insensatez del mundo no tiene remedio. Por eso, en una de las escenas más conmovedoras de toda la literatura, Don Quijote muere en la cama admitiendo su locura como algo inexorable. En cerrado contraste, los Ensayos concluyen con el espléndido tratado sobre la Experiencia, que comienza así: "Ningún deseo es más natural que el deseo de conocimiento", y se cierra con la inscripción que dedicaron los atenienses a Pompeyo: "Eres dios en la medida en que te reconoces humano".

Nuestra naturaleza (el programa genético, dirían los clérigos) nos obliga a conocer porque nos angustia la ignorancia. No obstante, es esa misma naturaleza la que nos convierte en petulantes endiosados que se ponen por encima de los demás en cuanto creen saber alguna cosa. Contra la jactancia solo hay un remedio: aceptar que somos insignificantes, efímeros, fugaces. Razón por la que es imperioso leer los Ensayos.

Artículo publicado en: El Periódico, 29 de noviembre de 2007

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30 de noviembre de 2007
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Es la educación, estúpido

Se agradecen, pero no eran necesarias las cifras que ha hecho públicas la Fundación Bofill sobre la catástrofe educativa catalana. Cualquiera que haya frecuentado la Universidad en los últimos decenios se lo habría podido explicar a algún miembro del gobierno, de haber habido alguno interesado por el asunto. No obstante, la verdad es mucho peor que las estadísticas: a ningún gobierno de la Generalitat le ha importado la educación. La formación del espíritu nacional, sí. La así llamada "política" lingüística, mucho. Todo lo relacionado con la ideología, como la Historia, bastante. Lo demás es ornamental, a menos de que dé dinero.

Las causas de que Cataluña sea la autonomía peor educada de España, siendo España la nación peor educada de Europa, forman parte de lo más rancio de su clase dirigente. El país es una finca de comerciantes, pequeños industriales, negociantes, ejecutivos ancilares, gente práctica. Aquí la vida intelectual ha tenido siempre un vuelo gallináceo. Obsérvese que todavía se vegeta de lo que hicieron unos burgueses de 1900. Y que el moderno Olimpo internacional catalán se reduce a un músico que tocaba el violonchelo y un pintor balear. No hay más, porque ni siquiera Josep Pla entra en el canon de los comisarios nacionales. Y a Gerhard lo ha editado Caja Madrid. A propósito, comparen la programación de conciertos de Barcelona con la de Madrid. Verán que en Barcelona aún no existe el siglo XX. El siglo XXI comenzará, supongo yo, dentro de diez generaciones.

Los que profesamos en la Universidad estamos abatidos. Es insoportable ver a esos chavales, tan inteligentes como cualquier otro grupo de jóvenes, percatarse del fraude que se ha cometido con ellos. Los años perdidos. La sistemática trivialidad que aquí llaman "educación". La conciencia de que ya es demasiado tarde. Saben que, con alguna excepción, nunca tendrán la formación de sus colegas europeos. Seguirán representando, con griegos y portugueses, a ese invitado a quien todos tratan con aire paternal: el simpático descerebrado que trae las bebidas.

Artículo publicado en: El Periódico, 24 de noviembre de 2007.

 

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26 de noviembre de 2007
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Gorilas en la niebla

Una vez disipada la primera sorpresa, si uno prestaba atención era evidente que el disparo le había alcanzado una zona vital. Es cierto que el tiro había salido sin ton ni son, como si al dueño de la escopeta se le hubiera movido el dedo por distracción o por tedio. Un tiro sin apuntar, al buen tuntún, sin la menor intención de dar en algún lugar doloroso. No obstante, para cualquier observador era evidente que le había acertado en un órgano indispensable para su supervivencia.

El pobre animal disimuló el impacto, no quiso dar pruebas de haber sido tocado de muerte. Su jerarquía en la tribu dependía justamente de que le creyeran invulnerable. Nadie habría podido imaginar, sin embargo, que todo su poderío radicaba en un órgano tan delicado. Pero así era. De pronto su jauría y el mundo entero comprendió que su talón de Aquiles era la laringe. Y el disparo, aunque sin premeditación, le había alcanzado precisamente en el lugar exacto del que dependía su poder.

Al principio se contoneó perplejo, como si no creyera lo que había sucedido. En los días siguientes tuvo la reacción habitual de los animales heridos de muerte. Se le oía aullar de dolor y desesperación por toda la selva. Y cuanto más chillaba, más evidente se hacía a los ojos de su jauría que estaba tocado de muerte y que había que ir preparando la sucesión. No porque ya hubiera muerto, ni siquiera porque fuera a morir de inmediato. Este tipo de heridas, llamadas "narcisistas", trabajan lentamente acumulando veneno en torno al tejido dañado hasta hacer insoportable la existencia de quienes conviven con el agonizante. El proceso puede durar años.

Pero es un proceso fatal, imposible de detener, porque lo malo de la herida no es su gravedad sino que una vez ha señalado el lugar más vulnerable de este gran simio, puede repetirse una y otra vez el disparo. La vida del cabecilla se convierte en un infierno porque sabe que en cualquier momento, desde cualquier lugar, hasta un niño puede ahora apuntar y darle. Y que resuene en toda la selva el estruendo mortal: ¡¡¡POR QUÉ NO TE CALLAS!!!

Por qué no te callas

Artículo publicado en: El Periódico, 17 de noviembre de 2007.

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19 de noviembre de 2007
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Murieron armados hasta los dientes

En las desoladas mesetas de Castilla, por sierras andaluzas cortadas a navaja, en el vientre de los bosques gallegos, acurrucados en madrigueras de las marismas ampurdanesas, los guerrilleros de la ofensiva contra el francés comenzaron el siglo XIX respirando pólvora, rumiando algarrobas, sin el menor atisbo de que iba a ser el siglo de la locomotora y el telégrafo. Vivieron en un mundo prehistórico, al borde del canibalismo. Y sin embargo aún podemos admirarles gracias a los relatos históricos o literarios que los pintan como fieras arcaicas, más próximas a Ayax y Aquiles que a los civilizados generales del ejército napoleónico a quienes combatían.

Las guerrillas aparecen en los pueblos pobres, sin ejércitos tecnificados y eficaces. En la España de Goya, el ejército regular y sus generales fueron derrotados por el invasor en una partida de mus. Los guerrilleros se convirtieron en la tortura de aquellos franceses que habían hecho una revolución para liberar a los labriegos, artesanos y demás plebeyos desangrados por la nobleza. Los guerrilleros españoles no podían creer que Napoleón quisiera rescatarlos de las sanguijuelas coronadas. Para ellos había algo previo, más cercano al animal que al humano: la jerarquía natural. De modo que hicieron imposible su propia liberación, pero crearon la primera soberanía popular española.

Como cuentan Rafael Abella y Javier Nart en su recién editado Guerrilleros (Temas de Hoy), el acoso de las partidas y el coraje de las Juntas fundó una patria común de hombres libres cuya expresión admirable fue la Constitución de Cádiz, promulgada por adolescentes. Es muy notable la proclama de la Junta catalana llamando a la liberación de España y a la rebelión de los españoles contra el invasor. Y de la junta Vasca. Y de todas las demás. La soberanía nació del sacrificio popular y el temple liberal de los jóvenes.

Tras la victoria regresó, sin embargo, la vieja Némesis hispana y el infame Fernando VII restauró la tierra de Caín y Abel. Nuestra condena se repite una y otra vez. También ahora.

Artículo publicado en: El Periódico, 10 de noviembre de 2007.

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14 de noviembre de 2007
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¿Ha llegado el momento?

Sí, es cierto, la ciudad es ahora un verdadero caos, pero no sólo por los trenes de cercanías. En realidad las cercanías hace decenios que fueron abandonadas por la Generalitat. Cualquier habitante de los múltiples suburbios, pueblos y urbanizaciones que rodean Barcelona puede contar historias terroríficas sobre la conexión con la capital. Esto no es Múnich, ni Milán, ni Toulouse. La Generalitat, obsesionada con sus agonías ideológicas, ha hecho muy poco para que los ciudadanos puedan vivir cómodamente cerca de la capital. En cambio, el resto del territorio, los pueblos y ciudades secundarias, han experimentado un incremento de calidad muy notable. La vieja política de Pujol fue siempre desarrollar todo lo que no fuera Barcelona y reducir la capital, tan híbrida, tan forastera, tan poco nacional, a una ciudad de provincias. Ahora ya es tarde. Cualquiera sabía desde hace años que la vieja ciudad burguesa diseñada para cien familias por las cien familias, era una caja de bombones con aroma belga. Sin embargo, aquellos que osaban decirlo eran inmediatamente tachados de la lista de seres humanos e incluidos en la de enemigos del Régimen. No es fácil ser sincero en este país.

El caos ha traído una exacerbación de la angustia; el fracaso, un incremento de la sensación de impotencia. Nunca como antes los grupos de energúmenos se habían sentido tan justificados y protegidos. Actúan con la convicción de que nadie va a reconvenirles o amonestarles. Su proyecto es crear un ambiente lo más similar posible al del País Vasco, aunque sin mancharse de sangre. Las balas, de momento, sólo se incrustan en fotografías. La táctica pujolista de echar la culpa de todo a los españoles sigue dando frutos. Hace unos días, el anciano político decía que nunca el odio de los españoles contra los catalanes había sido tan fuerte. "Ni en tiempos de Franco", añadía. Era una opinión pasmosa que lleva a preguntarse qué medios de comunicación lee, qué radios oye, qué televisiones mira Jordi Pujol. La exacerbación, la histeria, a veces llamada "crispación", hace mella en los más resentidos. Su hijo, Pujol Ferrusola, que ha heredado la jefatura ideológica del partido (éste sigue siendo un país de empresa familiar), declaraba casi el mismo día que todo nacionalista es independentista "si le queda alguna neurona". No obstante, con lógica daliniana, cuando le preguntaron si creía que Cataluña sería independiente algún día respondió: "No". En todo caso, que Convergencia sea ahora un partido independentista significa un cambio notable en los proyectos de las clases medias y acomodadas de Cataluña, siempre mansas con sus representantes.

La situación se ha estancado en un punto tedioso. Como escribía el notario López Burniol en estas mismas páginas a principios de noviembre, ha llegado el momento de hablar abiertamente con la población sobre la independencia. Lleva toda la razón. No creo que quede otra salida. De una parte, la población está hastiada del despilfarro gigantesco que se comete con la excusa de la "identidad" en detrimento de la vida real; otros ya no pueden soportar más sermones y broncas por no parecer sobradamente catalanes según el modelo de las elites; por fin hay una minoría que se angustia frente a un discurso agotado y teme caer en el abismo. Por esta razón, un partido conservador, católico y burgués como Convergència, ha optado por la vía adolescente. El partido converge hacia Ibarretxe. Ahora son separatistas, aunque mantengan los eufemismos habituales: confederación, asimetría, autodeterminación, soberanismo.El notario López Burniol escribía en su artículo que el primer paso a dar es el de consultar a la población vasca, catalana y gallega sobre este punto. Él añadía a los navarros no sé con qué finalidad, pero está bien, que se incluya quien lo desee. También en esto coincido con él. Sería de desear que se realizara esa consulta bajo un apelativo que justificara su legalidad, con todas las garantías posibles y mediante un periodo de explicación suficientemente largo. Por ejemplo, un año.

Durante ese año los separatistas nos explicarían cómo iba a ser la nueva nación, qué harían con aquellos que desearan seguir siendo españoles, cómo se resolverían los problemas prácticos (propiedades, comunicaciones, fiscalidad, etcétera), qué protección jurídica tendrían los excluidos o sus familias, y cuáles serían las ventajas de semejante paso. Por su lado, los partidarios de continuar con el Estado de las autonomías podrían defender su criterio sobre los efectos de poner fronteras al Ebro. La consulta debería realizarse con todas las garantías, claro está, entre las cuales hay una de difícil negociación: tanto si el resultado es negativo como si es positivo, debería considerarse irreversible.

Yo creo que una consulta semejante puede llevarse a cabo perfectamente en Cataluña y estoy, además, seguro del resultado. Excepto en un porcentaje que no debe de llegar ni al 20% de la población, no creo que ni siquiera los separatistas votaran por la independencia: les crearía problemas. Pero es cosa de averiguarlo. En cambio, dudo de que pudiera llevarse a cabo en el País Vasco. A pesar de los maullidos de Ibarretxe, en su autonomía no hay garantías democráticas para quienes no piensan como él. Mientras muchos de sus oponentes del PSV y del PP hayan de vivir con protección policial, mientras los desdichados políticos que habitan en pueblos con hegemonía fascista no puedan llevar una vida normal, es rigurosamente cínico (o malvado) plantear una consulta a lo Mugabe. Como dice el lehendakari, los vascos y las vascas tienen todo el derecho del mundo a elegir su futuro, por eso justamente lo primero que debería hacer su presidente es garantizarles que lo tienen y que no van a acabar con un tiro en la nuca, expulsados de sus hogares, o molidos a palos.

Desde la experiencia catalana, el discurso nacionalista está acabado, como muestra el continuo incremento de la abstención, y sólo queda el recurso populista a la independencia o la negociación para mantenerse dentro de la actual Constitución de una vez por todas. Prolongar la situación privilegiada de irresponsabilidad de los políticos catalanes sólo trae consigo un deterioro progresivo e imparable de las condiciones vitales de la población. Sobre todo, la del barcelonés, la región más nutrida por las sucesivas inmigraciones que han construido la actual Cataluña. Sin olvidar que de los siete millones de habitantes oficiales de la Comunidad, cuatro viven en ese entorno explotado por los especuladores, desestructurado por los nacionalistas, olvidado por todos los gobiernos y cuyo centro urbano se ha convertido en un campo de concentración del peor turismo europeo.

Como ha sucedido en Québec, donde los nacionalistas han perdido toda credibilidad, lo mejor es, en efecto, consultar a los ciudadanos. Pero dado que los nacionalistas catalanes y vascos no admiten que el resultado de las elecciones democráticas sea el referente de la opinión cívica mayoritaria, vayamos a la consulta popular. Y que gane el menos malo.

Artículo publicado en: El País, 12 de noviembre de 2007.

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12 de noviembre de 2007
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Por esos mundos y a oscuras

Si no ando equivocado, un viaje de vacaciones es ya inconcebible sin un sol apabullante. Cuando uno repasa las hojas turísticas de los diarios, inevitablemente se encuentra con imágenes deslumbrantes, radiantes, tantas veces tórridas. Quizás se deba al dominio absoluto del mar, la playa y el bronceado, actividad ingeniada por los nadadores británicos del siglo XIX y que nadie podía imaginar se iba a convertir en la salvación de los matrimonios con hijos. También se debe, claro, a la necesidad de alivio en los países que sufren estaciones rigurosas, como Alemania o Inglaterra, cuyos habitantes se vuelven locos cuando les acaricia un rayo solar.

Sin embargo, el viaje de invierno está regresando. De momento sólo entre espíritus abrumados y líricos, pero no tardarán en sumarse los espíritus prácticos y voluptuosos. Los magazines deberán comenzar un duro trabajo pedagógico para dirigir a sus huestes hacia el frío, la nieve, los cielos plúmbeos, la niebla, la lluvia. Y persuadirles de que esas son las vacaciones modernas.

Y tendrán razón. Sobre todo entre nosotros, los de climas templados que tienden cada vez a más cálidos. En mi última visita, un amigo de Sevilla me sorprendió: había viajado al polo norte. Era un circuito organizado y muy caro, pero había alcanzado su sueño: deslizarse en trineo por una nieve dura como pedernal, tirado por una traílla de perros animosos. Hundido en enormes pieles, azotado por un airecillo a treinta bajo cero, había conseguido hermanarse con sus héroes juveniles, Miguel Strogoff, los peleteros de Jack London, Raskolnikof. Y había sido feliz.

Contaba Robert Kaplan en su bello libro Mediterranean Winter, la impresión magnífica de los desolados paisajes sicilianos, tunecinos o adriáticos, opalescentes y verdinegros, los templos lejanos cercados por nubes bajas, la lluvia veneciana que lava los mármoles, todo ello desde un café recoleto cuando ningún turista osa asomarse al invierno marino y las olas parecen solfataras. En esos delicados momentos dejas de sentirte como un turista y vuelves a ser humano.

Artículo publicado en: El Periódico, 3 de noviembre de 2007.

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5 de noviembre de 2007
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El último grito sevillano (unánime)

Sin la menor vacilación, cuando un marciano me pregunta cuál es la ciudad más hermosa de España para pasar unos días en la Tierra le contesto: Sevilla, siempre. Está aguantando bastante bien la plaga del ladrillo choricero y también la del turismo masivo. Dejando de lado el aspecto monumental, ciudades como ésa, con parques generosos, jardines que colorean cada escondrijo, cada plaza, o se fragmentan en el mosaico de los balcones, ciudades que se dejan pasear durante horas sin cansancio y con el corazón ligero, son cada vez más escasas. Por eso corre peligro: su hechizo la puede convertir en una Venecia del sur y sufrir la misma degradación que la soberbia aunque ya imposible capital del Adriático de donde huye la población nativa.

A pesar de todo, aún no han podido con Sevilla. En esta semana, a las puertas de noviembre, las jacarandas lucían escandalosamente floridas y los jardines más frescos que en mayo. La masa turística no la daña en exceso si uno evita (con dolor) los Reales Alcázares, quizás el espacio guerrero más poético de la península y el más codiciado por los operadores.

Es cierto, el turismo aún no la ha herido de muerte, pero los alcaldes la pueden hundir en cualquier momento. El actual ha puesto en marcha una línea de tranvías que transitan como tiburones por el barrio de la catedral y giran cerca del Ayuntamiento con un estruendo férreo que ha de hacer felices a los vecinos. Tiene un recorrido de mil metros perfectamente inútil. Todos lo odian. Nadie lo quiere.

A su paso por la Avenida de la Constitución, estos escualos ciegos y los hercúleos postes que aguantan su catenaria (¡color negro betún!) han destruido uno de los mejores y más amplios paseos sevillanos, el de la fachada del templo. Tarde o temprano caerá un peatón o un ciclista triturado por las mandíbulas de la fiera. Es inevitable.

Los extranjeros pueden ser peligrosos, pero nada hay más peligroso que los nacionales. Sobre todo cuando se les llena la boca de amor a la patria y sacrificio por el noble pueblo que les ha elegido. Son tóxicos.

Artículo publicado en: El Periódico, 27 de octubre de 2007.

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29 de octubre de 2007
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Sobre las ruinas del siglo pasado

La ideología que se apoya solo en sentimientos se convierte en religión política, vieja condena española

Quienes hacia 1970 teníamos una fe berroqueña en la revolución comunista no hacíamos otra cosa que seguir a nuestros padres y abuelos en la vieja tradición española de sustituir la decepción religiosa por una ideología política asumida como fe teológica. En aquellos años, sitiados por la unanimidad franquista y el entramado de intereses que mantenía vivo a un régimen canallesco, ni siquiera nos planteábamos qué posibilidades reales, qué sacrificios, qué sufrimientos podía traer consigo la imposición de nuestra fe. Jamás consideramos el elevado riesgo de que emergiera un terror superior al de Franco. Solo importaba que el comunismo triunfara lo antes posible. Cuando alguien sensato nos acorralaba, acabábamos por gritar: "Primero hay que hacer la revolución, luego ya se verá".
No de otro modo se comportan quienes dicen luchar por la independencia de esta o aquella región española. Su deseo de una escisión blanca, como la de Chequia y Eslovaquia, oculta la peculiaridad de cada caso y evita nombrar a Serbia y Croacia, para cuya escisión fue necesaria un matanza. Ahora tienen puestos los ojos en Bélgica, por si hay un milagro. Una fe típicamente hispánica en la explosiva felicidad que invadirá a la población escindida permite escamotear las dudas sobre el día siguiente. Nadie sabe cuál será la suerte de la mitad de los vascos y los dos tercios de catalanes que se sienten "igualmente españoles". Ni si las nuevas fronteras exigirán pasaportes y acuñación de sellos. O qué pasará con las relaciones de los nuevos nacionales en el resto de España y viceversa. La respuesta es: ya se verá.

¿Tan pacífico imaginan el proceso? ¿Tan súbita la admisión en la UE? ¿Cruzar el Ebro será como pasar de Alemania a Austria? No creo que estas preguntas tengan respuesta. Aun estando persuadido de que hay militantes redactando informes optimistas sobre tales asuntos, todo es humo. Lo que suceda en un proceso semejante (la escisión de dos poblaciones unidas desde hace cuatro siglos) es imprevisible. Los buenos propósitos son arrasados por la energía de la escisión, por su fuerza caótica. Nadie sabe si nos encontraremos en Eslovaquia o en Chechenia, ni puede saberlo. Tengo la seguridad de que por lo menos una de las partes, la que llaman España, no iba a facilitar las cosas, entre otros motivos porque la mitad de la población vasca y dos tercios de la catalana no quieren dejar de ser españolas. Ni a tiros, según se ha comprobado.

Alguien habrá entre los separatistas y soberanistas que haya cavilado sobre esto -no están tan locos-. Sin embargo, también creo que las cautelas prácticas no les arredran. Tanto a ellos, como a nosotros cuando éramos comunistas, no les incumbe lo que venga después: primero la independencia, luego ya veremos. Para muchos ciudadanos, ese "ya veremos" es fácil de prever si la fuerza dominante del día siguiente es el PNV y su brazo chulesco, o ERC con Laporta de líder. Da escalofríos. Pero no hay remedio. La ideología que se apoya tan solo en sentimientos se convierte en religión política, vieja condena española. Sus dirigentes no sirven a la ciudadanía: son cruzados que sirven a una causa. El cálculo de víctimas, sufrimientos, destrozos irreparables, ruina probable o dolor inútil queda para los tibios, los que "tienen michelines", como dijo con colosal zafiedad un caudillo vasco. Primero, la revolución; luego ya veremos.

En un espléndido estudio, Pasado imperfecto (Taurus), Tony Judt ha analizado el envilecimiento moral de los intelectuales franceses durante los años 1944 y 1956, cuando fueron incapaces de atacar las atrocidades de Stalin y distanciarse del Partido Comunista. Para aquellos acomodados burgueses, los asesinatos debían entenderse en su contexto histórico y dentro de la heroica lucha de los rusos por imponer una sociedad más justa. Argumento compartido por la cúpula del PNV y buena parte del soberanismo catalán cuando se aplica al nacionalismo totalitario vasco. Las figuras francesas tardaron más de una década en reconocer que el comunismo ruso era una satrapía criminal dominada por un reducido grupo de explotadores. Y tardaron tanto porque, si lo hubieran reconocido, se habrían quedado sin religión. Aceptar el fracaso bolchevique significaba renunciar a la fe en que la historia tiene sentido y se la puede tutelar hacia el progreso. Sin esa fe, aquellos hijos de Hegel pasado por Kojève no podían soportar su confortable existencia. Para soportarla, debían morir varios millones más.

No de otro modo, si los independentistas tuvieran que calcular los posibles sufrimientos de una independencia vasca o catalana, podrían ver su fe amenazada. ¿Y qué demonios puede hacer en este mundo un nacionalista sin fe? El dolor y la angustia que provoca la crisis religiosa en los adolescentes es casi insoportable para un adulto. Por esta razón es agotador dialogar o argumentar con ellos: en cuanto ven amenazada su fe reaccionan negando la evidencia.

¿Cómo acabará este nuevo capítulo de la mística hispana? Pues o bien en el caos imprevisible de una ruptura unilateral, o bien en el tedio que toda religión acaba produciendo en los creyentes cuando se hace evidente la esterilidad de sus quimeras. Es lento: los secesionistas viven mejor sin secesión. Y lo saben.

Artículo publicado en: El Periódico, 21 de octubre de 2007.

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24 de octubre de 2007
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Cantando ‘La Internacional’ con desespero

En un programa de TVE le preguntaron a Gaspar Llamazares, jefe de la izquierda radical, por qué le preocupan tanto las injusticias que se cometen en el Cuerno de África, pero en cambio no mueve un dedo cuando las familias pobres de España ven subir el precio del pan y la leche a modo de extorsión para enriquecer a ocultos intermediarios. Llamazares silbó la célebre canción Pajaritos moviendo incluso las axilas con verdadero arte.

El señor que se lo preguntaba confundía el espectáculo titulado Yo soy la izquierda feliz, con lo que se llamaba izquierda hace unos 40 años. No entiende que las figuras que encarnan los diversos papeles de la representación, es decir, los actores, no tienen por qué creer en lo que recitan. Es como si a Josep Maria Flotats le obligaran a creer las barbaridades que dice Stalin. La obligación de Llamazares es mantener la gracia de la pieza dando contraste al Gran Divo. Una primera figura sin comparsas, desfallece. De modo que el actor que hace de izquierda extrema sirve para que otro actúe de izquierda moderada, siendo ambos, seguramente, de derechas de toda la vida.

Esta semana subí a comer a uno de mis restaurantes favoritos de Barcelona. Se llama La Venta y está a una altura idónea para divisar la ciudad bajo una buganvilla y sitiado de palmeras. Al fondo, el espejo del mar. Pero antes un amigo me llevó a pasear por las faldas del Tibidabo, el último lugar medianamente arbolado de la ciudad, pinares donde los curas nos llevaban a juntar retama para la Inmaculada. Pues está desapareciendo bajo el ladrillo de Núñez y Navarro, que no son dos sino uno. Seguro que el expolio es legal, y eso es lo más curioso. Las masas pétreas que están devorando el monte al modo levantino han sido aprobadas por el ayuntamiento socialista, no me cabe ninguna duda.
Una concejala, Imma Mayol, fuente de infinito regocijo entre la ciudadanía, hace aquí el papel de Llamazares, algo así como La Superprogre guay. El señor del programa le habría preguntado cómo ha podido colaborar en semejante mina de oro para los ricos. ¡Qué ingenuidad!

Artículo publicado en: El Periódico, 20 de octubre de 2007.

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22 de octubre de 2007
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El Boomeran(g)
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