Vicente Verdú
Aún en la vida adulta o muy adulta se hace difícil valorar el tiempo en función de la muerte. O lo que es lo mismo, poner en orden la bonanza del tiempo sobre el deber de cumplir con los deberes. La importancia, en fin del deber bien atendido se impone sobre la relajación sin culpa, la satisfacción de responder apropiadamente a lo debido gana terreno -y tiempo- al tiempo sin más objetivo. El objetivo del objeto resta holgura y holganza, complacencia al hacer sin objetivo, dicha al dejar de hacer. De este modo, el sujeto queda sometido al mandato del objeto cuando el objeto, precisamente, desfallece y el sujeto sigue sin atenerse a este desfallecimiento pereciendo antes. Pero la razón de este juego estúpido no es otra cosa que la vulgar añagaza de la vida tratando de engañar la proximidad de la muerte. Igualmente, el posible enredo de este discurso no es otra cosa que la vanidad de pretender vivir en la edad adulta o muy adulta como si el transcurso de la vida no hubiera discurrido bastante ya sobre sí, su objetivo y su objeto. Hubiera enredado bastante a su sujeto.