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Escrito por

Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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Todos los escritores son ciegos (según Piglia)

Cuando Piglia habla de Borges, Lowry o Kafka entendemos que los tres han escrito para un tipo particular de lector: el visionario. El lector que sabe leer lo que no está escrito, lo que se omite con vigorosa habilidad artística. Este visionario es el cómplice supremo. El compinche que el escritor está esperando.
El lector común, que desconoce la noción y el sentido de la dificultad, tropieza con un obstáculo insalvable. Desiste y descarta lo que no entiende. Lo repudia. Se jacta de ello. Para confirmar hasta qué punto yerra debería considerar lo que dice violentamente Piglia sobre la impenetrable paradoja de los libros: «Todos los escritores son ciegos. No pueden ver sus manuscritos. No hay forma de leer los propios textos si no es bajo los ojos de otro».

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18 de noviembre de 2015
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La más literaria de las maldades

Nos cuenta Dante que en el más profundo foso del Infierno gime el calumniador.

En cierto modo, es el agente secreto de la más literaria de las maldades.

El asesino posee frialdad o cólera; el ladrón, una cierta intrepidez; los glotones, avaros y adúlteros calman su apetito con relativa modestia; pero el difamador necesita una gran imaginación narrativa. Es elocuente, facundo y florido y conduce la credulidad ajena con una
retórica persuasiva. Como una de las elaboradas encarnaciones del Mal, el calumniador no supera a los grandes criminales de la Humanidad, pero la corrosión que produce es más
perfecta: incesante, despiadada, impune. Ningún tribunal puede pararle los pies.
La injuria que destila concede poder al impotente, placer al malvado, consuelo
al vengativo, e innumerables ocasiones al cobarde. Sus ficciones se representan
en la vida cotidiana con sarcasmo, sollozos, respetabilidad o airada indignación.

En el teatro del mundo las dotes escénicas del difamador son muy influyentes.
Quizás algún día padecerá los tormentos del infierno, pero mientras tanto ¡cómo
goza su lengua viperina!

 

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16 de noviembre de 2015
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La Alquimia según Harpur: el retorno de Mercurio

Dice Jacob Böhme en su Aurora (1612) que la Divinidad "tiene en su más interior nacimiento una acritud terrible, por cuanto la cualidad salada es una contracción dura, oscura y fría, tanto que del agua resulta hielo, y además por completo insoportable".
Basilio Valentín, pseudónimo de un monje benedictino (1413), afirma en "Las doce llaves de la filosofía" que basta "una pequeña cantidad del espíritu del dragón" para "disolver y hacer volátiles el oro y la plata" y así "se elevan en el alambique".
Ireneo Filaleteo, un inglés del XVII, subraya que "nuestro Mercurio es espiritual, femenino, vivo y vivificante".
Nicolás Flamel, en su Libro de las figuras jeroglíficas advierte que "si tras haber puesto las confecciones en el huevo Filosófico no ves la cabeza del Cuervo negro de un negro muy negro, tendrás que volver a empezar".
Para Fulcanelli (1924), la serpiente "indica la naturaleza incisiva y disolvente del Mercurio, que absorbe ávidamente el azufre metálico y lo retiene con fuerza".

He aquí algunos vestigios de la tradición alquímica que los expertos remontan a las tabletas de la biblioteca de Asurbanipal, en Nínive, en el siglo VII a. C. Según recientes estudios, la escuela de pensamiento alquímico se vio galvanizada en la Alejandría helenística gracias a la influencia griega, persa, judía, egipcia y gnóstica. Como si estos estilos hubieran confluído en un tratado de utilidad universal y libre de las fórmulas doctrinales que elaboran los credos nacionales.

Esta voluntad transcultural y transhistórica es uno de los rasgos más sorprendentes de la tradición alquímica aunque debo advertir que por esmerada que sea la disposición del lector contemporáneo, tarde o temprano desistirá con cierta desesperación, incapaz de penetrar la hermética apariencia de su lenguaje. Si el lector es indulgente, renunciará a descifrar la compleja simbología de un relato incomprensible; si fuera colérico, blasfemará y contribuirá con su desdén a divulgar la fama de charlatanes que arrastran los alquimistas. Inevitablemente se preguntarán los dos tipos con irritada impaciencia ¿de qué están hablando? ¿Hay alguien que lo entienda?

El azufre y el mercurio, con sus respectivas cualidades (fijas, cálidas y secas o volátiles, frías y húmedas) operan sobre los metales mediante la calcinación, congelación, coagulación, disolución, digestión, destilación, sublimación, reparación, multiplicación y proyección. Un proceso en el que actúa un fascinante bestiario (Dragón, León, Pelícano, Pavo Real, Cuervo, Serpiente...), bajo la influencia del calendario astral, hasta consumar la Gran Obra, el Opus que permite al adepto de esta "antigua ciencia" y "noble arte" obtener la Piedra Filosofal y el Elixir de la Inmortalidad.

Ciertamente, no se conoce a nadie capaz de traducir a nuestro lenguaje lógico este galimatías "hermético" y resulta por ello sorprendente que a lo largo de los siglos haya subsistido una escuela de pensamiento que no se entiende. Son miles los volúmenes conservados en las bibliotecas europeas que comentan con erudición las operaciones de la Gran Obra; son innumerables los manuscritos bellamente ilustrados con emblemas y alegorías que nadie sabe interpretar.

Aunque podamos admirar los seductores símbolos de la Alquimia y dejarnos perturbar por la evocación poética que inspiran, no hay modo de integrarlos en nuestra moderna visión del mundo. La severidad materialista nos cierra el acceso a una interpretación del Cosmos que se remonta a episodios nada cartesianos y nuestra impetuosa tecnología industrial cercena de cuajo la idea de una Naturaleza preñada por el Espíritu. Podemos conceder que la creencia sea aceptada como una benévola inquietud religiosa, pero nos parece imposible admitir que tal cosa sea un "arte" que se considera a sí mismo la más solvente de las "ciencias".

Sin embargo el código simbólico de la Alquimia anuncia la liberación del espíritu prisionero en la materia. Bajo el patronazgo del legendario Hermes, el ciclo narrativo de la Alquimia acoge la fertilidad de los viejos mitos clásicos y cristianos y otorga a sus figuras excelsas un papel decisivo en el proceso de insurgencia del alma y de transformación de la materia: Apolo, Leda, Saturno, Cristo, La Virgen... aparecen con su vigor ancestral en el teatro de la condición humana dispuestos a representar el último acto y brindarnos la ocasión de vencer al destino, la extinción y la muerte. ¿Quién podría resistirse a la llamada de esta epopeya? ¿Quién se negaría a poner en práctica las instrucciones de un manual como éste?

La promesa de la Piedra Filosofal y del Elixir de Larga Vida nos hace lamentar que algo tan formidable sea enunciado con tan inextricables fórmulas. Aunque uno, a fin de cuentas, entiende que el mistérico desafío a las leyes naturales (la fabricación del oro y la prolongación de la eterna juventud) esté reservado a una aristocracia espiritual reacia a divulgar el gran secreto (y sin embargo empeñada en dar una y otra vez testimonio de su inminencia).

C.G. Jung, Mircea Eliade y Gaston Bachelard han ayudado a comprender lo que hay aquí de psicología y de historia cultural, proponiendo reveladoras aproximaciones al denso vocabulario icónico de los alquimistas. Pero no son muchos más los autores que hayan tratado con respeto el abrumador testimonio de esta fulgurante tradición. De ahí que debamos celebrar el nuevo libro de Patrick Harpur que publica Atalanta como el más inquisitivo, sensato y lúcido de los recientemente dedicados a la ciencia hermética.

Mercurius o el Matrimonio de Cielo y Tierra, que apareció originalmente en 1990 y ahora, entre nosotros, en 2015, es una novela y un ensayo. La vida de los protagonistas transcurre por cauces temporales distintos, pero tanto el capellán Smith como la joven Eileen comparten un inteligente interés por la Alquimia (la joven antropóloga aplica el método estructuralista de Lévi-Strauss al opaco entramado conceptual). Sus peripecias sentimentales ayudan a entender que nada sucede fuera de la perturbada vida de los humanos: ni siquiera el estudio de la ciencia hermética cuyos arcanos abordan los dos personajes con deslumbrante precisión. Podemos asegurar que Harpur ha escrito uno de los estudios más elocuentes y sagaces sobre el arte de estos grandes brujos blancos que han sido los herederos de la Alquimia.

Es probable que el ejercicio sincrético de Harpur conceda a la tradición alejandrina una inesperada actualidad. Gracias a los vínculos que sugiere entre la física cuántica, la cosmografía de la materia oscura y los estudios de la consciencia, no será paradójico que la ciencia contemporánea encuentre en las intuiciones de aquellos viejos alquimistas unas visiones que, después de todo, no serán tan descabelladas.

 

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28 de marzo de 2015
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Escribir como si hubieras muerto

¿Qué son esas costumbres de las que nos sentimos tan satisfechos? La buena educación, por ejemplo, o el optimismo, o la ecuanimidad. Parecen dones para una convivencia entre seres humanos civilizados. Pero ¿y si fueran imposturas para coaccionar al prójimo? ¿Y si en lugar de ser fruto del respeto, estas virtudes no fueran más que una treta urdida para dominar a los demás? ¿Qué pensaríamos entonces de nosotros mismos?
Escribir como si hubieras muerto. Esto es lo que ha conseguido Juan Antonio Masoliver Ródenas en un ensayo enojado y resignado a una verdad sin adornos. Probablemente El ciego en la ventana (El Acantilado, 2014) sea una de las confesiones literarias más soberbias de las que se han publicado últimamente en España. Un ejercicio de brutal confrontación con el hombre que uno ha sido. "No me importa morir... sólo siento no ver cómo es mi muerte, para poder decir que he completado el ciclo de mi vida y que he sido testigo de ello".
El epílogo del libro es un epitafio. Que nadie vaya a pensar sin embargo que el autor es un diletante. Nada hay de frívolo en esta novela amarga, triste, bella y penosa. Una narración que anticipa la cita del autor con la muerte. Sólo el que haya creído oír alguna vez la sutil manifestación de su poderío -ese extraño sabor en la boca de algunos vivos- comprenderá la terrible veracidad de esta narración. "Trato de recordar momentos felices y descubro que ninguno realmente lo fue".
Hay una elocuente interrogación en cada una de sus páginas y las preguntas que se espeta el autor son por ello de una fuerza inconcebible. No hay retórica ni complacencia. Ni siquiera la búsqueda dramática de un efecto teatral. A diferencia de la ególatra invención del yo que con tanto fasto editorial sale cada cuanto a la luz, este memorándum es el de un hombre lúcido y huraño. Elabora una angustia que trasciende toda categoría literaria para llegar a ser irrefutable. "¿Me ha servido este prolongado silencio para preparar la obra que siempre he querido escribir y que no ha querido ser escrita?"
La vanagloria del triunfo social, con su pomposa liturgia de autosatisfacción, se revela en estas páginas como una farsa insoportable. La crudeza con que el autor se empeña en verse a sí mismo -dejando de lado la tentación del arrepentimiento o la hipocresía de la autocrítica- adquiere una categoría que trasciende las disyuntivas de la moral. "El ciego" que aquí escribe podría amar sin condiciones o destrozar a todo bicho viviente. Tanto da. Su memoria va más allá de toda ilusión de justicia. Se trata de descubrir en el espejo la más nítida de las imágenes: una narración exenta de orgullo y frustración. "¿Y si toda la nada está contaminada de vida y es por eso que podemos nacer?"
El autor reivindica para sí el derecho a una locura sin enajenación, sobria e inquisitiva pero bestial en su inquieta disposición de ánimo. El derecho a vivir sin medicinas la libido de una desazón. El derecho a no perdonar la estupidez ajena. El derecho a no disculparla: ni siquiera en defensa propia. "Todo lo que he escrito ya no existe".
El autor renuncia a todo consuelo: nada habrá en la biblioteca universal que pueda mitigar las ingratas certezas de su inteligencia. Cualquier bálsamo sería una ofensa. Aunque no por ello nos sustrae un aforismo de profunda sabiduría: "No ver la realidad que está oculta: esto es la magia".
De la vida literaria Juan Antonio Masoliver parece saberlo todo y nos habla como el que nunca cayó en sus trampas. El autor no tuvo necesidad de creer en el espejismo de la fama ni en el rácano elogio de los colegas. Uno tiende a pensar que el viejo Masoliver llevó desde siempre a cuestas la precaución de vivir. Y a pesar de todo conserva viva la devoción poética: "el más alto significado de la ficción".
Que estas "Monotonías" no hayan sido escritas para complacer al lector, ya es mérito suficiente pero lo que merece el estricto reconocimiento de la crítica es un logro único en nuestra literatura: Masoliver ha roto el hechizo heroico de los autores empeñados en ser intachables. A diferencia de los que desean ser admirados, Masoliver confiesa que nada encuentra en su recuerdo digno de tal cosa: "Soy, literalmente, un autor de frases lapidarias".

 

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22 de marzo de 2015
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Lección de los filósofos para un futuro perfecto

Tres han sido las impetuosas fuerzas que han trastornado a nuestra generación: la inesperada amenaza de la pobreza, el sometimiento voluntario a la opinión ajena y la amarga sensación de haber sido despojados.
Más notable y sanitaria será por ello la lectura que nos sugiere Errata Naturae y el filósofo francés Pierre Hadot: las lecciones del maestro Epicteto (55-135). Vale la pena destacar lo que esta filosofía enseña para una vida imperturbable y meditar un texto compuesto como ejercicio de austeridad tan deliberadamente elegida como inteligentemente celebrada.
El estoico griego nos sugiere algo que hoy adquiere una formidable actualidad: no hay otra senda de dignidad que la ausencia de servidumbre. ¿Qué nos esclaviza? se pregunta el filósofo. Ante todo: vivir pendiente de la opinión de los demás. ¿Qué nos humilla? Cultivar deseos que no podemos satisfacer. ¿Qué nos derrota? El afán de gobernar las fuerzas de un destino indescifrable.
La sociedad del espectáculo nos ha educado en una quimérica promesa: como si pudiéramos satisfacer los deseos y saciar la voluntad. Este alarde nos empuja hacia la más desagradable de las sensaciones: la insatisfacción perenne y la frustración incesante. ¿Nos hace falta aprender alguna otra lección?
Si te conformas con lo que de verdad es tuyo, dice Epicteto, "nadie podrá coaccionarte, nadie podrá obligarte a hacer nada, no harás más reproches, no formularás más acusaciones, no volverás a hacer nada contra tu voluntad, no tendrás más enemigos, nadie podrá perjudicarte y no sufrirás más perjuicios".
Ciertamente, hace falta una perspectiva filosófica, espiritual, para entender la magnanimidad de esta libertad de ánimo (y de ánima). La óptica materialista que han consolidado las tendencias del siglo -los epígonos de la civilización industrial- no concibe semejante soberanía individual. Para hacerla posible, es necesario restaurar el linaje de los hombres libres de pesadumbre. Esos que sólo por renunciar, adquieren ya la más alta distinción.

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16 de marzo de 2015

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La televisión pública y la cultura

Después de más de 13 años acudiendo sin desmayo a su cita semanal en la televisión catalana, el programa Millenium, concebido, dirigido y presentado por Ramón Colom, se ha trasladado a la segunda cadena de la radio televisión española. Sus debates, en los que se abordan asuntos complejos que no pueden ser liquidados con un titular, demuestran que la televisión pública -después de saciarse con fútbol, tenis, ciclismo, coches y motos, concursos de baile y diversas astracanadas- puede reservar un espacio nocturno de su programación a la cultura. Pero es el tono de la conversación, alejado de la algarabía y estridencia de las incomprensibles tertulias nacionales, el que regocija al espectador. En Millenium, gracias a la pausada orquestación de Ramón Colom, nadie grita ni se quita la palabra con esa petulante agresividad que ya es la marca de nuestra política. A diferencia de lo que es habitual en las ondas de radio y televisión, el programa Millenium recupera la cordura y nos incita a recordar lo que es una conversación: el arte de hablar sin dejar de escuchar. Y viceversa.

 

 

La ley del más fuerte
(domingo 6 de julio de 2014, a las 00.00 en La2 de TVE)

Esta semana, Millennium reflexiona sobre la ley no escrita que rige tanto los mercados como en gran medida nuestra sociedad: La ley del más fuerte. A partir de preguntas como ¿Por qué Google, Apple, Amazon.... y otras grandes corporaciones no pagan sus impuestos? El programa repasa los diferentes comportamientos en ámbitos económicos, culturales, filosóficos e incluso antropológicos ¿Por qué hay culturas predominantes? ¿Cómo ha evolucionado la demostración de poder a lo largo de los siglos? ¿Por qué el hombre tiene esa necesidad de mostrarse más fuerte?
Ramon Colom entrevista al Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Barcelona, Jesús Mosterín, investigador del CSIC y estudioso de la naturaleza humana y de la relación del hombre con los animales. Mosterín participará en el debate junto con Cristina Sánchez-Miret, Doctora en Sociología por la Universitat de Girona, especializada en desigualdades sociales; Basilio Baltasar, escritor y editor; y Enrique Luque Baena, Catedrático de Antropología Social de la Universidad Autónoma de Madrid, especializado en antropología política y jurídica.

http://www.rtve.es/television/millennium/

 



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10 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los suplementos literarios de los periódicos

A los ponentes del V Seminario de Periodismo Cultural* se les invitó a comentar, acotar, impugnar, modificar o responder a las cuestiones que aquí se hilvanan:

Los suplementos que los periódicos dedican al mundo de los libros han articulado la vida literaria y editorial ante una comunidad de lectores ávida de información, discernimiento, testimonios y polémicas. La notoriedad de estos cuadernos de periodicidad semanal, que no siempre capturan la curiosidad del gran público, permite divulgar lo que escriben, piensan y cuentan los protagonistas de nuestra república intelectual. Sin embargo, los suplementos literarios, no por cumplir una tarea imprescindible se libran de ser el blanco de la controversia crítica que desean propiciar. El criterio con el que editan sus selecciones, la diplomacia con que tratan sus compromisos, la predilección que dedican a unos autores y el desinterés que ofrecen a los demás, son las clásicas figuras de una discusión que a menudo acaba en chismorreo. Si ciertas firmas adquieren el rango de predilectas, si algunos favoritos dejan de serlo, si este o aquél se consideran vetados, o condenados, o malditos. Hay una variadísima y maliciosa narrativa oral que no puede ser desmentida y nunca nos cansamos de apreciar el arte de una imaginación que inventa lo que no encuentra y descuida lo que no interesa. Al margen de estas mitografías se desarrolla el arduo trabajo de los editores de suplementos literarios, que día a día hacen frente a un abrumador caudal de novedades editoriales y a la difícil tarea de dar cuerpo y sentido a lo que debe ser la crítica literaria en los periódicos y revistas. En este sentido, las últimas décadas se han visto sometidas a conmociones dignas de un estudio abordado con las mejores herramientas académicas. El modo en que el periodismo cultural ha invadido el lugar que le correspondía a la celosa crítica de libros, obviando los juicios literarios que tan mal acomodo encuentran en la sociedad del espectáculo, ha perturbado nuestra manera de entender la literatura y, por ende, el estilo editorial de los suplementos literarios. A estas dificultades, que no siempre son ni vergonzosas ni triunfantes, cabe añadir ahora el reto de la transformación digital de los suplementos literarios. Los responsables que se han hecho cargo de esta mutación deberán dar formas nuevas a la vieja polémica y comprobar si la versión digital puede resolver los dilemas que nos parecen asfixiantes. No en balde cabrá, sobre todo, emular la capacidad de influencia que los suplementos de papel han ejercido durante mucho tiempo. La solemnidad y autoridad con que se han elogiado libros y autores ¿conseguirá en las pantallas el mismo efecto? Esta es una de las dudas que hoy planteamos con grave preocupación. ¿Podrá trasladarse a la pantalla el prestigio de las obras elegidas? ¿O la obra literaria se reducirá sólo a lo que tiene de noticia fugaz? El orden y la jerarquía de lo valioso ¿obtendrán duradera consideración en el universo "virtual"? ¿O se extinguirá a la misma velocidad con que lo novedoso se devora a sí mismo en la inminencia digital?

¿Qué modelo debemos adoptar para dar a los libros y a sus autores la presencia e influencia que requiere la vida cultural de una nación?

*Al curso, dirigido por Basilio Baltasar y organizado por la Fundación Santillana, El TEC de Monterrey y la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, asistieron Angélica Tanarro, jefa de Culturas de El Norte de Castilla y coordinadora del suplemento La Sombra del Ciprés. Blanca Berasategui, directora de El Cultural de El Mundo. Berna González Harbour, editora de Babelia. Fernando R. Lafuente, secretario de redacción de Revista de Occidente y director de ABC Cultural. Ramón González Férriz, editor de Letras Libres en España. William Lyon, traductor, editor y periodista.



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30 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Acta del Jurado Formentor 2014

Reunido el jurado del Premio Formentor, constituido por Cristina Fernández Cubas, Eduardo Lago, Aurelio Major, Ignacio Vidal Folch y su Presidente Basilio Baltasar, después de ponderar y evaluar las candidaturas presentadas por los miembros del jurado, ha decidido reconocer por unanimidad los méritos de la obra del escritor Enrique Vila-Matas y concederle el Premio Formentor de las Letras 2014.

El jurado desea subrayar la elegancia literaria con que Vila-Matas ha renovado los horizontes de la novela, dándole un ímpetu creativo que la ha situado de nuevo como gran crisol de las influencias, las voces e inspiraciones de nuestra cultura.

Vila-Matas ha desmentido con su prolífica obra narrativa la supuesta decadencia de un género que sigue mostrándose como el mas eficaz relato de la conciencia contemporánea. Los procedimientos narrativos inventados por el autor catalán han supuesto una enérgica contribución al vigor de la literatura escrita en español y ha sido reconocida en Europa y Estados Unidos como una de las más significadas creaciones literarias de nuestro país.

El autor de obras tan destacadas en la reciente historia de nuestra literatura, como La asesina ilustrada, Historia abreviada de la literatura portátil, Hijos sin hijos, Bartleby y compañía, El mal de Montano, Doctor Pasavento, Dublinesca, Aire de Dylan o Kassel no invita a la lógica, ha sostenido un empeño coherente que adquirió desde sus primeras creaciones en la decada de los setenta una voz propia e inconfundible. Un estilo personal que ha seducido a lectores europeos y americanos, entusiasmados por una imaginación que difumina las fronteras entre realidad y ficción, autor y personaje, lectura y vida.

Uno de los méritos del autor que los miembros del jurado quieren destacar es el modo en que ha sabido abordar asuntos conflictivos y angustiosos de nuestro tiempo con una destreza literaria que ha hecho del ingenio, el humor y el espíritu lúdico un reconfortante punto de vista. Un estilo narrativo pero tambien una certeza filosofica que restaura la soberanía del individuo como eje moral de una existencia destinada a la plenitud, la inteligencia y el desenfado.

Enrique Vila-Matas es además uno de los pocos autores españoles adoptados por el público joven latinoamericano, que ha reconocido en su obra cosmopolita la negación de unas fronteras que parecían insuperables. La complicidad y simpatía con que ha sido recibida confirma el territorio estético y lilingüístico inaugurado por su narrativa: un relato abierto a la imaginación libre de restricciones costumbristas y fertilizado por el incesante acontecimiento artistico contemporaneo y por las tradiciones literarias que le han precedido.

La absorción de autores y obras desapercibidas en nuestra memoria cultural, la perspicaz integración de olvidadas contribuciones literarias, han hecho de la obra de Vila-Matas una polifonía que da a la figura del Autor un nuevo significado: creador de formas narrativas inesperadas pero también heraldo de lo que había sido olvidado por la perezosa amnesia de nuestro tiempo.

La lectura de la originalisima obra de Vila Matas es también la lectura de una tradición felizmente entregada a la innovación que sólo pueden llevar a cabo los grandes creadores.

Por todo ello, nos complace conceder a Enrique Vila-Matas el Premió Formentor de la letras 2014.

Formentor, 27 de abril de 2014.



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29 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El más raro de los nuestros

No podrá encontrarse en el ámbito de las letras españolas un escritor
semejante a Cristóbal Serra. Algunos hay con su imaginación,
ingenio y agudeza, pero ninguno que pueda compararse con él. La
singularidad de su obra creativa lo convierte en un ejemplar único y
destinado a una soledad no por ello gratificante.
Es en este apartamiento en donde Cristóbal Serra ha hecho de la fábula, la parábola y el
aforismo la posibilidad de un género que no sabemos nombrar.

Que Serra haya permanecido recluido en el circuito de los raros
literarios se debe no tanto a la austeridad ermitaña que glosó Octavio
Paz en aquél temprano encuentro con el poeta mexicano, sino a
la dificultad que la crítica y los profesores han tenido en catalogar una
obra escurridiza. La aversión de Cristóbal por la novela, género al que con
cierta coquetería calificaba de totalitario, provenía de la secreta inquina que
le inspiraba lo mastodóntico de las obras "mayores". El entusiasmo que despierta la
narrativa popular resultó para Serra tan incómodo como el consenso con que los intelectuales sacramentan el género novelístico.

Serra, el más raro de nuestras letras, se avenía mal con las promesas de la fama.
Se encontraba a gusto en la soledad de una vida ajena a los fastos y a las intrigas y se
dedicó a escribir sin hacer escuela. Pero esta arisca disposición de ánimo
no fue tanto el fruto de su carácter como la fatalidad de una época amarga.

La rama literaria que con más entusiasmo habría acogido a Serra en su seno es la de los
antimodernos franceses, con su estimado Léon Bloy a la cabeza.
Pero ¿cómo ser antimoderno en la España de la posguerra?
Para poner en solfa a la Ilustración hace falta vivir rodeado de maestros
republicanos; para repudiar al Estado luterano de los prusianos hace falta
vivir acosado por profesores grandilocuentes y arrogantes como Hegel.
A Serra le tocó en suerte, en su aldea natal, idílica en las postales y feroz en la vida cotidiana, contemplar la siniestra fanfarria de los fusilamientos, la
gravedad indocta de los camaradas locales y la pomposidad de las procesiones. En este
ambiente, una obra de contestación que ponga en solfa los
valores del modernismo (en su triple acepción política, literaria y teológica)
no es algo que parezca urgente. De ahí la sutileza del estilo adoptado
por Serra para hacer de la fábula, de la parábola y del aforismo un género adaptado al
escapismo social, la intuición mística y el simbolismo de la tradición mistérica.
En otro tiempo, en otro lugar, Serra habría manejado con más soltura el verbo airado de
Bloy, la sátira doliente de Swift y los atrevimientos visionarios de Brentano, y sólo por ello
habría provocado polémicas formidables. A cambio, acarreó la extrañeza
que causaba su obra y es con ella que forjó su dolida y melancólica evocación literaria.
Disimulando su inteligencia y deslizándose bajo las sutilísimas elipses de su amable y despiadado sentido del humor.



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23 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo que queda de Yugoslavia

Entre el público reunido por Lola Larrumbe en su librería hay serbios residentes en España, expertos en literatura eslava y algún que otro diplomático. Siguen con atención mi comentario al libro de Tamara Djermanovich pero no traslucen en su rostro ni aprobación ni censura. Son el público que los conferenciantes temen, pues no hay manera de saber qué opinión les inspira lo que uno dice. Resignándome a la diatriba que puedan alentar tras su educada compostura, prosigo:
"El libro de Tamara Djermanovich cuenta el viaje emprendido tras las huellas que dejo siendo niña en su país ya inexistente.
La crónica de Tamara sobre lo que hoy queda de la antigua Yugoslavia no es un libro de viajes al uso sino un violento ejercicio de confrontación: dejó su país cuando empezó la guerra y regresa 18 años después para ver qué hay de todo aquello, cuántos entrañables amigos sobrevivieron a la gran matanza, cuántos fueron pasto de las llamas, de los francotiradores, de los fusilamientos, o cuántos cayeron víctimas del odio y del rencor.
El único equipaje de Tamara para este peligroso viaje son los recuerdos de una infancia feliz y lo emprende con la armadura de una sorprendente ternura.
Mientras evoca la educación sentimental de su adolescencia, Tamara observa lo que va a consternar al lector desde el primer momento: "ni remotamente podía imaginar que mi mundo cambiaría radicalmente y que algo así puede suceder cuando menos te lo esperas".
Sugiero al público que recuerde lo que hacíamos en la década de los noventa. Disfrutábamos los fastos de la Olimpiada barcelonesa, jaleábamos la caída del Muro de Berlín, nos disponíamos a celebrar el Fin de la Historia, dábamos por triunfalmente liquidada la (primera) Guerra del Golfo y no nos mostrábamos inclinados a tolerar que una guerra balcánica arruinara nuestro delirio de prosperidad.
Sin embargo, las noticias que llegaban de los remotísimos Balcanes corroían nuestra presunción. No dejábamos de alardear con nuestros flamantes logros, pero en secreto se incubaba el presentimiento de lo peor: la épica nacionalista perdía su elocuencia romántica para mostrar el feroz aspecto del discurso identitario; las tropas de la OTAN se mostraban impotentes para frenar la matanza genocida; la prosperidad fomentaba un grado insólito de hipnosis colectiva y anestesiaba a una sociedad dispuesta a ser engañada; la geografía imaginaria construida durante la Guerra Fría desplazaba a Yugoslavia lejos y mucho más allá de "nuestra" Europa...
En definitiva, digo en la Librería Alberti, con la Guerra Yugoslava comenzó el temblor de la década larga. El fin del siglo XX, encajonado entre dos tremendas demoliciones: -la caída del Muro de Berlín y la caída de las Torres Gemelas- simboliza la consternación que aún hoy nos sacude.
La memoria literaria de Tamara Djermanovich describe la normalidad de un país incapaz de temer lo que se le venía encima. Bajo la apacible rutina de las vacaciones escolares, los encuentros familiares, los discursos oficiales del Mariscal Tito, las banderitas de los desfiles, la orgullosa disciplina de un régimen tan ajeno al imperio soviético como al norteamericano, se incubaba un despiadado juramento. En nombre de la identidad nacional, religiosa, tribal, en beneficio del poder que los gerifaltes del régimen deseaban conservar, se desencadenó una infernal matanza. Eslovenos, bosnios, croatas, montenegrinos, kosovares, serbios, católicos, ortodoxos, musulmanes, hasta entonces apacentados por la disciplina autoritaria de la Gran Yugoslavia, revelaron las emociones aletargadas bajo su fraternal sonrisa. Los que unos días antes del primer estallido parecían sestear apaciblemente a la sombre del régimen protector, se levantaron para obedecer la consigna del anti-evangelio: devoraos los unos a los otros.
No todos fueron agentes activos de la locura que poseyó al país, pero la lucidez siempre perece sepultada bajo la furia. Como la de ese personaje citado por Tamara, Buric-Buro, que en su jardín de Tuzla proclamó "yo y mi familia nos independizamos de la locura nacionalista colectiva que se aproxima". Lo hizo en abril de 1991, apenas unos meses antes del primer balazo disparado en nombre de la identidad.
Cuando Tamara llega a Srbenica, escribe: "aunque uno no tenga nada que ver con éstos crímenes, sí que hay que sentirse responsable por lo que se ha hecho "en nombre de los serbios".
En la librería Alberti, el embajador de Serbia, cortésmente atento al discurso, permanece impasible, sin mostrar criterio ni juicio alguno ante la requisitoria que yo destaco con malévola intención. Como corresponde al proverbial oficio del diplomático.
Leyendo el viaje de Djermanovich a su país ya inexistente, percibiendo la tristeza infinita que se esconde bajo su benevolencia, uno comprende mejor el legado europeo que estamos obligados a custodiar: un suave escepticismo -que neutralice el fervor de las doctrinas militantes; una conciencia lúcida -sobre el vigor de la ferocidad que late bajo nuestras máscara civilizatoria; una inteligencia espiritual -que someta las recurrentes pulsiones de la condición humana.
La autora de esta recomendable y educativa obra, cita un fragmento de la carta enviada por su abuelo, reclutado en las batallas de la Segunda Guerra Mundial, a su esposa: "cuando me escribas, olvídate de todas las cosas negativas y escribe como siempre he deseado: como si fueras un ángel".
Siguiendo los consejos de su abuelo, Tamara recuerda los destellos luminosos de su infancia, la resonancia mítica de los lugares enclavados en la costa dálmata, las risas y las voces familiares, la feliz expresión de los amigos reencontrados... La evocación adquiere su fuerte tensión emocional gracias a una ternura inconcebible, una ternura más fuerte que el dolor de vivir que sufren los supervivientes.
En el centro del libro de Tamara se cuenta la leyenda de Naum, el ermitaño enterrado en el Monasterio de Ohrid: santo cuyo corazón no ha dejado de latir bajo la fría lápida que cubre su tumba desde el año 910.
Este es el latido de vida que acompaña a la niña rubia que pasea con sus pies descalzos sobre los cadáveres de un país desolado por el odio: para administrar con su inocencia la absolución, la redención.

*Viaje a mi país ya inexistente. Tamara Djermanovich. Altair, 2013

 



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19 de abril de 2014
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