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La televisión de la televisión

Por 9 de febrero de 2011 Sin comentarios

Vicente Verdú

La televisión por las mañanas, no cabe duda,  realiza un servicio particular sobre millones de seres particulares pero también realiza un servicio general a infinidades de espacios y seres generalizables.

Hay quien, siguiendo la animadversión sobre la que llaman "la caja tonta", no han salido de su tontería anacrónica y aborrecen la televisión vespertina y, sobre todo, matutina, pero esta actitud, cuanto más conspicua es, menos ayuda a entender con lucidez la importante realidad matinal del mundo. Todo el mundo matinalmente se halla cubierto por la pantalla de esa emisión televisiva, liviana, sana, insignificante y sosegante que decide el estar benéfico de incontables salas de estar, de innumerables bancos de cocina, de infinitas habitaciones de hospital y de eternas emisiones colgantes sobre las barras de interminables bares y pubs vacíos.

Nunca la televisión es quizás más auténtica que durante ese tiempo vano. Nunca, además, será más verdadera que cuando, por su cuenta, sin miradas ajenas que la ven o la juzgan, discurre autónomamente y se comporta como un  dócil y servicial suceso a lo ancho del planeta.

En  unas casas hay quien tiene los programas establecidos para cada hora si su situación de desempleado o de enfermo les permite marcar el tiempo de acuerdo a su voluntad y preferencias. Estos son como los centinelas de la programación y para los cuales se estudia y fija la parrilla en cada departamento de la empresa. Son también estos, los consumidores audiovisuales puros puesto que representan al consumidor por excelencia de nuestra época de consumición ininterrumpida. No engullen lo que ven mientras critican, no reciben lo emitido con  la menor sombra de interés. Ven y oyen lo audiovisual sin guarniciones, complementos o excrecencias. Son quienes se sirven de lo audiovisual sin pretexto y sin consciencia. Son además consumidores extremadamente puros porque tampoco escogen esto o aquello con alguna intencionada determinación sino que se ofrecen al menú que la pantalla desee ofrecerles y, al igual que los pacientes de los hospitales, metabolizan con entera humildad, servidumbre y resignación los platos. Son pacientes sin impaciencia, televidentes sin exigencias, elementos basales de la intercomunicación automática legitimada en el hecho mismo de emitir y de no recibir, de ser emisor sin exigencia de receptor.

Pero también, un paso en este mundo blanco es el que se desarrolla como una performance solitaria en aquellos hogares donde la televisión funciona  sin que nadie se encuentre en la pieza, nadie la vea o le preste la menor atención. Esta televisión funciona por entero a su aire o para sí. En su aire, creando su aire y sin ninguna contaminación ni aliento exterior.

No hay ojos ni oídos ni cuerpo alguno para ella sino que ella misma se escucha, si se escucha, o se ve, si lo deseara hacer sin contemplar posiblemente nada. Su espectáculo repetido o calcado fuera como reflejo de su espectáculo interior, a la vez desprovisto de función.

Sola pero plena, sin audiencia pero sin suspensión, la televisión vive a sus anchas y en el mejor de los mundos imaginables para cualquier  programación incluida no ya la peor programación sino la nula programación. Sin crítica ni censura, sin juicio positivo o negativo, sin intromisión ni destino. El aparato emisor funciona en estado puro en el  funcionamiento estricto o  sin ninguna función. No sirve a nadie, nadie la sirve, no se representa  ni nadie la hace presente. Su presencia redunda en la ausencia y ella misma es una ausencia en movimiento.

Esta entelequia que habita a nuestro lado cumple el sueño ideal de la TV. Ser para sí y en sí. No proporciona ventajas a su dueño a la manera de los trabajos esclavos, no necesita ser mejor ni peor para recibir el aplauso o la condena de las gentes. Ella misma consiste en el absoluto de la TV, sin causa ni fin igual a la TV antes de haber sido concebida, igual a la TV después de haber desaparecido la Humanidad.

Indiferente, sigue y sigue encendida sin atenerse a la energía eléctrica que consume ni tampoco a la energía de los posibles actuantes ante las cámaras que acaso formen parte del mismo mundo sin espectadores ni emisores, criaturas anonadas en sí. Porque puede ser incluso cierto que esas cámaras responsables de emitir tampoco tengan tras de sí a unos u otros  realizadores y funcionen sin la intervención de mano o  cerebro algunos. Cámaras que graban y transmiten sin mediación de nadie y para nadie. Sin la colaboración directa de ninguna mente ni con la intención de llegar a mente alguna. Son como composiciones amentales, sementales de sí. Compuestos de un mundo onanista que acaso, gracias a su imposibilidad de copulación, determinen la nueva parte creciente del mundo, desprendida de fertilidad. Un mundo deshabitado de individuos actuantes, un mundo sin complejos ni destinos, un mundo transparente o sin fin. ¿Puede admirarse una obra mayor? ¿Una programación de superior escalofrío?  

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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