Vicente Verdú
Un fenómeno que no puede pasar desapercibido es el importante cambio en las noticias referidas a la cultura.
Empezando por los suplementos que antes eran de arte y literatura, a las secciones diarias de los periódicos, el contenido de la cultura vuela desde las páginas a las pantallas, desde los lienzos a los vídeos, desde el arte real al net-art.
No pocos medios de comunicación han sido reticentes a estos vientos y, a través de coartadas espaciales o entregas informales, dieron noticias de festivales o creaciones singulares procedentes de un universo que ya no pertenecía a la escritura ni al mundo de la plástica tradicional.
En estos últimos años, sin embargo, toda la prensa española, desde la tildada de derechas o de izquierdas, ha ido reemplazando espacios consignados para libros por informaciones sobre videojuegos o novedades creativas en la red. Dentro de muy poco, el fenómeno se habrá extendido con tal poder que la superficie entera de la prensa habrá experimentado una metamorfosis inesperada.
El artista estrella, el best seller, el autor popular, el genio celebrado, dejará de pertenecer al elenco de hace dos o tres siglos y se colectará entre profesionales que apenas han leído un libro o, incluso, no han visto ese cine considerado hasta ahora maestro y magistral.
Con estos indicios se apreciará la vanidad del aburrido dilema entre prensa escrita y prensa digital, entre libro y pantalla, entre escritura y audiovisual. La letra va alejándose de la escena hasta ir perdiéndose de vista y, justamente, los diarios se plantean si será posible todavía aumentar el cuerpo del texto puesto que los lectores residuales son todos hipermétropes. Prácticamente nadie que ve con total nitidez dedica sus mejores esfuerzos a la lectura. Todas las campañas a favor de la cultura son benditas pero la obstinación en que se lea como clave de la culturización general es una voluntariosa pretensión de gentes formadas en otro tiempo.
Gentes que, como uno mismo, sufren la melancolía de una pérdida hereditaria capital y a través de cuyo extravío se desvanece no ya una referencia histórica sino decisivas raíces de la propia identidad.
Todos los periodos son periodos de cambio, no cabe duda. Pero ahora, además, el cambio conlleva alteración del paradigma cultural, alteración del punto de vista y de la misma realidad a observar.