
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Así como cuando se estropea la nevera nos hacemos una idea más cumplida de la importante función que cumplía, sólo cuando nos estropeamos somos conscientes de lo bien que estábamos cuando nada nos dolía. Porque el dolor es, como las barras que aparecen en la pantalla del ordenador, esos elementos que cuando se esconden no hay modo de recordar qué contenían y menos el peso exacto del valor que nos proporcionaban. Un aparato habla de sí mismo cuando no funciona como también la salud dañada habla de la vida cuando se aboca sobre ella. Es así que el sufrimiento proporciona saber y que la vida contemplada en perspectiva es, como decía Schopenhauer, la historia de un sufrimiento. ¿Por qué se sufre incesantemente? No. Sencillamente porque los momentos en que la ida emerge sin vacilación es cuando duele. La vida en general, para qué engañarse, tiende a doler pero es cierto que por momentos se adormila y ni molesta ni parece que tenga límite. Es así como también pasa con los animales domésticos que en cuanto se echan a dormir desaparecen de la casa y sólo cuando corretean, ladran o vomitan aumentan su presencia gradualmente. El malestar es la clave del estar. Estar bien en todo -cuando esto parece posible- proporciona una película velada del mundo. No es la salud pues la que revela la verdad sino que la foto real se produce entre claros y sombras y son éstas, con su presencia, quienes prestan relieve a las cosas y a las personas, el relieve y hasta el perfil de la vesícula, la cabeza y su latido parietal.
Manquillo, el defensa del Atlético de Madrid que sufrió esa acrobática caída en el partido con el Real Madrid, clavando verticalmente su cabeza en el césped le ha causado la fractura de unas vértebras. Antes no sabía nada de vértebras pero ahora vendrá a saberlo todo. La cultura del dolor ha dejado de valorarse en estos tiempos puesto que según los innumerables libros de autoayuda el que vale es el optimista y el tonto es el pesimista que se amarga inútilmente la vida. Al, revés de lo que pensábamos hace menos de medio siglo.
Sin embargo, con autoayudas y coaches o no, permanece el fondo indeleble y esencial de este asunto. El padecimiento apresa el tiempo. Padecer hace saber. Se hace cargo del paso y del peso del tiempo y del peso y el paso de las horas y los años. O, lo que es lo mismo, del pesar de la vida.