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Escrito por

Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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Nuestros mejores años

Parece que poco a poco, pero de un modo inexorable, nos vamos deslizando pendiente abajo hacia nuestro sólido fundamento, la pobreza. Es como volver al hogar. España siempre fue pobre. Incluso aquellos que creían no serlo, como los catalanes y los vascos, eran igualmente pobres comparados con cualquier individuo europeo, sólo tenían un pasar cuando se comparaban con sus vecinos. Una cosa era ponerse al lado de un recio aragonés o del agaitado gallego, que del enorme teutón o el carnívoro británico.

Los países pobres parecen desdichados, pero se exagera mucho. Hay que distinguir entre pobreza y miseria. Un bracero andaluz seguramente es pobre, pero tiene su casa limpia, la encala todos los años y pone flores lustrosas (pelargonios rojos principalmente) en el portal para que se advierta que allí vive gente civilizada y con honra. Por el contrario, ¿cuántas granjas no hemos visto cuyos propietarios son mucho más ricos, pero viven entre basura de porquerizo, neumáticos viejos, un tractor oxidado, uralita cancerígena y vacas cubiertas de boñiga seca? Estos no son pobres, son miserables.

Un pobre es cualquiera de esos aficionados al Real Madrid, al Barça, al Betis o al Deportivo de La Coruña, da lo mismo, que se viste de vikinga, se encasqueta una peluca con trenzas y sigue a su equipo hasta Hamburgo, en donde arma un ruido infernal y se abraza furiosamente a sus amigos, todos ellos talludos, heterosexuales e hirsutos, todos vestidos de vikinga o de gallega. Un miserable es el que masca un puro en la tribuna de invitados tratando de arrancarle un momio al presidente del club mientras se aburre mortalmente.

Establecida la diferencia, repetiré que nos deslizamos inexorablemente hacia la pobreza, pero no hemos de temerla porque es, por así decirlo, nuestra verdadera condición. Siempre hemos sido pobres y sabemos cómo apañárnoslas. Seguiremos armando ruido, vistiéndonos de gallega y haciendo el pata. Es nuestro sino. De vez en cuando, de en medio de esa masa informe y escandalosa, surge un tipo ensimismado, audaz, imaginativo y divino. Entonces escribe "El Ruedo Ibérico", pinta "Las señoritas de Aviñó" y compone "El sombrero de tres picos". Es un privilegio de los pobres contar con ciertos pobres de lujo que normalmente sólo se dan en tierras ricas. A esos pobres de lujo nadie les hace ni caso, pero son los verdaderos representantes del país y uno se siente muy a gusto con ellos. Por el contrario, en los países ricos a la gente la representan los políticos y ya sabemos qué ganado es ese.

Regresaremos, por lo tanto, a nuestra vida incompetente, retrasada, chapucera, al vuelva usted mañana, a la beocia, la faca, el berrido tabernario y el vino barato, pero con cierta dignidad difícil de definir. En los últimos tiempos, cuando aún soñábamos con ser ricos europeos con ríos caudalosos cruzando nuestras opulentas ciudades, empezábamos a dar síntomas de miseria. De pronto los hinchas del fútbol hablaban como economistas y disputaban sobre cuestiones ideológicas, como que si Muntañola quería ser andorrano o si Romualdo apoyaba la huelga de educadores. Las fiestas de pueblo se convertían en museos medievales, las algaradas adolescentes en manifestaciones con sindicalista de pago, los periodistas en analistas, las corridas de toros en ataques a la identidad. Estábamos pasando de la pobreza a la miseria.

Dos han sido los síntomas finales que me han hecho desear que llegue de una vez la pobreza nuestra de siempre. Una señora de Castellón de la Plana que se dirigió al distinguido público de Las Cortes diciendo algo así como "Que os metan un paraguas por el ano y que lo abran". Bien es verdad que es hija de un patricio que ha logrado lo imposible: estrenar la escultura más grotesca del país, y mira que las hay, pero la emulación con su progenitor no debería haberla llevado a la miseria siendo tan joven. Merecía haber pasado más años de pobreza.

El segundo caso es aún peor. Un subalterno del gobierno de Pujol, al escuchar de algún ministro español la célebre frase: "En lugar de cerrar hospitales cierre embajadas, hombre de Dios", contestó: "No me toques los cojones". Ahora que ha logrado alzarse a la miseria, este empleado catalán debería entender de una vez por todas que a partir de cobrar un millón de pesetas a costa del elector, ya no se tienen partes pudendas. Eso queda para los pobres.

Insisto. Aquí la riqueza nos convierte en tipos pretenciosos, ordinarios y patanes, un poco como el esperpento televisivo que nos ha traído el gran capital. La pobreza verán ustedes cómo nos devuelve a la vida verdadera, honesta, cavilosa y resolutiva.

(Artículo publicado en Jot Down Magazine)   

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17 de agosto de 2012
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El libro que leería durante la película que no puedo perderme

La revista digital JotDown me pidió (a mí y a muchos más) unas líneas sobre mi libro y película favoritos. Esta es la contestación: 

 

En cuanto al mejor libro de todos cuantos se han escrito, no me cabe ninguna duda, es la Recherche du Temps Perdu de Marcel Proust. Debería añadir que es el mejor libro nunca escrito para nosotros. Creo obligado añadir que no es el más indicado, por ejemplo, para un monje toscano del siglo XIII o para un macedonio del tercero antes de Cristo. Ni siquiera para un devoto islamista de nuestros días, aunque nunca se sabe, a lo mejor se curaba.

    Resumiendo, si lo que el aficionado anda buscando es aquello que cada uno de nosotros debería saber antes de morir, todo se encuentra en el libro de Proust, el cual, lejos de ser una "novela", como suele catalogarse, es, muy al contrario, el ensayo más sabio escrito por la inteligencia más penetrante del siglo XX. En sus seis mil páginas se encuentra la totalidad del saber humano llamado "moderno" y buena parte del antiguo, o sea, la percepción sensible de las cosas, el sentimiento de pertenencia a la especie, las relaciones amorosas con las personas mayores, la dependencia materna, el amor de las muchachas en flor, la grandeza y la gloria de los nobles, la ambición social de los plebeyos, la sexualidad en todas sus manifestaciones, las tiernas perversiones, los peligros de la depravación, el irresistible ascenso de los mediocres, la inevitable tragedia de los mejores, las patéticas parejas desiguales, los celos activos y retroactivos, la destrucción del ser amado, el progreso del envejecimiento, la imparable decadencia, el dolor y la muerte en vida, los viejos sin amor, la aniquilación.

    En realidad también trata sobre la estructura del tiempo, los trampantojos de la espacialidad, las paradojas de la lingüística, la inseguridad de la etimología, el lujo de la matemática, la gran técnica sartorial, en fin, de innumerables cosas y asuntos que sería inútil tratar de catalogar porque lo propio de este libro es ser inagotable y aunque su asimilación (un poco seria) ocupa entre cuatro y seis meses de lectura diaria, debe volverse sobre él cada veinte años si uno tiene la suerte de contar con varios veinte años de renta vital. Si no, entonces por lo menos una vez hay que leerlo como quien lee su sentencia de muerte. Para decirlo a la manera francesa: si no se lee, uno corre el peligro de morir idiota.

    Por el lado del cine el asunto es más delicado porque aún no ha aparecido una obra comparable a la Recherche. Arriesgando mucho, creo que elegiría The Night of the Hunter, de Charles Laughton porque es lo más parecido que ahora recuerde a un fresco románico, que es lo que se corresponde  mejor, dentro de la visualidad cinematográfica, a nuestra época. En primer lugar, trata del asunto principal del medievo, el del bien y el mal. Al decir medievo me refiero a aquellos mil años (del siglo V al siglo XV) durante los cuales los europeos nos encerramos en nuestra interioridad más oscura e impenetrable y nos desentendimos del mundo físico. Mil años de meditación acerca de cómo evitar el mal para salvar el alma cumpliendo determinadas condiciones, ya que durante mil años fuimos inmortales.

    En la película de Laughton (la única que filmó en su vida) el problema se presenta en su verdad más cruel: hay gente mala y gente buena. No es un planteamiento, digamos, como el del progresismo actual para el cual no hay "malos" absolutos sino personas enfermas, descarriadas, equivocadas, con familias desestructuradas o que han crecido en medios de gran pobreza, etc. Laughton no cree en ninguno de los tópicos progresistas sobre la inexistencia del mal (generalmente inventados por gente más estúpida que malvada) y presenta a un maligno total, uno de los más grandes de la historia del arte y mira que hay, el siempre metafísico Robert Mitchum.

    La segunda genialidad es proponer la maldad en su aspecto insoportable. Este malvado se ve en la obligación de asesinar a unos niños porque han sido testigos de su anterior asesinato. El mal actúa siempre de este modo: produce el mayor daño posible sobre los inocentes, pero luego ha de seguir asesinando si quiere mantener los privilegios adquiridos. Es el angustioso laberinto en el que se retuercen como lombrices los paranoicos de ETA y asimilados.

    Y la tercera genialidad de la película es presentar el bien bajo la forma de una anciana frágil, cursi, insignificante, pero armada con un rifle de repetición más grande que ella. De nuevo Laughton evita las ridiculeces progresistas: el bien se defiende con las armas como sabe cualquiera que haya prestado un poco de atención a la sulfúrica carrera de Hitler. El proceso de persecución, protección y deriva de los niños amenazados se produce sobre un fondo mítico: el río de la vida bajo un cielo estrellado de verano. Sosegados con el canto de las ranas y los susurros del viento, vigilados por lechuzas y búhos, los niños dormidos a la luz de la luna se deslizan río abajo protegidos por la leve Lilian Gish y su bello rifle. Creo que nunca he sido tan feliz.


 

(Artículo publicado en Jot Down Magazine)  

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23 de julio de 2012
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Como hijos de Marco Polo

Gracias a una fatigosa mudanza he podido platicar con un selecto grupo de transportistas que no han interrumpido la faena ni siquiera para ver el partido de la copa europea, o como se llame. Caso extraordinario. A lo largo de dos días durísimos, cargando toneladas (no exagero: había que desplazar una enormidad de libros que han sumado casi tres mil kilos), subiendo y bajando muebles, pero también protegiendo delicadamente cada copa de cristal, sólo descansaban una hora al mediodía para dar cuenta de los bocadillos que ellos mismos se traían de casa. Es posible que la presente ruina general, muy darwinianamente, deje vivos tan sólo a los mejor preparados para la adaptación. Esta brigada, desde luego, me ha parecido que cumple exactamente lo que nos exigen la señora Merkel y asociados, es decir, arrojar al pasado el ídolo del haragán mediterráneo.

     Les he manifestado mi admiración, sobre todo si los comparaba con anteriores mudanzas más, por así decirlo, castizas, y me han dicho que ellos trabajan a destajo desde hace años con excelentes resultados: no han tenido que parar ni un solo día. El jefe sonreía mirando a sus colegas y ha añadido: "¡Nos tendría que ver en Rusia!". El otro ha exclamado: "¡No, mejor en Kazajstán!". El meneo de cabezas y el intercambio de risitas irónicas recordaba el tiempo glorioso del servicio militar.

     Esta gente trabaja mucho con países del este y diferencian entre Rusia y "lo que queda más allá" como los colonos americanos entre la costa más o menos civilizada y el lejano Oeste. En las fronteras rusas actuales tienen problemas cada tres o cuatro envíos. El más celebrado fue aquel, muy al principio, cuando les detuvieron con un camión cargado de cerámica valenciana y uno de los oficiales empezó a pasear por sobre las cajas y embalajes un extraño artilugio que emitía pitidos. "Esto es un radiaktifo", acabó diciendo con aire desolado. "No pasan. Muy radiaktifo". Los transportistas comenzaron a llamar a España, a Valencia, a los empresarios y a preguntar si la mercancía había sido sometida a un tratamiento químico especial etcétera. Dos días estuvieron con estupenda buena voluntad buscando una explicación, hasta que uno de los directivos de la empresa les preguntó si le habían dado al oficial los habituales trescientos euros. Cruzaron al instante, no sin que antes, con absoluta seriedad, el oficial ordenara que el camión fuera rociado con una espuma que olía a lavanda. "¡Limpio!, exclamó el aduanero con una sonrisa triunfal. ¡Eliminata toda radiaktifa! ¡Limpio como mirada de ninio!". Ahora cada vez que llegan a la frontera rusa preparan trescientos euros que se añaden a la factura.

     Más allá de Rusia, sin embargo, las cosas no son tan simples. En Kazajstán ningún transporte viaja solo. Han regresado las caravanas medievales. Orugas de un kilómetro formadas por enormes camiones atraviesan el país con gente armada a comienzo y final del convoy. Han renacido las bandas de salteadores y forajidos y muchos camiones que se arriesgan a ir solos son abordados por bandidos que ya no atacan a caballo y espingarda sino en todoterrenos con una ametralladora atornillada al capó.

     Como en los tiempos del feudalismo, allí hay que pagar cada vez que se cruza una ciudad. A veces incluso un pueblo. El soborno que en Rusia sólo se suelta una vez, puede llegar a pagarse hasta diez o doce veces en las antiguas repúblicas soviéticas, lo cual obliga a subir la factura del cliente, que es en último término quien alimenta a los corruptos. Son viajes azarosos, apurados, imprevisibles, que siempre han de hacerse en compañía de gente de la tierra, no sólo para labores de truchimán, sino también como guías en territorio comanche.

     "A pesar de todo, me dice el jefe, sale a cuenta. Tenga usted presente que es ya la única gente con suficiente dinero en efectivo como para comprar un camión entero de mercancía que se haga diez mil kilómetros de una tirada. Hemos llevado cargas y más cargas de grifería de lujo, de muebles antiguos, de televisores carísimos, teléfonos último modelo, piezas de recambio de automóviles para millonarios, electrodomésticos, perfumería, y en una ocasión varios cañones de bronce con serpientes de adorno". Y añade: "Imitaciones, claro", como si cupiera otra posibilidad. "¡Ah, pues no lo dude! Conozco un amigo que llevó el camión repleto de bombas de la segunda guerra mundial para un coleccionista. Desactivadas, según parece. En ese viaje, milagrosamente nadie le cobró la mordida. Bastaba con mostrar el nombre del cliente para que abrieran paso a gritos, empujándose y soplando en sus silbatos como energúmenos".

     En efecto, ya sólo hay dinero en los países intervenidos por las mafias de estado. Aunque quizás ya sólo tengan dinero los mafiosos en general, a la vista de lo que estamos constatando en nuestros bancos. No es que no tengan dinero, es que sus arcas están llenas de deudas. Parece lógico pensar que son las mafias las que ahora dirigen el mundo. Quizás no vaya peor, pero será duro adaptarse.

(Artículo publicado en Jot Down Magazine

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27 de junio de 2012
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El más famoso desconocido

El aficionado que transite todo el corredor y las salas adyacentes dedicadas a Goya en el Museo del Prado, llegará al cabo hasta un cul-de-sac donde se han reunido unos pocos documentos, el retrato de Fernando VII, algunos dibujos, sanguinas y aguadas que pocas veces salen a la luz, todo ello relacionado con un aspecto poco conocido de Goya, su contribución a la Constitución de Cádiz, la de 1812, la Pepa. Es una muestra mínima, pero de sumo interés. Durará poco porque se ha expuesto sólo para cubrir el hueco de las obras prestadas a Caixaforum para su exposición en Barcelona.
Nuestro pintor más universal es, también, el más misterioso, como si su sordera se hubiera extendido hasta afectar a la Historia misma. La documentación sobre su vida es escasa y la que nos ha llegado no informa acerca de lo que este hombre podía pensar realmente sobre las cosas, los sucesos y las personas. Valga el asunto celebérrimo de sus trabajos para la duquesa de Alba. Sólo han servido para que cuatro cerebros efervescentes inventaran historias salaces, sainetes de tonadillera y toreador. Que hubo amistad entre el pintor y la duquesa y no sólo reverencia, es seguro. Muy probablemente por el carácter tan abierto como despótico de la de Alba, habituada a tratar a sus empleados como si fueran niños chicos. Suponer algo más es pura fantasía o desconocer cómo las gastaba la alta nobleza con las clases inferiores incluso en la España cañí.
Sabemos muy poco de la vida privada de Goya, pero aún sabemos menos de sus años más poderosos, los de la convulsión revolucionaria contra el absolutismo, seguida por la invasión napoleónica y la guerra contra el francés. Tan es así que apenas hay documentación sobre un aspecto esencial: ¿fue Goya un patriota, como puede deducirse de sus cuadros más conocidos? Tanto los fusilamientos como la carga contra los mamelucos se consideran emblemas icónicos de la reacción "nacional" contra el invasor. ¿O fue, por el contrario, un partidario de la monarquía extranjera, un afrancesado? Buena parte de sus amigos lo fueron y casi todos partieron al exilio con el rey José. También Goya se exilió, aunque de forma voluntaria. Entonces, ¿fue un patriota o un traidor? Que asunto tan decisivo aún se discuta, no deja de ser sorprendente.
¿Cabe la posibilidad de que Goya fuera, más sencillamente, un liberal a la manera de los constitucionalistas, alguien a quien la esperanza de un cambio de régimen pudo transformar y dar ánimos? Pues tampoco se sabe a ciencia cierta, aunque los indicios son claros hacia esa posibilidad, que es la que ilustra la minúscula sala del Prado.
También un libro reciente, La reinvención de un cuadro, de Alberto González Troyano (Abada) trata el asunto y se inclina por esta última hipótesis. Para los aficionados, el libro de Troyano es indispensable porque analiza dos de las obras más olvidadas de Goya, la llamada "Alegoría de la constitución de 1812" (en Estocolmo), título que no es del pintor sino de un coleccionista. Y el boceto previo, "La Verdad rescatada por el Tiempo" (en Boston). Es evidente que el último anticipa al primero, pero no tenemos ni idea de si la alegoría fue realizada por encargo de alguna autoridad liberal, por deseo personal del artista, o si acaso fue un acto secreto, sin finalidad. En resumidas cuentas, no sabemos por qué lo pintó Goya. Troyano cree que fue una decisión espontánea del pintor, entusiasmado con el fin de la España oscurantista y la posibilidad de una España liberal e ilustrada, pero nada hay que lo certifique excepto la intuición de los expertos. En los últimos años, de todos modos, esfuerzos como los de Troyano están siendo cada vez más rotundos en favor de un Goya constitucionalista. Los documentos de la salita así lo indican.
Lo que me parece sumamente extraño es que sepamos tan poco de uno de nuestros artistas más profundos y que ignoremos incluso un punto tan crucial como éste, ¿traidor, patriota, o escéptico? Escondido detrás de un telón (justamente) goyesco con duquesa lúbrica y lacayo en paños menores como en una película de Alfredo Landa, la pereza ha escondido a una de las personalidades más fascinantes de la historia de España. Es otro modo de despreciar a los mejores. No por casualidad los dos únicos cuadros de ese posible Goya constitucional están en museos extranjeros, como remarca, no sin ironía, Alberto González Troyano.

 

 (Artículo publicado en Jot Down Magazine)

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18 de junio de 2012
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Decadencia del intelectual demócrata

¿Realmente merece casi 300 páginas este minucioso análisis de una figura menor del islamismo y sus relaciones con dos periodistas europeos? Cuidado: uno puede equivocarse con el último libro de Paul Berman. Solo su prestigio como uno de los más brillantes intelectuales del New York Times, del New York Review of Books o de la New Republic nos obliga a seguir leyendo, persuadidos de que va a desvelar una verdad difícil de conocer. Y así es, pero solo aparece avanzado el ensayo titulado La huida de los intelectuales, publicado por Duomo en magnífica traducción de Juanjo Estrella.

Todo empieza con un intelectual musulmán, Tariq Ramadan, halagado por el mundo anglosajón, aunque poco conocido en nuestro país. Berman desmenuza las razones por las que a este hombre se le considera uno de los pocos islamistas con quien puede discutirse sobre la modernización del islam, la coexistencia del Corán con la democracia, la renovación de las sociedades musulmanas y otros temas semejantes. Ramadan sería un caso insólito de musulmán ortodoxo que, sin embargo, aprecia la modernización y la cree compatible con la religión coránica. El lector, sin embargo, pronto comprende que es un espejismo. Ramadan, vástago de una notoria familia de personalidades religiosas, comparte, en realidad, los principios de los Hermanos Musulmanes, incluida una estudiada ambigüedad sobre la lapidación por adulterio o la ablación, y está más cerca de lo que parece de terroristas histéricos como los qutubistas, porque mantiene un antisemitismo que de los nazis llegó a los islamistas a través del muftí de Jerusalén, Haj Amín al Husseini, con quien comparte la admiración por Los protocolos de Sión. Como es lógico, Ramadan no lo llama "antisemitismo" sino "antisionismo", pero el lector verá que es la misma diferencia que hay entre "separatismo" y "soberanismo". Son modos de suavizar la violencia.

Sin embargo, con ser interesante para nosotros (Ramadan ocupa un lugar similar al de Bildu y aledaños respecto a ETA), este no es el verdadero argumento del ensayo. De hecho, Ramadan, invitado en universidades americanas, entrevistado y adulado por periodistas demócratas, tenido en gran estima por la izquierda (oficial), no sería sino otro ejemplo del creciente poder que van teniendo los ultras, confesos o velados, para imponer sus criterios sobre los demócratas. No en vano el ensayo se llama La huida de los intelectuales.

Una vez ha mostrado el salafismo latente en Tariq Ramadan (que hay que desenterrar en las notas a pie de página de sus ensayos), Berman enjuicia a dos prestigiosos periodistas que le han bailado el agua: Ian Buruma y Timothy Garton Ash. Podrían haber sido otros. Los hay a montones, como los que "comprenden" el terrorismo vasco o los "equidistantes" entre demócratas y abertzales. El caso es que tanto Buruma como Garton han dado incienso a Ramadan, en tanto que, por otro lado, desprecian a Ayaan Hirsi Ali, la luchadora somalí por los derechos de las mujeres musulmanas, a quien, como a Rushdie, persiguen los asesinos islámicos por el mundo entero.

¿Cómo es posible que dos periodistas del prestigio y el talento de Garton y Buruma puedan alabar a un criptofascista y despreciar a una víctima heroica de la lucha contra los islamistas fanáticos? Este es el asunto. Porque, en efecto, los equidistantes, los que "comprenden" a los terroristas, no se quedan en eso, sino que suelen ser los más enconados enemigos de aquellos que se juegan la vida contra el terror, como le ha sucedido a Savater o a Maite Pagaza en el País Vasco. Berman es demoledor cuando analiza la violencia que Garton y Buruma mostraron contra Pascal Bruckner porque osó contradecirles, así como la ocultación en que mantienen a los musulmanes que en verdad luchan contra el terrorismo islamista y que viven escondidos de los asesinos sin apoyo de los intelectuales "comprometidos". Una repetición de los juicios sumarísimos contra aquellos que denunciaban el estalinismo o el castrismo el siglo pasado.

La conclusión de Berman, no por modesta menos inquietante, viene a decir que solo dos hechos explican esta tolerancia hacia los propagadores de la ultraderecha musulmana en el ámbito liberal y de izquierdas. Y estos dos hechos son, el primero: "El crecimiento espectacular e intimidatorio del movimiento islamista desde el tiempo de la fetua dictada contra Rushdie". Hay que considerar que en Europa viven 20 millones de musulmanes, casi todos ellos sometidos a la amenaza de los clérigos seleccionados para apacentar el rebaño. Hoy veía yo en el telediario a uno de ellos que apacienta en Tarrasa y recomienda dar buenas palizas a las mujeres. Tratado con exquisito respeto, este bárbaro sigue siendo el dueño de su barrio y nadie se atreve a tocarle un pelo de la barba. Eso sí, los sagaces estudiantes de la Autónoma de Barcelona expulsaron a Rosa Díez al grito de "fascista, fascista".

El segundo hecho lo conocemos muy bien: es el terrorismo y su capacidad para mover conciencias en dirección contraria a la justicia y la libertad. Su poder para dominar sociedades enteras que de la noche a la mañana se convierten en equidistantes y comprensivas, sobre todo entre profesionales de la izquierda que no quieren meterse en líos. El ensayo de Berman, aunque pueda parecer que trata un punto particular sobre islamistas radicales e intelectuales europeos, tiene una capacidad de elucidación mucho más amplia y nos toca de cerca.

Debo decir que probablemente este comentario va a ser desmentido y ridiculizado por un montón de expertos y especialistas. Como el nacionalismo, el islam mueve a centenares de comprensivos equidistantes, todos progresistas. El lector que tenga alguna duda, desconfíe, en efecto, de mi opinión y diríjase directamente a Berman. No creo que haya mejor guía para reconocer de inmediato al intelectual que sale por piernas.

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4 de junio de 2012
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Soldados de juguete

Recuerdo que en aquella época, cuando aún se cumplía con el servicio militar, es decir, con el ejército popular, los mandos nos repetían una y otra vez que la nuestra era la primera generación de españoles que no había conocido guerra en su tierra. Desde entonces son ya varias las generaciones que no saben lo que es una guerra. No sólo en España, también la última contienda de la Europa del euro acabó hace más de sesenta años. Sesenta años con la única, brutal y lejana matanza de los Balcanes, eso son, según el cómputo tradicional, cuatro generaciones sin haber participado en guerra alguna. Una verdadera primicia en la historia de la humanidad. Abuelo, padre, hijo y nieto no han visto la guerra más que en el cine. Nunca se había visto nada igual.

    Puede parecer cínico, pero si por un momento nos situamos fuera del ámbito de la compasión y el sentimiento, no estoy yo seguro de que la actual incapacidad de las generaciones jóvenes para defenderse no arranque de ese olvido. Es posible que las únicas referencias violentas de millones de jóvenes actuales sean el terrorismo y las reyertas a la salida de la discoteca, dos formas de lucha degeneradas y para degenerados. Las guerras dejaban una huella profunda sobre la necesidad de entender al enemigo, la imbecilidad de las agresiones estériles, la exigencia de negociar con el demonio, la primacía del dolor. También una visión menos idealista de la subsistencia y sin duda un escepticismo abismal respecto de las clases políticas, fueran del partido que fueran.

    Creo que en los tiempos que corren se está produciendo una guerra, pero es la que corresponde a quienes vivimos en la cultura del simulacro. La mal llamada "crisis" es una guerra que va a dejar víctimas por cientos de miles y sin embargo no parece violenta porque no hay ejércitos en liza, sino corporaciones anónimas y tropas invisibles que arruinan a millones de ciudadanos, es decir, los hacen prisioneros. La guerra ha adoptado el papel apropiado a nuestro modo de vivir en el mundo. Si los niños que sufrieron guerras de sangre jugaban a soldados con espadas de madera (así como muchos niños africanos juegan ahora con pistolas), nuestros niños actuales lo hacen con videoconsolas, si es que aún se llaman así. No ponen el cuerpo en juego, sólo la mente o lo que queda de ella.

    La guerra actual no ataca al cuerpo sino a la imaginación. Tiene consecuencias materiales, pero fuera del cuerpo. Nos arruina, nos deja en la miseria, nos desahucia, pero sin rozarnos la piel, como si fuéramos transformándonos de aspecto, a la manera de los monstruos del cine, en una pantalla que es también un espejo. Esa pantalla es nuestra cuenta bancaria. Hay gente que ha pasado de figurar en una teleserie familiar, con el padre y la madre trabajando, dos coches en el parking y los niños bien peinados, a un reality show en el que se les ve desesperados, comiendo de caridad y con niños que gritan ante la cámara. Sin embargo, nadie les ha tocado un pelo.

    Nuestra situación (y aún más la de Grecia) se parece a la degradación de la república de Weimar, cuando en Alemania tenías que llevar una maleta repleta de billetes para comprar pan. Aquella espantosa ruina condujo al poder nazi, como se insinúa en Grecia, y se resolvió con una guerra mundial. Ahora no puede haber guerras en Europa. Son materialmente imposibles. Las guerras se pelean en el extrarradio, Afganistán, Somalia, Libia... En Europa no habría modo de usar las tropas porque las actuales están formadas por mercenarios y en consecuencia sólo obedecen a quien les paga, el cual suele ser el mismo que provoca la ruina.

    Me parece a mi que esa es también la explicación de que un movimiento de masas como el del 15M (creo un error el uso del calificativo "indignados" por paternalista y reaccionario) no consiga ni siquiera el efecto espectacular de Mayo del 68. La incapacidad para entender la violencia, el olvido absoluto de lo que significa una guerra, el analfabetismo funcional, conducen a la revuelta de patio de colegio.

    No estoy insinuando que el 15M deba pasarse al terrorismo. Cualquier movimiento violento es, en la actualidad, la excusa ideal para asentar aún más fuertemente el poder de los especuladores. No hay grupo violento que no acabe machacado o, en el mejor de los casos, puesto en ridículo como es el caso de ETA. Digo que si un movimiento quiere enfrentar esta guerra con éxito necesita dirigentes, estudio, planificación y programa. Aunque lo más arduo es aprender la disciplina, el sacrificio y la voluntad de poder ineludibles y tan estúpidamente arrasados por la así llamada izquierda en el último medio siglo. Con las asambleas y moviendo las manos como sonajeros sólo se ganan portadas en la prensa quebrada.

    Esta es la razón por la que algunos llevamos décadas afirmando que la destrucción educativa en España ha sido una colosal derrota popular.

 

(Artículo publicado en Jot Down Magazine)

 

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29 de mayo de 2012
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En manos del enemigo

Con frecuencia oigo decir que es inmoral condenar a todos los políticos por el mal comportamiento de unos pocos. Aunque quienes lo dicen suelen ser políticos, podríamos aceptarlo, pero sería más convincente si los políticos que aún no se han corrompido denunciaran a sus colegas corruptos. No suele suceder, o al menos yo no conozco un solo caso.

En Andalucía un tipo ha estado gastando el dinero del contribuyente en dosis de cocaína capaces de matar un hipopótamo, pero ninguno de sus colegas se había percatado. Iba repartiendo dinero a puñados entre los amigos del partido, pero ningún socialista andaluz lo había advertido. Los subsidios de desempleo iban a parar a sus colegas y ningún responsable lo había señalado. Sin embargo el delincuente, un alto cargo de la Junta, dice que todo el mundo lo sabía.

    En Valencia una trama corrupta llega por fin hasta los juzgados, pero sin consecuencias entre los políticos profesionales del partido incriminado. Ni uno solo ha pedido excusas o ha censurado a sus compañeros rufianes. En Las Baleares hay un partido, el de una mujer llamada Munar, que se inscribió en el registro con el propósito explícito de delinquir y en efecto se convirtió en el partido del latrocinio abierto y conocido por toda la sociedad política balear. Ni un solo político dijo nada. Tampoco los de la oposición.

    En fin, la impresión es que la totalidad de la sociedad política está corrompida, sea de facto o por su silencio, a la manera de los nacionalistas vascos, cómplices de los crímenes de ETA por su colaboración pasiva.

Una sociedad totalmente corrupta es muy difícil de combatir. No hace muchas semanas escribí que las tramas de corrupción actuales son tan opacas y técnicas que sólo un novelista puede dar cuenta de ellas. Así sucede en Cataluña, donde una corrupción general está perfectamente controlada por las cien familias. ¿Podría con ellas un novelista?

    Confieso que me equivocaba porque ha sido un periodista el que ha escrito un reportaje demoledor sobre las tramas de corrupción catalanas, las cuales incluyen a nacionalistas, socialistas, separatistas e incluso al PP. Sólo se salvan los de Ciutadans. El periodista es Manuel Trallero y el libro se titula Música celestial (Debate). La trama delictiva viene descrita a partir del llamado "caso Palau", es decir, el latrocinio a que se dedicaban Félix Millet y sus secuaces desde la sede del Palau de la Música Catalana. Nadie conoce a ciencia cierta las cifras finales, pero parece que ya vamos por los trescientos millones de euros.

Lo asombroso es que en la minuciosa descripción del sistema y de las corrupciones concretas, expuesto por Trallero con gran detalle, aparecen todos los nombres de la sociedad barcelonesa acomodada, los ricos, los poderosos, sus abogados, sus banqueros, no falta ni uno. La colaboración de políticos, empresarios, leguleyos, inspectores de hacienda, medios de comunicación, jueces, en fin, de la elite catalana, para desvalijar a los contribuyentes es apabullante.

    No es un libro para leer por diversión, es un tremendo volumen de quinientas páginas en donde se detalla cada operación, quién cobró y cuánto, cómo se escondía, quién urdía la mentira, cómo se disimulaba, cómo aparecía en los diarios "serios" y en las televisiones nacionalistas. Los lectores barceloneses conocerán a cada uno de los personajes implicados, los cuales van desde columnistas de diario hasta banqueros del catalanismo y grandes familias soberanistas, pero los lectores forasteros apenas si les sonarán un par de personajes. No importa. Lo relevante del libro es que expone con precisión la complicidad de toda la sociedad acomodada y la necesidad de que los partidos políticos garanticen la impunidad de estos truhanes. Parece que no tengan mejor función. Es, en verdad, terrorífico.

    Ahora bien, no vaya a creerse que es un trabajo para descubrir tan sólo la ciénaga que oculta el llamado "oasis catalán" y la inmensa corrupción que se envuelve en la bandera catalana (eso todos lo sabíamos), es más bien un trabajo para entender cómo funciona la corrupción generalizada en Cataluña, en Valencia, en Andalucía, en Baleares, en España entera, porque los métodos son los mismos, se imitan los unos a los otros y sólo cambian los nombres.

    Así que, en efecto, seguramente hay políticos honrados, pero tampoco me fío de ellos si no se deciden a defender la democracia. Porque lo abyecto de la corrupción es que destruye cualquier intento de hacernos creer que vivimos en un país democrático. La partitocracia no es democracia, como bien lo han sufrido los italianos hasta que ha llegado un tecnócrata europeo para sustituir a los delincuentes. ¿Cuándo nos enviarán uno a nosotros?

(Artículo publicado en Jot Down Magazine)

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21 de mayo de 2012
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Las churras y las merinas

Por pura comodidad usamos el término de crisis para referirnos a una multitud de procesos distintos, porque diversas son las causas que en diferentes países han culminado con una quiebra nacional. No por las mismas razones se han hundido en la miseria Islandia, Grecia o Irlanda. Distinguirlo es importante si uno desea saber lo cerca que está España de cometer los mismos errores. Que los haya cometido o esté por cometerlos puede conducirnos al tercer mundo, que es donde están ahora los tres países antes mencionados.

No lo digo yo, lo dice un especialista en investigación económica del New York Times y de Vanity Fair, Michael Lewis, cuyo esclarecedor Boomerang ha sido traducido por Deusto. Lewis, modelo de estudioso que entrevista a los protagonistas reales, tanto si son directores de bancos alemanes como si se trata de pérfidos especuladores de Goldman Sachs, aclara algunos puntos clave que permiten valorar el grado de incompetencia de los dirigentes de los tres países mencionados, así como la ciega codicia de sus poblaciones.

Islandia es el caso más triste. Una sociedad dirigida por un puñado de patrones de pesca sin la menor idea de economía, metidos a financieros y persuadidos de haberse convertido en ases de las finanzas, mientras las corporaciones americanas les vendían por toneladas los fondos más tóxicos. Es el único país de Europa en el que una sociedad enfurecida ha intentado meter en la cárcel a los dirigentes que les han llevado a la ruina. Por supuesto sin tener en cuenta la responsabilidad que esa misma sociedad ha tenido en el disparate. Islandia ilustra sobre lo peligroso que es depender de un gobierno de inútiles. Para nuestro regocijo la salida del agujero se la plantean de un modo original: cambiando todos los dirigentes machos por dirigentes hembra, comenzando por la presidenta. Las razones, perfectamente sensatas, hay que leerlas en el libro.

La ruina de Irlanda es asunto por completo distinto. Juega aquí también la torpeza de la clase dirigente y de la clase política, pero impulsada no sólo por la ignorancia, sino también por la petulancia. Los irlandeses, que jamás habían destacado por su talento económico, se encontraron de repente con unos crecimientos exponenciales y en lugar de sospechar que algo no casaba, lo atribuyeron al genio nacional. El virus identitario cegó por completo a los dirigentes irlandeses. El primer ministro, Bertie Ahern (famoso por haber dicho aquello de que "Lehman's es un pulpo internacional que tiene testículos por todas partes"), es la cabeza de turco de una sociedad que se lanzó a comprar y vender su propio país de manera enloquecida sin dudar ni un momento en la inspiración financiera que les iluminaba en gaélico. Como dice Lewis, nunca rumiaron que de ser muy pobres habían pasado a ser muy ricos sin haber sido nunca normales. A los escasos críticos que osaban preguntar por esta anomalía se les acusaba de odiar a la nación. Hoy el riesgo de inversión en Irlanda es similar al de Irak.

Lo de los griegos es sensacional. ¿Cómo pudieron las autoridades europeas tomar en serio los datos que les daban unos dirigentes que sin excepción eran fanáticos de la mentira, el fraude, la estafa y el robo? Y eran así porque la población entera les había elegido como sus modelos. Algunos ejemplos. La jubilación de los empleos considerados "peligrosos" es a los cincuenta y cinco, pero hay seiscientos trabajos considerados peligrosos, entre ellos la peluquería. El déficit declarado por el gobierno en 2009 era del 3,7%, hoy sabemos que era del 14%. En Grecia nadie paga impuestos. No hay castigo. Los pocos casos que llegan a los tribunales tardan quince años en resolverse. La inmensa mayoría de los inspectores de hacienda aceptan sobornos. Si alguien los denuncia tardan ocho años en ser juzgados. Para entonces ya ha cambiado el gobierno y hay una amnistía encubierta.

Los griegos se han lanzado a incendiar la calle furiosos contra los bancos, pero también los banqueros podrían salir a la calle furiosos contra los griegos, piensa Lewis. "La epidemia de mentiras y estafas hace que la vida civil sea imposible; el colapso de la vida civil lleva a más mentiras, estafas y robos. Al carecer de toda confianza entre ellos, los ciudadanos se refugian en la familia o en sí mismos". ¿Les suena?

Antes, me decía Miquel Agulló, las mejores carreras universitarias acababan en el servicio al estado. Hoy lo hacen en cualquier enorme máquina de estacazo financiero. A la política sólo se dedican quienes no han podido entrar en esas máquinas atroces. La ruina del estado, que es la nuestra, está en manos de los mediocres.

Por falta de espacio no comento los dos últimos capítulos. Uno, magnífico, sobre las razones que han dado todo el poder a Alemania (y menos mal que así ha sido) y otro sobre California como modelo "irlandés" en los E EUU. La entrevista con Schwarzenegger es fabulosa y uno se pregunta cómo es posible que las entrevistas de altos dirigentes en este país sean tan sosas, fofas, desinformadas y aduladoras. Bueno, quizás sea por la altivez de nuestra clase dirigente, que conoce de sobra su impunidad. ¿No será eso lo que nos empuja lentamente hacia el abismo de nuestros arruinados vecinos?

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3 de mayo de 2012
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Espadas sobre fondo de oro

En noviembre de 1519 aquellos hombres protegidos por pesadas corazas y con los caballos resoplándoles en el cogote se adentraron por el gran camino que sale de Estapalapa. No tardaron mucho en montar la formación. A medida que se aproximaban a la gran ciudad, ellos, que sólo conocían los pueblos españoles y las villas coloniales cubanas, iban quedando cada vez más atónitos: "Y de que vimos cosas tan admirables, no sabíamos qué nos decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que, por una parte, en tierra había grandes cibdades, y en la laguna, otras muchas; e víamoslo todo lleno de canoas, y en la calzada muchas puentes de trecho en trecho, y por delante estaba la cibdad de México".

 

Al frente de un gentío de indígenas enemigos del azteca formaban 400 soldados al mando de Hernán Cortés. Para nuestra fortuna uno de ellos era Bernal Díaz del Castillo, nacido en Medina del Campo hacia 1495 en cuna plebeya, aunque acomodada, y sin apenas educación porque tenía entonces 20 años y llevaba ya en la aventura americana desde 1514. Este muchacho sería el más grande cronista de la conquista americana aunque, como él decía, "no soy latino", es decir, no sabía latín ni poseía elegancia literaria ninguna. Su escritura, en efecto, es seca, desaliñada, a veces brutal y vehemente, como sin duda fue su juventud, pero de una inmensa eficacia. La Historia verdadera de la conquista de Nueva España es, a juicio de este modesto comentarista, una obra maestra de la literatura española capaz de medirse perfectamente con las de Cervantes, no en la perfección formal sino en su grandeza narrativa. La reciente edición, muy diestramente anotada y comentada por Guillermo Serés en esa cada día más impresionante biblioteca clásica de la Real Academia, es de todo punto imprescindible para cualquier lector educado. El precio también es educado.

Esta tremenda historia, sin comparación alguna con nada similar en la literatura europea, comenzó a escribirla un hombre de 60 años cuando ya no podía emprender empresa guerrera alguna, pero no la abandonó hasta su muerte en 1584, añadiendo, quitando, reescribiendo, corrigiendo, enmendando el texto sin descanso, en parecida obsesión a la de Proust. Las razones para escribir, sin embargo, diferían. A Proust le movía el deseo desesperado de salvar algún sentido antes de que la muerte todo lo aniquilara. A Bernal, en cambio, le movían varias indignaciones, la primera y principal de ellas las mentiras de los cronistas oficiales, las cuales le obligaban a tomar la péñola "...porque cosas tan heroicas como adelante diré no se olviden, ni más las aniquilen y claramente se conozcan ser verdaderas, y porque se reprueben y den por ningunos los libros que sobre esta materia han escrito, porque van muy viciosos y escuros de la verdad...". Se refiere a cronistas como López de Gómara, Gonzalo de Illescas o Paulo Jovio, contra los cuales añadió, por contraste, ese sorprendente adjetivo de "verdadera" a su historia. Él había combatido y sufrido codo con codo con Cortés durante décadas, pero ahora llegaban unos cronistas a sueldo y peroraban disparates pagados por los potentados en busca de fácil fama. Bernal había hecho con su cuerpo la historia verdadera, pues "a tan excesivos riesgos de muerte y heridas y mil cuentos de miserias pusimos y aventuramos nuestras vidas (...) y de día y noche batallando con multitud de belicosos guerreros, y tan apartados de Castilla", que no podía soportar las invenciones de quienes sin haber empuñado ni una navaja ahora escribían la historia de América.

"Tan apartados de Castilla", en efecto, porque la segunda indignación de Bernal es que le estaban quitando sus privilegios y posesiones para beneficiar a unos señoritos recién llegados y sin más mérito que su encumbrada parentela. A partir de 1542, cuando el soldado se acercaba a la peligrosa cincuentena, las "Leyes Nuevas" promovidas por Las Casas para "frenar la esclavitud de los indios, fijar límites a la perpetuidad de las encomiendas y dotar de cierta igualdad a los nativos" (Serés), leyes sin duda tan necesarias como justas, despojaron a los viejos soldados de sus propiedades y beneficiaron a los burócratas emparentados con la nobleza. Las reivindicaciones de Bernal (que respetaba a Las Casas y nunca le dirigió la menor invectiva) asemejan a veces a las del pleiteante obsesivo de Dickens, aunque siempre desde la digna actitud de un soldado viejo y maltratado. De haber vivido en el siglo XVIII se habría comparado con el general Belisario.

Lo asombroso es que esta historia escrita por un hombre sin apenas formación (aunque lector de novelas de caballerías), enfurecido por cronistas mentirosos, perturbado por la abyecta política española, sea a pesar de todo una obra maestra de la literatura. Lo milagroso es que Bernal fuera siendo devorado por la pasión literaria y a medida que avanzaba en el relato la gracia misma de la narración venciera sobre sus venganzas y miserias privadas, quizás como le sucedió también al gran Saint Simon en su interminable historia. La pura pasión literaria fue lo que le empujó a introducir toda suerte de detalles, cuadros de género, observaciones y escenas de modo que el lector fuera tropezando con "diálogos, anécdotas, catálogos detallados de naves, caballos, provisiones, descripciones fisiognómicas de españoles, mexicanos, tácticas militares etc." (Serés), lo que da una viveza singular a esta crónica distinta de todas, pero próxima a la de Herodoto a quien Bernal desconocía. Aunque "no era latino", Bernal sí era un narrador natural y tan avanzado en su época que algunos expertos, como Ángel Delgado, no dudan en ponerlo junto a Cervantes como el primero en dar pasos metaliterarios antes de hora.

Esta es, pues, la historia de un soldado de cuna humilde que se atribuye sin pudor el valor de sus hazañas como un héroe antiguo y siente la injusticia de no acceder a una nobleza, la de las armas, en nada distinta a la que merecieron Amadis o Juan de Austria. No sabía que iba a ser la conquista de América, justamente, lo que acabara con la vieja nobleza guerrera y diera paso a un funcionariado gandul que en pocos años arruinaría el imperio, como siempre ha sucedido en España.

Y no sólo en España, también para el resto de Europa se avecinaba esa época que Max Weber llamó la del desencanto del mundo, cuyo último y residual modelo heroico sería Alonso Quijano, el hidalgo pobre que sigue creyendo en los encantamientos y milagros de un mundo que él todavía lee a lo cristiano, aunque se rompa la crisma contra la sociedad práctica, pragmática, funcional, que se ríe de él como de un orate porque ha aprendido que la vida va en serio.

El mundo en el que se crió Bernal era todavía un lugar donde eran posibles los milagros y en el que las hazañas traían consigo gloria, honra y nobleza. El mundo en el que muere Bernal es ya el de los primeros laboratorios científicos, los incipientes Estados administrados por una burocracia de casta, y unos súbditos que van a ir dejando de creer en los encantamientos y milagros para dedicarse a ganar dinero, o, como prefería decirlo Karl Marx, a construir un Paraíso de los humanos levantado con el trabajo humano y no regalado por la divinidad. La historia de Bernal es una de las últimas épicas caballerescas europeas y su único defecto es el de ser verdadera.

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24 de abril de 2012
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Sobre los altos bajos fondos

Siempre resulta estimulante preguntarse cómo se genera un episodio de criminalidad social generalizada. El Chicago de los años treinta es el modelo clásico de corrupción total en una ciudad del así llamado capitalismo avanzado. Hay muchos otros: el Buenos Aires de la viuda de Perón como modelo de opereta trágica, el Berlín de entreguerras como preludio a una criminalidad monstruosa, la Roma de Craxi desvalijada por un socialismo cleptómano. Son momentos en los cuales la corrupción infecta la totalidad del tejido institucional y los jefes del crimen son quienes en verdad dirigen la vida política hasta que los auténticos dueños del país los encierran, o se suicidan.

    No, no estoy pensando en la España de los últimos años. Es posible que algún día un antiguo juez o policía sin ganas de ascender nos cuenten los detalles de la corrupción política, pero será muy tarde. Estaba pensando más bien sobre los motivos que llevan a esa criminalización de los estamentos supuestamente honrados como los políticos, los jueces, las grandes familias o los policías. En ocasiones la ausencia de estudios rigurosos permite que sea la novela la encargada de dar una idea, aunque sea somera, sobre alguno de estos procesos.

    En los años sesenta, cuando Londres se convirtió en la capital cultural del mundo, los bajos fondos estaban dominados por unos hermanos en verdad temibles, Reginald "Reggie" y Ronald "Ronnie" Kray. Hay mucha documentación sobre ellos porque fueron el equivalente británico de los gangsters americanos convertidos en leyenda romántica antes de la Segunda Guerra. La tradición que venera a los asesinos como héroes "antisistema" arranca por lo menos de Rousseau y en algunos lugares, como las provincias vascongadas, parece ser endémica, pero siempre hay un posible relato verosímil.

    Lo cierto es que Ronnie Kray tenía graves problemas mentales y acabó muriendo en un manicomio y su hermano era un monstruo que gozaba torturando. Sin embargo, aquel Londres que comenzaba a relajar las costumbres, sobre todo sexuales, a permitir que los alucinógenos penetraran en medios burgueses y universitarios, que marcaba la moda en el continente y llegó a imponerse en la industria del ocio de los EEUU (hazaña memorable y nunca repetida) gracias a los Beatles y los Rolling, era también una de las ciudades más corruptas de Europa.

    Los hermanos Kray llegaron a ser los amos absolutos de la prostitución, la pornografía (ellos empezaron a imponer la porno dura escandinava), la droga y el raketing desde sus cuarteles del East End, pero conseguían protección política y policial en sus clubes para ricos del West End. Es famosa la relación entre Ronnie y Lord Boothby, un destacado miembro (dicho sea sin malicia) de los conservadores, así como con Tom Driberg, diputado laborista. Durante los periodos de corrupción general no hay izquierdas ni derechas, sólo prostituidos y macarras. El mundillo de las celebridades del Swinging London, Diana Dors, David Bailey, Judy Garland, Frank Sinatra y muchos más, actuó de barrera protectora de los Kray, hasta que ese Londres permisivo y criminal se hartó de ellos. Sucedió en mayo de 1968, naturalmente, y los hermanos fueron condenados a cadena perpetua.

    Esa secuacidad de rufianes y padres de la patria, de policías y ladrones, de políticos y criminales, puede parecer algo permanente en nuestras sociedades, pero no es así. Tiene lugar sólo en épocas particulares, como en nuestros últimos quince años gracias a la inflación del ladrillo, toda ella contaminada de hez mafiosa y protegida por los intocables locales. Periodos que sólo se terminan cuando los delincuentes son ya demasiado peligrosos para banqueros, políticos, periodistas y cargos sindicales que los han estado usando en beneficio personal y ahora los ven llamar a la puerta de sus propias casas y preguntar a los niños si están sus papás. O bien, como en nuestro caso o el de Weimar, por una ruina total y absoluta del sistema entero.

    Pido perdón a quien yo me sé por estos párrafos de falsa sociología. En realidad viene mejor explicado en una novela, "Delitos a largo plazo" de Jake Arnott ("Roja&Negra") en donde la historia de los hermanos Kray está unificada en un solo personaje, Harry Starks, para hacer las cosas más llevaderas. El protagonista es, como Ronnie, judío, homosexual (él mismo lo afirmaba con enorme desprecio: "Yo soy homosexual, no gay") y mentalmente trastornado. Asesina con sus propias manos a Jack "the Hat" McVitie, tiene un lío sádico con un Lord, sufre depresiones brutales y otro montón de detalles que lo hacen conspicuo. La parte de Reggie se cumple con la organización de los garitos, la porno, los clubes de lujo, la tortura sistemática y la ceja única que tan adecuadamente fotografió David Bailey.

    Esta novela es sólo la primera parte de una trilogía, pero me parece muy relevante porque tiene un colofón en verdad perspicaz. Me temo que ese último capítulo molestará a quienes aman el género clásico, ya que finalmente es una novela negra, aunque posmoderna. En cambio a mí ese final es lo que más me interesa. Como no destruye el suspense del libro, lo insinúo sin dar pistas.

Una vez condenado, Ronnie (Harry Starks, en la novela) trata de hacer méritos carcelarios cursando estudios en la Open University como un etarra cualquiera. La Providencia pone en su camino al típico sociólogo de la London School, anticuado, progre, liberado, persuadido de estar a la última y de que los delincuentes son la rebelión oculta contra el capitalismo.

    Lo que Kray-Starks puede llegar a hacer con el pobre sociólogo es un caso destacado de ironía británica. La escena en la que Kray supera al sociólogo por la izquierda y cuando éste se retranca en la terminología marxista le da un revolcón posestructuralista, es impagable. El asesino había estado estudiando a Foucault de tapadillo y destruye todas las convicciones del pobre universitario, el cual, humillado, se pone a leer "Vigilar y castigar" aquella misma noche con enormes esfuerzos.

    El narrador, Jake Arnott, nos somete a un doble juego sádico. Creo evidente su progresiva fascinación por el personaje a medida que avanzaba en la novela. De modo que en el capítulo final se pone él mismo como profesor estúpido, dominado por un delincuente mucho más inteligente que él, y nos explica el proceso en términos universitarios. Viene a ser este: un marxista de los años sesenta tiene una teoría sobre el lumpen y los bajos fondos propiamente romántica, un foucaultiano de los años setenta celebra a los homosexuales sádicos como la parte sana de una sociedad cada vez más represora, un estudioso del Bourdieu de los años ochenta sólo ve imitaciones de clase y signos de distinción, un novelista ya totalmente descreído de los años noventa (la novela se publicó en GB en 1999) nos cuenta su propio proceso hacia el escepticismo haciendo burla de todos los estudiosos anteriores. Así que si yo entiendo bien esta curiosa novela, es la seducción literaria lo que incita a la investigación universitaria, y no al revés.

    Dije que no estaba pensando en España, pero mentía. Yo espero que no tarden en aparecer novelistas de género negro que escenifiquen nuestro primer decenio del siglo XXI como momento ejemplar de delincuencia masiva. La inmensa cantidad de casos de corrupción política, policial, bancaria y la necesaria complicidad de caciques locales, hace imposible un ensayo riguroso sobre este periodo nefasto. Los cientos de casos particulares forman una tela de araña inescrutable para el investigador académico en tanto el tiempo no vaya reuniendo los hilos más gruesos y diluyendo los sutiles.

Lo asombroso de la novela (sobre todo la popular) es que esos hilos sutiles pueden fundirse en un par de convincentes personajes, tarea admirable de la narración artesanal o de género, cuando es tan sagaz como la de Chandler o la de Highsmith. En resumidas cuentas, creo que sólo una buena novela puede darnos, ya que no la letra, por lo menos la música de este último y vergonzoso decenio previo al descalabro final.

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20 de marzo de 2012
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