Vicente Verdú
Una vez aceptado que el dolor ha perdido casi todo su valor de intercambio, el duelo va perdiendo su liturgia, duración y hasta sentido.
La última convención de Chicago dedicada a los negocios funerarios proporcionó suficientes elementos para hacerse cargo del nuevo trato con la muerte, el cambio en su significación social y en la relación de los deudos con la antigua tragedia del suceso.
La regla en auge del negocio funerario sería esta: si es lamentable la pérdida de un alguien querido no hay por qué insistir aún más en la condolencia. Fin, por tanto, de los funerales lacrimosos, de la mutua ostentación de las penas, del contagio general de infelicidad. Ahora, el difunto, en lugar de seguir mostrándose como un insoportable cadáver, prolonga mediante las tecnologías audiovisuales lo mejor de su existencia alegre y de su memoria animada. Varios recursos se han dispuesto al servicio de esta benéfica finalidad. Uno consiste en hacer pasar en salas adyacentes y durante las horas del velatorio un vídeo temático sobre aficiones y anécdotas del difunto, fotos familiares, hechos profesionales, en el que aparecería rebosante de ilusión. Este vídeo se expendería antes y después de las exequias al precio de 25 dólares por la FuneralOne, una compañía de reciente creación regida por dos jóvenes, Von Vandenbergh y Joe Joachim, de 38 y 25 años.
Pero aun se anuncia otra importante aportación: la losa que cubre la tumba constituye desde el principio de los tiempos una imponente metáfora de absoluta clausura o conclusión. Para anular este tremendo efecto negativo sobre quienes desearían acercarse a ella ha surgido la propuesta de empotrar en ella un monitor de televisión que, a requerimiento del visitante, ofrezca escenas cotidianas del muerto, detalles de sus hobbies y sus juegos, sus frases más célebres y familiares.
De esta manera se pretende lograr que la muerte no lo mate del todo y, en consecuencia, que el dolor de los vivos no llegue a ser desolador. Se dirá que ha muerto pero sigue expresándose en vídeo. De otra parte, lo característico de la tragedia reside en su determinación, pero propio de la comedia es su equivocidad, el sí pero no, el triunfo de lo simpático sobre lo patético.