Vicente Verdú
En Estados Unidos hay una máquina expendedora por cada 50 habitantes pero en Japón se llegó el año pasado a la proporción de una máquina por cada 20 habitantes.
La proliferación japonesa ha alcanzado este punto promovida, al parecer, porque la vivienda va reduciéndose tanto que apenas caben los productos necesarios para el normal funcionamiento doméstico. Uno de los últimos artículos novedosos que facilitan estas máquinas es, por ejemplo, el papel higiénico y huevos frescos. Esto aparte de los diferentes elementos para la limpieza, la alimentación, juguetería, prendas interiores, material pornográfico, recargas para móviles y cebos para la pesca.
A no tardar las máquinas habrán absorbido la práctica totalidad de los productos del mercado y en el extremo conformarán un mundo perfecto o del comercio y la asistencia. Es decir, una paralela población de servidores no humanos que, al estilo del Tamagotchi, irán adquiriendo un aliento animista de modo que suscitarán cariño y comprensión a la vez que la máquina auxilia. ¿Una despersonalización de la sociedad? Una omnímoda repersonalización del mundo.
Todo objeto que comunica tiende a ganar la condición de las compañías. Todo objeto que interactúa genera relaciones, atracciones, memoria, amor.
En general, la actual cultura de consumo ha fomentado la subjetividad del objeto tanto o más que la objetualidad del objeto. De ese cruce ha nacido una criatura que he llamado sobjeto en Yo y tú, objetos de lujo. El otro de la relación es un sobjeto y yo también, para el mejor éxito de una interrelación social que tiende cada vez más a ser descomprometida o eventual , incomparablemente más numerosa y menos radical.
Las vending machines del mundo siguen todavía conductas demasiado rudimentarias porque apenas reproducen el toma y daca de la moneda y el género pero existen, desde hace años, diversos programas de ordenador diseñados para atenuar, mediante la interacción con el cliente, la depresión, la ansiedad o la paranoia. Softwares que, instalados en aparatos callejeros, podrían destinarse a tratar demandas mucho más hondas y complejas. El coche de la ambulancia y su UCI sería, en ese momento, un dispositivo para la asistencia física dentro de un sistema de salud integral en cuyo seno actuarían también las vendings psicológicas para las urgencias propias del espíritu.