
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
En un hogar, las tijeras no son el tópico instrumento del horror que en tantas otras escenas policiacas representan.
En el hogar, las tijeras cortan los hilos, las uñas o las partes que en la cocina se excluyen de las verduras, las carnes o el pescado. Son, en general, objetos muy útiles y sobriamente eficaces, típicamente caseros y auténticos: modestos, sencillos, baratos, prácticos. Ahorran trabajo y auxilian con prontitud cuando se las reclama. No son, por tanto, la herramienta con la que se asesina en las películas o salen de vez en cuando en las noticias tremendas que narran los crímenes de sexo.
Las tijeras caseras se pasan de mano en mano desde los recortables de los escolares a la confección tradicional, del corte de las etiquetas que llegan con las compras al recorte de la foto que se enmarca. Sus usos domésticos son tan plurales y su comportamiento viene a resultar tan conveniente que en todas las casas hay tijeras y a menudo varias clases de ellas, desde las de la cocina al cuarto de baño, desde la escribanía tradicional a alguna más que se encuentra en donde nunca se encuentra.
Cargan, efectivamente, con una morfología inquietante pero, al cabo, sean o no metálicas, pliegan sus hojas y parece que se sumen en un sueño tan natural y pacífico que no despertará sino es obedeciendo a nuestra voluntad y con no poca condescendencia. De la tijera, tarde o temprano, no se puede prescindir y es ella, más que nada, la que gracias a la calidad de su anatomía podría pervivir fácilmente sin nosotros. De hecho. la tijera es le objeto articulado que se justifica a sí mismo y perfectamente en el juego de abrirse y cerrarse sobre sí. Constituye el ejemplo perfecto de palanca de primer orden doble.ç
Con este quehacer propio de su perfección empieza y acaba su vida con o sin objeto en medio, con o sin dedicación exterior. Abre y cierra, cierra y abre como un puro juguete autómata y, de hecho, nadie ha podido perfeccionarla en nada a lo largo de su historia iniciada en la edad del bronce y adquiriendo el diseño actual desde el siglo XIV. Como el clip en la era moderna, la tijera no tiene descendencia que la mejore en nada. Pero además, como las pinzas de la ropa, su mecanismo basado en apenas tres piezas las hojas, el mango y el tornillo) ha sido insuperable con los avances tecnológicos, sea mediante artilugios eléctricos o electrónicos. Constituye un producto acabado en su misma perfección y de ese modo debe entenderse que con su historia, nuestra historia personal no las modifique. Una de dos: o corta un segmento inútil o se clausura.
Empleada como estilete o como daga, usada para extraer los desperdicios de una rendija o destinándola a servir de palanca por la rigidez de su constitución, su prestación es tan torpe como desatinada, tan artificial como perversa. De ahí su terrible carga cuando asesina, de ahí su turgente excepcionalidad cuando se hinca en un cuerpo lo hace sangrar o llega incluso a producir muerte. Muertes sin proyecto de matar, muertes surgidas de la urgencia, contraventora del mismo ser pausado de las tijeras cuyo eje, incluso en la industria de la piel, de la sastrería la jardinería, el esquilado o de la pescatería actúa como un ojo que observa el movimiento, lo vigila, lo califica y lo regula.
Nunca, de hecho, es tan hermosa la tijera que cuando opera con lentitud siguiendo el dictado de una línea, respetando una indicación o manifestando la destreza del oficio. Ella es en sí la señal de un oficio y en el hogar se introduce como una reminiscencia de la casa artesana y taller donde se ganaba el salario con su concurso. O, al revés, puesto que las tijeras conocieron también un uso suntuario asociado al tocador de las mujeres romanas -según se ve en un fresco pompeyano del siglo I- o más tarde, en el siglo XIV que en las cortes reales se ensalzaban con metales y piedras preciosas.
Efectivamente una cosa es la tijera laboral y otra la moderna tijera pequeña o de tocador que se lleva incluso en el neceser y se aplica privadamente para eliminar callosidades, desbordes capilares y crecimientos ungulares. En ese sentido, la tijera forma parte del oprobioso ajuar que impone la condición e estar vivo. La vergüenza connatural a las vulgares imposiciones de la existencia y a las cuales la tijera se aplica con tanto ahínco como en el ámbito de la cirugía.
Tijeras para tratar con las excrecencias, los sobrantes, las vesículas infectadas. Tijeras de intervención sobre el cuerpo en aquellos de sus aspectos tan deplorables como los padastros que afean los dedos, las uñas aguileñas que desvirtúan el diseño de la mano o los pies y, en el colmo, esas tijeras de la teletienda que cortan con esmero los pelos de la nariz y las orejas.
Su parecido con las pinzas de la ropa termina pues en esta zona propia de la ignominia o de la cirugía puesto que las pinzas para la ropa, en madera o en plástico, son tan puras y beatas como benefactoras. Cuelgan la colada de la cuerda o cierran el sobre de los garbanzos o el café. Confinan el aroma del té, la manzanilla o las galletas y otorgan, de otra parte, la ocasión de que la ropa se oree, cuelgue en el aire, se oxigene y regrese al uso refinada.
La pinza es en todos los casos cabal mientras la tijera puede ser circunstancialmente libertina. La pinza de la ropa forma parte de la bondad pura, maternal, mientras las tijeras poseen en su fuero la tentación del crimen y el desdoro. La pinza nunca hiere ni tampoco miente. Hace las veces simbólicas de un pájaro común, pero la tijera posee una secreta ambición de estrella. De hecho, la pinza es un instante mientras la tijera se comporta como un plano secuencia. O dicho de otro modo, la pinza pose el carácter de un gesto y la tijera de una sentencia o incluso un discurso entero. Una pellizca y concluye, la otra corta y sigue a menudo un trazo largo. Ambas, en cualquier sentido, han traspasado las diferentes etapas civilizatorias y sin cambio fundamental alguno perduran como incuestionables figuras de lo doméstico.