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La Alquimia según Harpur: el retorno de Mercurio

Por 28 de marzo de 2015 Sin comentarios

Basilio Baltasar

Dice Jacob Böhme en su Aurora (1612) que la Divinidad "tiene en su más interior nacimiento una acritud terrible, por cuanto la cualidad salada es una contracción dura, oscura y fría, tanto que del agua resulta hielo, y además por completo insoportable".
Basilio Valentín, pseudónimo de un monje benedictino (1413), afirma en "Las doce llaves de la filosofía" que basta "una pequeña cantidad del espíritu del dragón" para "disolver y hacer volátiles el oro y la plata" y así "se elevan en el alambique".
Ireneo Filaleteo, un inglés del XVII, subraya que "nuestro Mercurio es espiritual, femenino, vivo y vivificante".
Nicolás Flamel, en su Libro de las figuras jeroglíficas advierte que "si tras haber puesto las confecciones en el huevo Filosófico no ves la cabeza del Cuervo negro de un negro muy negro, tendrás que volver a empezar".
Para Fulcanelli (1924), la serpiente "indica la naturaleza incisiva y disolvente del Mercurio, que absorbe ávidamente el azufre metálico y lo retiene con fuerza".

He aquí algunos vestigios de la tradición alquímica que los expertos remontan a las tabletas de la biblioteca de Asurbanipal, en Nínive, en el siglo VII a. C. Según recientes estudios, la escuela de pensamiento alquímico se vio galvanizada en la Alejandría helenística gracias a la influencia griega, persa, judía, egipcia y gnóstica. Como si estos estilos hubieran confluído en un tratado de utilidad universal y libre de las fórmulas doctrinales que elaboran los credos nacionales.

Esta voluntad transcultural y transhistórica es uno de los rasgos más sorprendentes de la tradición alquímica aunque debo advertir que por esmerada que sea la disposición del lector contemporáneo, tarde o temprano desistirá con cierta desesperación, incapaz de penetrar la hermética apariencia de su lenguaje. Si el lector es indulgente, renunciará a descifrar la compleja simbología de un relato incomprensible; si fuera colérico, blasfemará y contribuirá con su desdén a divulgar la fama de charlatanes que arrastran los alquimistas. Inevitablemente se preguntarán los dos tipos con irritada impaciencia ¿de qué están hablando? ¿Hay alguien que lo entienda?

El azufre y el mercurio, con sus respectivas cualidades (fijas, cálidas y secas o volátiles, frías y húmedas) operan sobre los metales mediante la calcinación, congelación, coagulación, disolución, digestión, destilación, sublimación, reparación, multiplicación y proyección. Un proceso en el que actúa un fascinante bestiario (Dragón, León, Pelícano, Pavo Real, Cuervo, Serpiente…), bajo la influencia del calendario astral, hasta consumar la Gran Obra, el Opus que permite al adepto de esta "antigua ciencia" y "noble arte" obtener la Piedra Filosofal y el Elixir de la Inmortalidad.

Ciertamente, no se conoce a nadie capaz de traducir a nuestro lenguaje lógico este galimatías "hermético" y resulta por ello sorprendente que a lo largo de los siglos haya subsistido una escuela de pensamiento que no se entiende. Son miles los volúmenes conservados en las bibliotecas europeas que comentan con erudición las operaciones de la Gran Obra; son innumerables los manuscritos bellamente ilustrados con emblemas y alegorías que nadie sabe interpretar.

Aunque podamos admirar los seductores símbolos de la Alquimia y dejarnos perturbar por la evocación poética que inspiran, no hay modo de integrarlos en nuestra moderna visión del mundo. La severidad materialista nos cierra el acceso a una interpretación del Cosmos que se remonta a episodios nada cartesianos y nuestra impetuosa tecnología industrial cercena de cuajo la idea de una Naturaleza preñada por el Espíritu. Podemos conceder que la creencia sea aceptada como una benévola inquietud religiosa, pero nos parece imposible admitir que tal cosa sea un "arte" que se considera a sí mismo la más solvente de las "ciencias".

Sin embargo el código simbólico de la Alquimia anuncia la liberación del espíritu prisionero en la materia. Bajo el patronazgo del legendario Hermes, el ciclo narrativo de la Alquimia acoge la fertilidad de los viejos mitos clásicos y cristianos y otorga a sus figuras excelsas un papel decisivo en el proceso de insurgencia del alma y de transformación de la materia: Apolo, Leda, Saturno, Cristo, La Virgen… aparecen con su vigor ancestral en el teatro de la condición humana dispuestos a representar el último acto y brindarnos la ocasión de vencer al destino, la extinción y la muerte. ¿Quién podría resistirse a la llamada de esta epopeya? ¿Quién se negaría a poner en práctica las instrucciones de un manual como éste?

La promesa de la Piedra Filosofal y del Elixir de Larga Vida nos hace lamentar que algo tan formidable sea enunciado con tan inextricables fórmulas. Aunque uno, a fin de cuentas, entiende que el mistérico desafío a las leyes naturales (la fabricación del oro y la prolongación de la eterna juventud) esté reservado a una aristocracia espiritual reacia a divulgar el gran secreto (y sin embargo empeñada en dar una y otra vez testimonio de su inminencia).

C.G. Jung, Mircea Eliade y Gaston Bachelard han ayudado a comprender lo que hay aquí de psicología y de historia cultural, proponiendo reveladoras aproximaciones al denso vocabulario icónico de los alquimistas. Pero no son muchos más los autores que hayan tratado con respeto el abrumador testimonio de esta fulgurante tradición. De ahí que debamos celebrar el nuevo libro de Patrick Harpur que publica Atalanta como el más inquisitivo, sensato y lúcido de los recientemente dedicados a la ciencia hermética.

Mercurius o el Matrimonio de Cielo y Tierra, que apareció originalmente en 1990 y ahora, entre nosotros, en 2015, es una novela y un ensayo. La vida de los protagonistas transcurre por cauces temporales distintos, pero tanto el capellán Smith como la joven Eileen comparten un inteligente interés por la Alquimia (la joven antropóloga aplica el método estructuralista de Lévi-Strauss al opaco entramado conceptual). Sus peripecias sentimentales ayudan a entender que nada sucede fuera de la perturbada vida de los humanos: ni siquiera el estudio de la ciencia hermética cuyos arcanos abordan los dos personajes con deslumbrante precisión. Podemos asegurar que Harpur ha escrito uno de los estudios más elocuentes y sagaces sobre el arte de estos grandes brujos blancos que han sido los herederos de la Alquimia.

Es probable que el ejercicio sincrético de Harpur conceda a la tradición alejandrina una inesperada actualidad. Gracias a los vínculos que sugiere entre la física cuántica, la cosmografía de la materia oscura y los estudios de la consciencia, no será paradójico que la ciencia contemporánea encuentre en las intuiciones de aquellos viejos alquimistas unas visiones que, después de todo, no serán tan descabelladas.

 

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Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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