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PERVERSIÓN O ESPECULACIÓN

Por 20 de octubre de 2006 Sin comentarios

Vicente Verdú

Las periferias fueron el espacio preferido por los urbanistas y arquitectos de hace algunos años. Leían en su desorden y su descontrol, en su caos y su negligencia, signos auténticos de nuestro tiempo.

La ciudad se generaba en esos territorios siguiendo el dictado del accidente. No había plan que preconcibiera el rostro de la ciudad y su caracterización nacía de la sucesiva adición de circunstancias. La imprevisibilidad sustituía a la ordenada previsión, el movimiento orgánico al mecanicismo, la biología a la física.

Todo encajaba con los paradigmas posmodernistas que saltaban sobre la geometría de la razón para producir una postrazón o geometría emocionada. Y se hacían coherentes con la clase de conocimiento imperante en la filosofía o en la ciencia, en la psicosociología y en la filosofía de la ciencia.

El caos, la catástrofe resultante, daba pie a la contemplación de la “belleza convulsa” que proclamaban las vanguardias surrealistas. La ciudad se hacía a sí misma con el espontáneo comportamiento de un tejido celular. El urbanismo decimonónico y su ilustración expiraban en manos de un postmodernismo imprevisible, improvisador y tan bárbaro como orgánico. Rem Koolhaas, el arquitecto más admirado y premiado, había descrito el fenómeno del desorden de nuestras ciudades como la eximia creación de la especulación. El especulador tomaba en sus manos la función del urbanizador y marcaba la ocupación del territorio a través de una patología inmoral convertida en la identidad creadora de nuestro tiempo.

De esa visión urbana o posturbana, posturbana o transurbana, se nutren las actuales periferias de España en un grado superlativo. O mejor sería decir: así se gestan los nuevos ensanches de las ciudades, pueblos y aldeas de España. No importa en qué dirección se viaje ni en qué contemplación se detenga la vista,  las ciudades se dilatan  través de porciones desalineadas o no que, siendo en su mayoría viviendas adosadas, reptan por valles y colinas, coronan las lomas y prosiguen su proliferación al otro lado de los sotos hasta un horizonte sin definición.

No hay centro ni línea de referencia, tampoco una estampa mágica que opere como escenario de la atracción. El movimiento avanza sin búsqueda de un destino porque las construcciones no se dirigen hacia ninguna meta determinada. Van uniéndose o abrochándose entre sí bajo la compulsión de  aproximarse a una distancia crítica de imantación, compañía o protección. La orientación que adquiere el conjunto pudo deberse originariamente a la relevancia de un panorama, el paisaje de unas lomas o la presencia del mar, pero más tarde la mancha urbana se extiende como un cuerpo sin cabeza, sin más ley que la ocupación del territorio y la conexión decapitada con la masa anterior.

En lugares costeros como Torrevieja y tantas otras poblaciones del litoral, las urbanizaciones más recientes no miran al mar, miran a las anteriores urbanizaciones que miraron a las anteriores urbanizaciones que miraron a las anteriores urbanizaciones que llegaron a avistar lejanamente la orilla.  La consecuencia final de su delirio desemboca en conjuntos distanciados absolutamente de la costa imaginaria y girando ya  su orientación a la carretera porque en la tesitura de no ver prácticamente nada diferente a otras viviendas idénticas se prefiere ver a los coches pasar.

De esta aberración son partícipes millones de metros cuadrados construidos y centenares de miles de viviendas, primarias o secundarias. La especulación inmobiliaria ha forjado esta clase de estructura habitacional autoreferente (“especular”o “especulativa”) y, en consecuencia, no puede entenderse nada si se observa desde el exterior. La inexplicable locura de la formidable demanda de adosados emplazados en lugares inhóspitos y sin ninguna gratificación aparente en su entorno debe ser superada por la lógica interna de esa construcción alienante y ciega: alienada, alineada a otras construcciones y cuya legitimación se encuentra en el protocolo de la compulsión, en el engranaje de la neurosis, en la patología auténtica del urbanismo que dirige y otorga significado a la ataraxia de la máxima especulación.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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