
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
Que el premio Tusquets haya ido a parar a manos de Sergio Olguín es una maravillosa noticia para mí. En primer lugar, porque Sergio es un gran escritor. (¿No leyeron Lanús?) Pero también por su campaña eterna en defensa de la buena literatura que la academia y los grandes medios de la Argentina suelen ningunear. Sergio es de los que no se traga las figuritas que los medios pretenden hacerle bajar por la garganta. El sabe muy bien que la verdadera vida (literaria) suele estar en otra parte.
La novela por la que ganó se llama Oscura monótona sangre, a partir de unos versos de Salvatore Quasimodo ("No sabre nada de mi vida / oscura monótona sangre"), y según propia confesión surgió como reacción a un sentimiento que no me cuesta nada entender: "Me molesta el modo en que los medios de comunicación tratan superficialmente el tema de la inseguridad". Dice Sergio que la novela es de algún modo la inversión de un clásico argentino, el cuento Cabecita negra de Germán Rozenmacher: "Ya no son los cabecitas negras que acechan las casas de los burgueses para conseguir lo que no tienen, sino las clases medias que se meten en la villa para conseguir lo que no tienen". O sea, en este caso: sexo.
Policial a la manera de su idolatrado Simenon, Oscura monótona sangre transcurre entre Barrio Norte y la Villa 21, extremos del espectro social en la ciudad de Buenos Aires. El premio se lo concedió un jurado compuesto por Juan Marsé, Almudena Grandes, Jorge Edwards, Elmer Mendoza y Beatriz Moura.
Qué ganas de leerla tengo…