Vicente Verdú
Más que admirable, parece asombroso que escritores o pintores de una edad avanzada interesen a varias generaciones más jóvenes. La cultura de consumo ha enseñado con tanta elocuencia e intensidad que la moda es el patrón y lo pasajero el modelo que permanece más allá de la temporada se opone ontológicamente a la virtud de la vigencia.
Algo es vistoso y penetrante en tanto que novedoso y deja enseguida de serlo sustituido por otro accidental elemento de innovación. ¿Cómo esperar así que el pensamiento o la estética de un autor despierten atracción más allá del inaugural intervalo que les correspondería?
La respuesta podría hallarse en la evolución paralela del pensamiento o la estética del autor, pero lo verdadero, sin embargo, es que los pintores, por ejemplo, suelen repetir sus fórmulas como una marca ya apreciada y los escritores procuran, por asiduo consejo de sus editores, no despistar a los lectores con fuertes cambios en sus temas o tratamientos. La perdurabilidad es un atributo del valor pero ¿cómo conciliar esta categoría clásica con la expectación posmoderna?
La manera de hacerlo conciliable reside exclusivamente en la conciencia coherente del productor. Alguien, sea en la moda textil o en el diseño de interiores, en la arquitectura o en la literatura, se "consagra" -se hace "conspicuo", aparte de otros factores azarosos- gracias al respeto (casi sagrado) que se profese. No hay en este respeto (casi sagrado) egolatría, narcisismo ni superioridad sino, por el contrario, servidumbre y acopio de serenidad. La agitación de seguir el raudo perfume de cada día lleva al ahogo y la única forma de mantener una relación rítmica con la actualidad es atenerse a la cierta respiración de uno mismo. Por uno mismo respiran -teniendo suerte- legiones de receptores y siempre que la fortuna provea de un aire saludable se hallará capacidad para transmitir salud. Salud en forma de gozo, de estremecimiento, de compañía. La salud es la entrega más pura de una obra de arte. Nos sanamos mediante la belleza y nos embellecemos mediante la oferta honrada o depurada del autor. Ofertas, en ocasiones, suculentas, casi inmortales.