Vicente Verdú
Los sucesos, pequeños y medianos, de los últimos días dentro de mi pequeña y mediana existencia han demostrado de nuevo la vanidad de trazar planes, hacer pronósticos, anticipar circunstancias y recados incluso en plazos muy cortos.
La experiencia de la vida instruye sucesivamente sobre el mundo de incontrol desde donde se desprenden virutas que caen como materias de azar modificando el porvenir y sin que, en ningún caso, podamos calcular su tamaño y su influencia.
Ni siquiera en quienes, por voluntad o fatalidad, tienen dispuesto rutinariamente su quehacer y su estatus se libran de esta permanente ventisca de diferentes colores y virulencias que, al cabo, decide la orientación, marca el sentimiento y redondea el destino.
Sin ese condimento de albur dejaríamos de pertenecer a nuestra condición humana que sólo por pensar sobre sí altera el producto de la acción y rebota mediante la acción consiguiente en un pensamiento distinto. Con tal dinámica incesante tiene lugar este vaivén que el fragmento de mundo con mayor apariencia de hallarse en nuestras manos resbala, salta, canta, aúlla o se deforma. Dialécticamente, estocásticamente, vamos conformando la biografía mediante tumbos, unos visibles y otros no, pero comportándose todos como municiones, provisiones, decepciones, ilusiones o ficciones que deciden una figura final personal e interactiva lista para el infierno, el delirio o la inesperada santidad.