Jean-François Fogel
La lectura -imprescindible, imborrable, ineludible– de Vida y destino de Vasili Semenovih Grossman incluye un sentimiento extraño, casi único. Se trata de una novela que fue detenida. No su autor, lo que solía ocurrir en la Unión Soviética, sino la novela misma. Es imposible olvidar la historia del libro al descubrir la potencia fenomenal de su carga crítica. Sobrevivió por milagro. Tenía que recordarlo, la semana pasada, al escribir una pequeña celebración de esta obra maestra.
Se discute todavía hasta qué punto Vasili Grossman actuó de manera ingenua al someter su libro, en 1960, a los editores de la revista Znamia y al editor en jefe del periódico Novi Mir. Estrella del periodismo soviético, héroe nacional de su país, Grossman no podía ignorar los límites de la apertura iniciada a duras penas por Krutschov. Oficiales del KGB (la policía secreta) entregaron la respuesta en febrero de 1961 con una revisión completa de la vivienda del autor. Se llevaron el manuscrito, los borradores, las notas y hasta las cintas de la máquina de escribir del autor. Visitaron también las casas de los dactilógrafos y, por supuesto, confiscaron los manuscritos tanto de Znamia como de Novi Mir.
Caso único de un libro “detenido” por completo, con además una decisión casi definitiva: el Estado soviético “prohibía su lectura durante al menos los próximos 200 años”. No sirvió de nada una carta al propio Krutschov. “Tienen que soltar mi libro”, explicaba Grossman, denunciando así las limitaciones de su visión carcelaria y política.
En realidad, Grossman era un zorro. Había preparado otras dos copias para sus amigos Semion Lipkin e Yekaterina Zabolotskaya, sin informar a los oficiales del KGB. Lipkin, un poeta que murió en 2003, no se equivocó al leer la obra: le parecía imposible la publicación de la novela y además, según el, tenía mala puntuación, pero era de primer orden, era un monumento de la historia literaria. La guardó a pesar de pelearse con Grossman, esperando otros tiempos.
Años después, en la plena potencia del movimiento de los disidentes, fue Andrei Sakharov, el físico, que se dedicó a fotografiar el manuscrito. La extrema vigilancia que le dedicaba el KGB le obligó a utilizar a otro escritor, Vladimir Voinovich, para sacar en 1970 dos rollos de microfilmes a Ginebra, a la casa editorial “L’age d’Homme”. El libro se publicó por fin en 1980. Al descubrir la traducción al castellano hay que recordarlo: la existencia del libro es un milagro.