Félix de Azúa
El aficionado que transite todo el corredor y las salas adyacentes dedicadas a Goya en el Museo del Prado, llegará al cabo hasta un cul-de-sac donde se han reunido unos pocos documentos, el retrato de Fernando VII, algunos dibujos, sanguinas y aguadas que pocas veces salen a la luz, todo ello relacionado con un aspecto poco conocido de Goya, su contribución a la Constitución de Cádiz, la de 1812, la Pepa. Es una muestra mínima, pero de sumo interés. Durará poco porque se ha expuesto sólo para cubrir el hueco de las obras prestadas a Caixaforum para su exposición en Barcelona.
Nuestro pintor más universal es, también, el más misterioso, como si su sordera se hubiera extendido hasta afectar a la Historia misma. La documentación sobre su vida es escasa y la que nos ha llegado no informa acerca de lo que este hombre podía pensar realmente sobre las cosas, los sucesos y las personas. Valga el asunto celebérrimo de sus trabajos para la duquesa de Alba. Sólo han servido para que cuatro cerebros efervescentes inventaran historias salaces, sainetes de tonadillera y toreador. Que hubo amistad entre el pintor y la duquesa y no sólo reverencia, es seguro. Muy probablemente por el carácter tan abierto como despótico de la de Alba, habituada a tratar a sus empleados como si fueran niños chicos. Suponer algo más es pura fantasía o desconocer cómo las gastaba la alta nobleza con las clases inferiores incluso en la España cañí.
Sabemos muy poco de la vida privada de Goya, pero aún sabemos menos de sus años más poderosos, los de la convulsión revolucionaria contra el absolutismo, seguida por la invasión napoleónica y la guerra contra el francés. Tan es así que apenas hay documentación sobre un aspecto esencial: ¿fue Goya un patriota, como puede deducirse de sus cuadros más conocidos? Tanto los fusilamientos como la carga contra los mamelucos se consideran emblemas icónicos de la reacción "nacional" contra el invasor. ¿O fue, por el contrario, un partidario de la monarquía extranjera, un afrancesado? Buena parte de sus amigos lo fueron y casi todos partieron al exilio con el rey José. También Goya se exilió, aunque de forma voluntaria. Entonces, ¿fue un patriota o un traidor? Que asunto tan decisivo aún se discuta, no deja de ser sorprendente.
¿Cabe la posibilidad de que Goya fuera, más sencillamente, un liberal a la manera de los constitucionalistas, alguien a quien la esperanza de un cambio de régimen pudo transformar y dar ánimos? Pues tampoco se sabe a ciencia cierta, aunque los indicios son claros hacia esa posibilidad, que es la que ilustra la minúscula sala del Prado.
También un libro reciente, La reinvención de un cuadro, de Alberto González Troyano (Abada) trata el asunto y se inclina por esta última hipótesis. Para los aficionados, el libro de Troyano es indispensable porque analiza dos de las obras más olvidadas de Goya, la llamada "Alegoría de la constitución de 1812" (en Estocolmo), título que no es del pintor sino de un coleccionista. Y el boceto previo, "La Verdad rescatada por el Tiempo" (en Boston). Es evidente que el último anticipa al primero, pero no tenemos ni idea de si la alegoría fue realizada por encargo de alguna autoridad liberal, por deseo personal del artista, o si acaso fue un acto secreto, sin finalidad. En resumidas cuentas, no sabemos por qué lo pintó Goya. Troyano cree que fue una decisión espontánea del pintor, entusiasmado con el fin de la España oscurantista y la posibilidad de una España liberal e ilustrada, pero nada hay que lo certifique excepto la intuición de los expertos. En los últimos años, de todos modos, esfuerzos como los de Troyano están siendo cada vez más rotundos en favor de un Goya constitucionalista. Los documentos de la salita así lo indican.
Lo que me parece sumamente extraño es que sepamos tan poco de uno de nuestros artistas más profundos y que ignoremos incluso un punto tan crucial como éste, ¿traidor, patriota, o escéptico? Escondido detrás de un telón (justamente) goyesco con duquesa lúbrica y lacayo en paños menores como en una película de Alfredo Landa, la pereza ha escondido a una de las personalidades más fascinantes de la historia de España. Es otro modo de despreciar a los mejores. No por casualidad los dos únicos cuadros de ese posible Goya constitucional están en museos extranjeros, como remarca, no sin ironía, Alberto González Troyano.
(Artículo publicado en Jot Down Magazine)