Marcelo Figueras
Me gusta la expresión inglesa guilty pleasures, que literalmente puede traducirse como placeres culpables: son aquellos gustos que uno se da a sabiendas de que no conviene que se sepa, para no pecar en público por incorrección política o pretendido mal gusto. Fumar se convierte cada vez más en un placer culpable. (Si seguimos así, de tan culpables terminaremos presos.) Pero también sería un placer culpable oír cierta música pop a la que se tiene por ligera o grasa, como se dice aquí. Y leer libros de autoayuda, o la “literatura” de Coelho. Y ver programas televisivos de juegos, o comedias tontas, o telenovelones. En estos últimos meses mi placer culpable se llama Veronica Mars. Es una serie norteamericana que emite en Sudamérica el canal de cable TNT, y que me pone en apuros cada vez que pretendo contar de qué va. Me remito a las pruebas: Veronica Mars es una estudiante de escuela secundaria, que paralelamente a sus labores académicas se desempeña como… detective. Sí, ya sé: suena a los viejos novelones de Nancy Drew.
El quid de la cuestión no pasa por el concepto, sino por su ejecución. En todo caso Veronica Mars es una Nancy Drew del siglo XXI, con todo lo que ello implica. Vive en un pueblo donde casi todas las figuras de autoridad son corruptas y/o perversas (el gobernador, el alcalde, el jefe de policía, la estrella de cine, el jugador de fútbol famoso) con muy pocas excepciones, entre las que se cuenta Keith Mars, su padre, despedido de su trabajo de policía y metido a detective privado; ni siquiera se salva la madre de Veronica, una alcohólica que no dudó en beberse el dinero reservado para solventar la universidad de su propia hija. La escuela es un microuniverso de violencia y confusión, un antro del peor darwinismo social. Durante una fiesta estudiantil, por ejemplo, Veronica fue drogada y violada. Se salvó de un embarazo pero contrajo una enfermedad venérea. Es que Veronica (interpretada por la encantadora Kristen Bell) podrá ser una chica brillante, pero su vida privada es un desastre. El american way ha recorrido un largo camino…
Veronica Mars es una serie nada complaciente. Para empezar, la cantidad de tramas y subtramas que baraja al mismo tiempo requiere de un espectador muy despierto. Los diálogos también son para no perderse, en especial los intercambios entre Veronica y su compañero de escuela / ex novio / chico malo Logan Echolls: son una mezcla de Raymond Chandler y comedia americana de la época Katherine Hepburn-Cary Grant, resuenan como látigos –y producen el mismo ardor sobre la piel.
No les voy a negar que descubrir que Stephen King la considera su serie favorita me tranquilizó un poco. “¿Cómo puede ser tan buena?”, se preguntaba en una de las columnas que suele escribir para la revista Entertainment Weekly. “No se parece en nada a la vida tal como la conozco, ¡pero no puedo despegar mis ojos de esa maldita cosa!”.
Si no confían en mí, créanle al menos al bueno de Stephen. Podrán pensar lo que quieran de sus libros, pero nadie puede negarle su condición de experto en esto de crear historias que atrapan al público. No por nada el King de los primeros libros fue otro de mis guilty pleasures durante largo tiempo…