
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
La mayor parte de los lunes del año provocan un impacto notable y negativo en más de la población. Son impactos psíquicos y físicos que se repiten además regularmente y sin que su obstinada repetición les reste intensidad. De este modo penoso queda garantizado que prácticamente la totalidad de la población mundial sufre semanalmente un quebranto seguro ya sea en su salud personal y relacional. Ninguna medida, sin embargo, sea de orden político, económico, religioso o médico se ha previsto ante esta dura e impertinente desdicha. Pasa un lunes tras otro a lo largo de los siglos y mientras la ciudadanía padece en silencio este destrozo, tanto las autoridades científicas como todos los representantes municipales o parlamentarios eluden el problema. Más todavía, bromean respecto a él hasta el punto simular que esta grave desventura constituye un asunto sin interés para el orden, la felicidad o el progreso. No será, sin embargo, en balde que esta ignorancia persista. Tanto el índice de esperanza de vida como la productividad material, tanto la agresividad, como la esperanza o el desengaño proceden en buena medida de esta tortura sin fin. Un mal que reaparece los lunes, todos los lunes de la vida, y que desbarata si no todo el sentido de la vida sí una parte considerable de él y que si bien no decide si somos o no desgraciados irremediables inculca una nefasta influencia en nuestros estados de espíritu que, a su vez, se enlazan funestamente con aquellos de los demás del mismo día y, en conjunto, definen un auténtico malestar de la cultura, un absoluto malestar de la ciencia, un capital malestar del amor y de la convivencia que rebaja la apreciación de la existencia, incrementa los accidentes, las enfermedades, la enseñanza, la conducción, las ventas y las compras, etcétera, como uno de los más decisivos factores del bien y el mal universal.