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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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La mayor de las urgencias

Cuando comienza el año, la primera tarea es rapar las barbas de la biblioteca. Esto es algo ineludible y si se deja pasar puede hundirnos. Da lo mismo que la biblioteca conste de diez mil volúmenes o sea una miniatura con un premio Placenta, un recetario, dos novelas de autora con nombre compuesto y la autobiografía de Perales. También hay que rasurarla, porque es una garantía contra la decadencia. Mondando la biblioteca cada año, limpiamos el recuerdo de cuando éramos más jóvenes y en consecuencia más beocios.

Así lo hice yo ayer mismo. Añado que estoy muy ufano y me apresuro a compartir la dicha, por si le sirve de acicate a quien aún sienta excesivo apego por sus libros viejos. Sea valiente: ampute aquellas zonas que alguna vez formaron parte de su conciencia y que hoy puede eliminar con una sencilla liposucción manual. En mi caso y para animar al personal contaré tan sólo dos amputaciones. /upload/fotos/blogs_entradas/acercamiento_med.jpgHa sido como extirpar dos verrugas con pelo de un rostro, el de mi biblioteca, que mantiene cierta apostura.

La primera verruga era un tratado de Roger Caillois de hace cuarenta años, sobre la imaginación. Este discreto pensador formaba parte de aquel nutrido grupo de ensayistas que nos fascinaban por ser franceses, aunque sus enseñanzas fueran un tanto escasas. Eran tipos elegantes, escribían con desenfado y tenían un alma capaz de almorzar en el Grand Befour y luego votar al partido comunista. Con Caillois han caído este año batallones de franceses que en España devorábamos como si fueran becadas en féretro, cuando eran, la verdad, arenques de tambor./upload/fotos/blogs_entradas/wilhelm_reich_med.jpg

La segunda verruga es aún más peluda. Se trata del freudiano más chungo de la ultra izquierda, Wilhelm Reich, el inventor de la máquina del orgasmo y famoso paranoico, un orate a quien tomamos con total seriedad aquellos europeos que creíamos ser progresistas y por lo tanto superiores al vulgo. Les copio una frase estupenda: "La pasividad generalmente común en las mujeres es patológica y debida a la fantasía masoquista de ser violadas". ¡Qué descanso, tirar estos harapos apolillados al pozo del olvido!

Artículo publicado en: El Periódico, 3 de enero de 2009.

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5 de enero de 2009
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El pasado ya no es lo que era

A punto de terminar el fatigado y oneroso espectáculo del nacimiento más distinguido de nuestra civilización, he recordado aquellos años en los que un grupo de gamberros aquejados de ideas grandemente progresistas íbamos por las calles del pueblo cantando a voz en grito un célebre villancico cuyo estribillo decía: "A la mierda los pastores, se acabó la Navidad". Creo que era invención poética del llorado Carlos Trías, uno de los hombres mejores que ha dado la ciudad de Barcelona, tan parca en los últimos decenios. Aquella canción, violenta, sí, pero algo menos radical que el himno nacional catalán con sus hoces sobre las gargantas españolas, quería manifestar una viva simpatía hacia el niño Jesús, y un feroz odio a la venta del evento y la enajenación de la clientela.

/upload/fotos/blogs_entradas/losenemigos..._med.jpgPasados los años, la izquierda catalana ha recuperado incluso Els pastorets, la comedia pía más amada durante el franquismo, y cualquier rechazo de la Navidad, o incluso de Santa Claus, ese juguete chino, es altamente impopular. Las radios, las televisiones, los diarios, no digamos las revistas sacan humo para complacer a los mercaderes que Jesús expulsó del templo, como explica con admirable erudición el último libro de Antonio Escohotado, cuyo título lo dice todo: Los enemigos del comercio (Espasa).

Se ha producido una transformación admirable y magnífica. Quienes ahora atacan los fastos navideños no son ilustrados izquierdistas, laicos luminosos que también exigen eliminar los crucifijos de las escuelas, sino hatillos de marginales que ponen en riesgo la ganancia y con ello los puestos de trabajo que genera el espectáculo sacrificial. Son hostiles al gasto chiflado y por tanto asociales. Son enemigos, no de la explotación mercantil, sino del capitalismo tout court. Son antisistema.

Magnífico retorno del cristianismo al paganismo que aplaudimos todos los que, con nuestro presidente, consideramos antipatriotas a cuantos afirmen que hay crisis económica o que la Navidad es un peñazo. ¡Otro triunfo del absolutismo de la bondad ecuménica!

Artículo publicado en: El Periódico, 27 de diciembre de 2008.

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29 de diciembre de 2008
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Vidas paralelas, en negro

Hacia 1965 Robert Kennedy predijo que pasados cuarenta años podría haber un presidente negro en los EE UU. James Baldwin, uno de los más grandes escritores negros, se burlaba de esa predicción: "Llevamos aquí cuatrocientos años, pero si nos portamos bien nos dejarán ser presidentes dentro de otros cuarenta". El senador se equivocó sólo por cuatro años.

/upload/fotos/blogs_entradas/james_baldwin_med.jpgUn formidable artículo de ese formidable novelista que es Colm Tóibín establecía hace unas semanas el paralelo entre James Baldwin y Barak Obama en el New York Review. Aunque separados por medio siglo, ambos comparten inusitadas coincidencias, la más notable es que perdieron a sus padres muy pronto y esa ausencia ha sido fuente de duelo durante toda su vida. Una viva conciencia de orfandad les hace sentirse doblemente amputados, en la familia y en la patria. En ambos está también presente la rabia (rage), la ira de los afro americanos que oprime incluso a los más favorecidos.

Y ésta es la parte inaudita. Que un presidente de los EE UU sea consciente y acepte el sombrío dolor de una parte de la población que hasta hace poco era tratada como un perro, me parece algo enorme. Y más aún que muestre la inteligencia de dar al dolor y la rabia su exacta importancia, porque en ese punto es donde Baldwin y Obama difieren. Para Baldwin el dolor y la rabia eran instrumentos de separación activa, fundamento de identidad y orgullo. Para Obama han de convertirse en instrumentos de convivencia.

"La ira no siempre es productiva, muy a menudo distrae nuestra atención de la solución real de los problemas (...) e impide que la comunidad afro americana forje las alianzas que precisa para conseguir un cambio verdadero" (Dreams from My Father)

Para quienes vivimos en un país que se distingue por el cultivo del odio, que no pierde ocasión para enconar la rabia y el dolor, es en verdad turbador constatar la diferencia entre un político con la perspicacia de Obama y los mercaderes de una guerra fratricida que se excitan, no con el color de la piel, sino con el color de las ideas, esa baratija para histéricos.

Artículo publicado en: El Periódico, 20 de diciembre de 2008.

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22 de diciembre de 2008
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La letra no entra ni con sangre

Un amigo que tiene el infortunio de ser profesor de instituto advirtió la hoja de informes internos sobre la mesa del director. Cada día, un profesor de guardia anota lo que en la jerga burocrática suele llamarse "incidencias". Estos informes son secretos y ni siquiera sabemos si los realizan todos los centros de enseñanza media. El informe era tan escalofriante que sin pensarlo dos veces sacó una fotocopia y me la envió para que me percatase de la vida normal de un instituto en la España actual. Parecía un serial de adolescentes. Otra prueba de que la tele es el único centro pedagógico del país.

Un muchacho abofetea a una chica y cuando el profesor le sujeta por el brazo otros chavales gritan "¡Ahora, ahora!" y el profesor recibe una tunda de patadas. Una profesora expulsa de clase a un alumno y su compinche grita: "¡Dale una hostia, que no puede hacerte nada!". Hay escenas de sexo en los retretes, de violencia con padres de alumnos, porros por todas partes, amenazas, humillaciones, hurtos, y así durante tres folios. Es desolador porque ese instituto ni está en un barrio duro, ni es particularmente difícil.

Llamo a mi amigo y le digo que sería interesante publicar el informe tal cual está, sin añadir ni una coma y que le pida permiso al colega que lo firma. Por supuesto, borrando los nombres y ocultando la ciudad del Instituto. Así lo hace mi amigo, pero la respuesta es un grito de espanto. "¡Tú quieres que me maten! Como se enteren de que he divulgado ese informe me trituran". ¿Quién? Sus propios jefes.

La ocultación de lo que está sucediendo en la enseñanza (la peor de Europa) se diría pactada por los funcionarios políticos y los sindicatos. Se sabe que sólo en Cataluña el año pasado 163 profesores denunciaron agresiones de alumnos (ANP). ¡Cómo debió de ser cada uno de esos ataques para ponerlos en manos de nuestra adorable administración! ¡Y cuántos deben de producirse para que aflore esa punta de iceberg! Si así se conducen con los profesores, ¿cómo serán las relaciones entre los alumnos? Pues puro fascismo: terror y silencio.

Artículo publicado en: El Periódico, 13 de diciembre de 2008.

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17 de diciembre de 2008
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El rostro del silencio

El paciente se desnuda, se cubre luego con una bata atada a la espalda a modo de sudario, se acuesta sobre una bandeja y con un deslizamiento suave le introducen en una cápsula similar a las que trasladan por el espacio a los héroes del cine de fantasía. En ese ataúd electrónico, bajo una luz cenital y un desconcertante espejillo en el que puede verse los ojos mirando a sus ojos, comienza la exploración. El paciente sabe que va a morir y también sabe que esta máquina blanca, impoluta, que emana una luz fluorescente, ha sido construida para proporcionar un simulacro de perduración a su vida.

El paciente habla consigo mismo. "Trataré de pensar algo entretenido, pero ¿cómo es posible que piense en lo que voy a pensar?". Y así sucesivamente. Si el paciente hubiera nacido cien años antes es probable que en lugar de monologar a solas hubiera rezado, pero hace ya más de cien años que nuestro monólogo no puede dirigirse a nadie fuera de nosotros mismos. Esa voz interna, tan enigmática, ha recibido muchos nombres: espíritu, hálito vital, alma, psique, conciencia, subjetividad... Ninguno de los nombres ha permanecido porque esa voz interior tiene su propio tiempo y, pasmosamente, cambia. Hace siglos, la voz interior se identificaba, en los sueños, con la voz de algunos animales y los humanos entonces tenían cabeza de caballo, o con las estrellas y adoptaban forma saturnal. La voz ha hablado con infinidad de extraños, con Osiris, con Gilgamesh, con Afrodita, con Yahve, con el Crucificado, y sucesivamente el humano ha tomado la forma del firmamento solar, de un guerrero divino, del éxtasis sexual, del Verbo, del resurrecto. El paciente actual no comunica con nada. Su voz sale y regresa de y al mismo lugar. Sólo se parece a sí mismo.

El paciente se sobresalta cuando comienza a oír unos ruidos furiosos. Es la máquina, se dice. Los ruidos son violentos, estridentes. Ahora comprende por qué le han impuesto dos tapones en los oídos antes de meterle allí dentro. Al poco, ya sosegado, distingue dos ruidos distintos, unos son parecidos a los que producen las hélices o las centrifugadoras de lavado y dan una impresión de torbellino. Otros, más dolorosos, son martillazos, perforadoras de pico que quieren horadar su cráneo. El paciente se dice que en esa soledad el estruendo es simplemente lo que le llega del mundo y que el mundo le habla en espiral o con percusiones. Mientras monologa, se percata de que tiene una segunda voz interior, una especie de sombra de la anterior, que simultáneamente le va diciendo: "¿Tú entiendes esta soledad?" Ambas voces, la que trata de ordenar el caos violento que le agrede y la que se pregunta melancólicamente por la desolación, son inseparables y suyas. También se dice que si la segunda voz habla de la soledad es porque previamente debe de haber concebido la compañía que ahora le falta. Dentro de la prisión íntima, en la desolación, va imponiéndose un orden que mitiga la angustia y el espanto. No obstante, ese orden es, a su vez, inexplicable. ¿Cómo puede el humano allí desamparado e inerme poner orden en algo? ¿De quién ha heredado esa capacidad de orden? Sin embargo, al orden se agarra como un naufrago al madero que aparece ante sus ojos flotando en el océano.

Ahora el paciente ya está preparado para ser un artista del siglo XX. Su tarea y su ambición será dar forma a esas voces interiores en lucha contra el ruido exterior, el caos que le devora. Las formas ya no puede tomarlas del mundo, los signos mundanos son puro ruido. A veces un fragmento de signo puede ayudar, una mano simplificada y grotesca, órganos sexuales dibujados con carboncillo sobre el muro de un retrete, la calavera... pero el artista de la modernidad tratará por todos los medios de que nada de cuanto produce se parezca al mundo exterior porque en ese mundo exterior predomina el ruido, la técnica, el dominio, y justamente lo que a él le abruma es el caos que se corresponde con ese mundo dominado, técnico y ruidoso. El artista del siglo XX sabe que el mundo exterior ha dejado de ser aquel lugar habitable en el que los caballos o las reales decapitaciones enriquecían la vida. Ahora el mundo exterior es tan sólo el escenario de una carnicería y esa carnicería es la de todos los humanos. Simbólicamente lo supo cuando los ciudadanos más avanzados del universo decidieron extirpar del globo a otros ciudadanos a quienes acusaban de tener una sangre sucia. Luego comprendió que aquella matanza técnica y ruidosa había sido un disimulo para ocultar la matanza verdadera que es la de todos los humanos, los cuales, ahora, carecen de refugio donde descansar tras la muerte. Son reses camino de la aniquilación.

El artista sabe que la suya es una tarea imposible, pero se empeña en ella. Va a dar forma y lanzar al mundo (ese cementerio divertido) los signos de la interioridad, del orden íntimo. Nacen así torbellinos y percusiones artísticos. Si usa palabras, a eso lo llamará "monólogo interior" y dará lugar a paisajes en los que Dublín es un torbellino del lenguaje. Si lo hace con sonidos construirá una gramática que quiere introducir la percusión de la matemática en el mundo del ruido mediante series que en sí mismas sólo muestran lo azaroso de la razón. Puede también querer dar forma visible a su monólogo. Entonces pinta.

/upload/fotos/blogs_entradas/kandinskyfull_med.jpgEn 1913 escribió Kandinsky una historia del arte. Decía así: "Primer periodo. Origen: deseo práctico de fijar el elemento corporal efímero. Segundo periodo. Desarrollo: la pintura se libra progresivamente de ese fin práctico y el elemento espiritual domina progresivamente. Tercer periodo. Meta: la pintura alcanza el estadio más elevado del arte puro, los vestigios del deseo práctico han sido por completo eliminados. Ahora habla de espíritu a espíritu en un lenguaje artístico. Es el ámbito de los seres pictórico-espirituales (los sujetos)". Los subrayados son suyos. En la revista donde se publicaba el artículo de Kandinsky (Der Sturm) venía de seguido otro de Blaise Cendrars con esta famosa frase: "Cada pintura es un estado de ánimo único". Aquí lo importante es la palabra "único".

El paciente encerrado en el tubo hospitalario atraviesa oleadas de emoción, reflexión, resignación, cólera, devoción. La prueba dura mucho y es muy breve. Cada uno de sus estados de ánimo (únicos) ha de ser arrancado de la clínica, de los ojos que ven sus ojos, del olor a formol, de las voces de unas enfermeras que conversan sobre el último fin de semana en Lloret, hasta convertirlo en un signo abstracto que dé perennidad a ese estadio pasajero, casi inexistente, del ánimo único. Espirales, percusiones, también manchas, grumos, trazos, rectas, telas rajadas o monocromas.

Dándose facilidades, sin embargo, otros artistas del siglo XX llevarán a cabo una operación indecente y que muestra la vileza del orden artístico. Estos inventarán "el arte primitivo". Atacarán y matarán de raíz los últimos vestigios que quedaban del antiguo diálogo entre humanos y divinos y coleccionará (¡coleccionará!) máscaras congoleñas, tótems de esquimales, estatuillas votivas precolombinas, para mostrar no sólo su desprecio por las anteriores encarnaciones humanas, sino la arrogancia del asesino civilizado. Los más audaces exhibirán su "estado de ánimo único" bajo la forma de un primitivismo de señorito y así como sus abuelos diseñaron toda la parafernalia que precisaban sus naciones (bailes típicos, vestidos regionales, rituales folklóricos) para matar de raíz la vida verdadera de los pueblos insumisos al funcionariado, ahora ellos fijan para la eternidad unas rameras de la calle Avinyo disfrazadas de venerables dioses africanos. La puta del arte suplantaba a la celebración de la tierra y Stravinsky podía convertir la consagración chamánica de la primavera en un refinado ballet.

En la cueva de Chauvet pudo oírse un relincho muy similar a una risa sardónica.

Artículo publicado en: El País, 13 de diciembre de 2008.

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15 de diciembre de 2008
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Las otras almas muertas

Un amigo que ahora vive en Bombay pasó muchos meses caminando por el sur del continente con el fin de conocer de primera mano la vida rural india, tan distinta de la urbana. Contaba luego muchas historias cautivadoras, pero la que más me chocó fue una constatación: la de que había pueblos amables y pueblos odiosos, separados por apenas una decena de kilómetros. Iguales en todo, menos en su aprecio por el prójimo.

En su peregrinaje había encontrado aldeas donde, en cuanto divisaba las primeras casas, le rodeaba una población hostil, malencarada, bravucona. Siempre acababa haciendo aparición un gurú que le gritaba agitando un garrote, aunque era perfectamente consciente de que mi amigo no entendía una sola palabra. Y acababan por expulsarle de mala manera, cuando no le robaban la mochila. Diez kilómetros más adelante, sin embargo, entraba en otro lugar donde le recibían sonrientes, los niños bailaban a su alrededor, las jovencitas curioseaban mostrando dientes blanquísimos, le ofrecían agua y se afligían si no aceptaba un cuenco de arroz.

El recio igualitarismo que soportamos los europeos hace difícil creer en una diferencia moral profunda entre vecinos. No esa falsa diferencia llamada "identidad" que es una abstracción narcisista y metafísica, sino otra más profunda que funda la verdadera diferencia entre comunidades felices y comunidades infames.

/upload/fotos/blogs_entradas/primeras_imgenes_del_atentado_med.jpgImagino yo a los munícipes de Azpeitia, en cuyo ayuntamiento ultranacionalista ni siquiera lograron condenar el asesinato de un ciudadano nacionalista, como uno de esos lugares en los que la temperatura baja seis grados en cuanto cruzas el umbral. Terrible detalle el que remarcó Santiago González en su blog: no se interrumpió la partida de mus del asesinado. La fotografía de Mitxi es atroz, tan atroz que quizás no diga toda la verdad. Pudo ser un homenaje.

Donde no se respeta la vida, sólo hay muertos vivientes. La buena gente de Azpeitia estará deseando huir de sus infames paisanos. Hay pueblos amables, acogedores y con sangre en las venas a pocos kilómetros. Pueblos que no celebran la muerte.

Artículo publicado en: El Periódico,6 de diciembre de 2008.

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9 de diciembre de 2008
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Antiguas y recónditas bellezas

Algunas de las más admirables obras de arte producidas por los humanos son invisibles. Están ahí, a la vista de todos, y sin embargo sólo pueden verlas quienes son advertidos sobre su existencia. El sábado pasado les hablaba de las grullas de Gallocanta, piezas soberbias, pero que no son obra humana. En esa misma excursión descubrí, gracias a la generosidad de Juan Antonio Tello y Chabier de Jaime Lorén, una obra de arte oculta detrás de su evidente presencia.

Su nombre lleva a confusión: se llama Chopo Cabecero y puede confundirse con una especie de la familia de los álamos, pero no es así. Se trata de un chopo esculpido y por lo tanto artístico. La labor de escultura tenía como excusa una función práctica, la producción de vigas para edificios leves, pero también la Capilla Sixtina tuvo una justificación práctica. Ustedes han visto chopos cabeceros sin saber que los veían. Iban por la carretera y a lo lejos divisaban una hilera de árboles con un grueso tronco y una corona erizada de ramas largas, rectas, perfectas. Es muy probable que esos árboles siguieran la ribera de un río o de una acequia. Su apariencia es sorprendente, un sólido cuerpo, generalmente agrietado con la dignidad de los viejos rostros campesinos, y una cabeza que parecen dardos disparados al cielo.

Los chopos cabeceros están desapareciendo y muchos de ellos son ya ruinas a las que deberíamos dar un trato tan solemne y respetuoso como a las ermitas medievales. Desaparecen porque su justificación eran esas largas y rectísimas ramas de la cabeza, finas, ligeras, duras, poco vulnerables a los insectos xilófagos, que se usaban para la viguería de chozas, apriscos, alpendres, corrales, granjas o establos. La desaparición del trabajo campesino y el concurso de la viguería industrial han acabado con estos árboles de insuperable belleza. Quedan las ruinas.

La colonia de la que hablo está en tierras de Teruel, por la parte de Montalbán, de Utrillos, de Cantavieja. Los que me hirieron, cerca de Calamocha, eran candelabros cubiertos de cien luces doradas que trataban de arañar el cielo. Las hojillas temblorosas vibraban en el aire gélido, resistiéndose a caer. Como nosotros.

Artículo publicado en: El Periódico, 29 de noviembre de 2008.

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1 de diciembre de 2008
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Cuando el otoño se pone a cantar

Yo creo que una excesiva mayoría, tanto femenina como masculina, ama por los ojos. Unos pocos aman con el tacto. Mediante el olfato no es fácil amar, aunque causa incontables desamores. Y si bien el gusto conviene a la pasión ya atada por un sentido superior, cierta parte poco estudiada de la sociedad, es, no obstante, de considerable erotismo auditivo. Debo confesar que es mi caso y escribo esta impúdica página para aquellos que también declinan por la parte del oído y quizás no han osado salir del armario.

Me había sucedido ya con los buitres, pues ellos fueron los primeros en empujarme a aceptar mi identidad. Verlos fue un cataclismo, ciertamente: bajaban en bandadas que oscurecían el cielo jacetano mientras yo me aplastaba contra unos hongos malsanos. Sin embargo, lo que me hizo amarlos para siempre fue el estruendo causado por la resistencia del aire contra sus alas enormes. Cien buitres cayendo en picado sobre la carroña es un portento, pero el ruido, ese redoble germano de bronce y roble, pone los pelos de punta.

Pues me ha vuelto a suceder. En el cielo perfectamente cristalino de Teruel, las bandadas de grullas forman anamorfosis semejantes a las nubes de estorninos tan gratas a los espíritus sutiles. /upload/fotos/blogs_entradas/laguna_de_gallocanta_med.jpgCon la diferencia de que cada grulla viene a ser unas cien veces más grande que un estornino. Estas aves gigantes sobrevuelan la laguna de Gallocanta, en proximidad a Berrueco, para su estación otoñal. Este año no había muchas, sólo contabilizaban ocho mil cuando me acerqué a ellas el sábado pasado. En épocas más húmedas llegaron a ser cuarenta mil.

A lo mío. El espectáculo de las grullas giróvagas es soberbio, pero lo inesperado es el coro sobrenatural que cae de un cielo altísimo. Porque las ocho mil grullas que llegué a pillar en mi visita cantaban un lamento quizás turbado, quizás efusivo, de una languidez que parte el corazón más endurecido. Un canto tan femenino cuanto masculino es el de los buitres y que resuena en la inmensidad del valle como si varios ángeles del juicio final estuvieran ensayando. Amor total a la grulla, coro de Fauré en el réquiem de las aves.

Artículo publicado en: El Periódico, 23 de noviembre de 2008.

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26 de noviembre de 2008
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El primer asesinato popular

Pocos años antes, la Verdad del mundo se escondía bajo las enaguas de cien damas y jugaba al escondite entre puntillas y finísimo encaje o dormitaba en la entrepierna de las jovencitas que se habían labrado un hueco en el lecho del rey Luis y su corte. Pero ahora, quince años más tarde, la Verdad chapoteaba entre los ríos de sangre que fluían por las calles de París, como un colegial que se complace en salpicar a las gentes que pasan azoradas o eufóricas o aterrorizadas, mientras miles de ciudadanos degüellan aristócratas, roban a los burgueses o asesinan a los amantes de sus esposas. En apenas quince años la Verdad (o "lo real" pues de ambos modos se denomina esa condenación) pasó de danzar en los interiores vaporosos de la corte más poderosa del mundo a correr despavorida por calles alfombradas de cadáveres. La Verdad está pasando mucho frío en estos últimos años del siglo XVIII, y hambre y desesperación.

En 1793, con una población ahogada en sangre, los mejores varones de Francia están dispersos por las fronteras de Europa y en guerra con el universo. El gobierno ha de poner orden, pero ya no puede ordenar por la vía física. La nivelación ha sido tan brutal que las calles están llenas de gente que se palpa el cuello para constatar que aún lo conserva. El nuevo orden ha de producirse por y para el pueblo: por lo tanto ha de ser visible y espectacular. Comienza la apoteosis de la visión. En pocos años, gentes que jamás habían visto una lámina, que no sabían si Francia tenía forma de hexágono o triángulo, que nunca viera otro rostro bidimensional que el de la Virgen, el Cristo o algunos santos y santas, si acaso visitaba alguna iglesia en su vida, iba ahora a acceder a estampas, imágenes y figuras de la totalidad de los lugares, las personas y las cosas, hasta llegar al día de hoy en el que no hay un centímetro de la tierra que no haya sido convertido en imagen.

/upload/fotos/blogs_entradas/jacqueslouis_david_med.jpgDe modo que procedieron a poner orden mediante la aplicación terca y obsesiva de una forma. El encargado de dar forma a la Revolución (o sea, a la "realidad") sólo podía ser un artista y este artista, uno de los que con mayor ahínco había exigido la cabeza del rey, era Jacques-Louis David, uno de los más grandes pintores que ha dado el escaso talento francés en lo que a pintura se refiere antes del triunfo de la burguesía. Era David un revolucionario a quien no amedrentaba la sangre, pero era, además, algo que pronto iba a pudrir la vida social europea: un intelectual, el sustituto del clérigo.

La forma que David impuso a la revolución es un prodigio de imaginación, buena conciencia y delirio. No fue obra exclusiva suya, pero él la llevó a su extremo sublime y abstracto, a la eternidad. De pronto aquellos ciudadanos desaseados y malolientes se cubrieron con peplos o túnicas, calzaron sandalias, recogieron su cabello las mujeres con una trencilla de mirto y salieron a la calle portando guirnaldas, convertidos en una resurrección del mundo grecolatino. Los políticos se disfrazaron de Brutus, de Cincinato y de Catón. La revolución utilizó la sangre como fondo, a la manera de esos cortinajes de terciopelo escarlata que figuran en los interiores diseñados por David y sus artesanos. Procesiones a la romana pasearon por las calles de Paris y lo que había sido una orgía de sangre se convirtió en la pura forma del orden, del canon, del decoro.

Faltaba, no obstante, la imagen total, la anulación completa de lo que había tenido lugar entre cuerpos degollados o aplastados por la Verdad y que ahora debía formalizarse para que el tiempo se detuviera y la revolución, ya muerta, pasara a ser algo artístico. La ocasión le llegó a David gracias al asesinato de Marat. Comprendió de inmediato su sentido y lo convirtió en el icono de la revolución con lo que vació de contenido una fiesta que había anudado, desnudado y anonadado cuerpos humanos, para construir el impío primer espectáculo popular revolucionario.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_muerte_de_marat_1793_med.jpgEl trece de julio, Charlotte Corday cruza con engaños el umbral de la casa de Marat, el más poderoso de los nuevos tiranos, y logra llegar hasta la bañera del Amigo del Pueblo. El tribuno pasaba gran parte del día sumergido en agua para apagar la comezón que le producía su enfermedad dérmica. Charlotte, monárquica iluminada, lleva un cuchillo oculto en la enorme mata de su cabellera, bajo un sombrero de Calvados. Tiene 25 años y ha pasado la tarde leyendo a Plutarco. El Amigo del Pueblo escribe sobre una tabla de madera que apoya en los bordes de la bañera y se cubre con una sábana vieja. Le dice a Charlotte que se acerque para denunciar a los traidores de su ciudad, Caen. Charlotte clava el cuchillo con tanta precisión que le secciona la carótida. Marat muere desangrado. Esa es la imagen que David transforma en una nueva representación del entierro de Cristo. La bañera hará de tumba, la sábana de sudario, la disposición del cuerpo recuerda genialmente el descenso del crucificado de Tiziano. El pueblo entero de París desfilará para ver la pintura y llorar al muerto. Días más tarde, el propio David organizará la procesión de un catafalco con el cadáver de Marat embalsamado, dispuesto como en su tela. La representación ha superado al cuerpo desangrado. Marat, como Che Guevara, será para siempre una imagen que cuelga de un muro.

Uno huele el agua sucia, el sudor, las heces, oye el gorgoteo de la sangre, los estertores de Marat, el jadeo de la excitada Charlotte. Quizás el aire que entra por un ventanuco. De todo eso, nada. Había comenzado el arte comprometido.

Artículo publicado en: El Periódico, 22 de noviembre de 2008.

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24 de noviembre de 2008
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Que se os ve el plumero…

El gobierno catalán nos ha dado una nueva alegría. Hacía muchísimo tiempo que no oíamos hablar del contubernio de Munich o de la conspiración judeo masónica. La Generalitat lo ha puesto al día gracias a su exquisito plantel de diseñadores. Exigir una rectificación a The Economist porque tiene una opinión propia sobre España y sobre Cataluña, es algo magnífico. Imagino yo al pobre protoembajador catalán en Londres tragando saliva y dirigiéndose a uno de los más prestigiosos medios periodísticos del mundo para decirles que están mal informados. Y que no se metan con Pujol. Who? Es extraordinario. ¡Qué coraje! Un auténtico caballero español.

Era imprescindible renovar el viejo estilo. Muchos supervivientes recordamos los fenomenales aullidos de la Prensa del Movimiento o de los ministros folklóricos cada vez que Le Monde, Le Nouvel Observateur o The Times tenían la ocurrencia de escribir su opinión sobre el gobierno español. Por lo general, los jefazos daban la orden de protestar y todos los plumillas del país cantaban a coro sus jeremiadas, dirigidos por el sin par Emilio Romero. El argumento era que nos tenían envidia y que no nos conocían. Ahora, como se ha visto, ha sido una consejera del gobierno catalán la que ha protestado en persona, mientras los plumillas más bien miraban hacia otro lado avergonzados. Lo novedoso es que no ha faltado algún periodista, como Juliana en el diario de la burguesía barcelonesa, que haya comentado lo aconsejable que es, en estos casos, mantener un juicioso silencio. De todos modos, aunque el argumento se ha rediseñado, sigue siendo el mismo: estos ingleses, dice la consejera Tura, no nos conocen. Si nos conocieran, nos amarían. Es de todo punto imposible no amar al gobierno catalán.

La burbuja en la que viven los políticos catalanes les impide ver que este tipo de protestas oficiales son propias de países como Corea del Norte o Birmania en donde no hay políticos sino dueños de fincas. Y que suponen un ridículo pavoroso. Las carcajadas de los europeos han debido de ser pantagruélicas.

Artículo publicado en: El Periódico, 15 de noviembre de 2008.

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17 de noviembre de 2008
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