Vicente Verdú
El 6 de septiembre, cuando vuelve a subir el euribor y se desploma la bolsa, se conoce que Solbes, el ministro de Economía español y vicepresidente del Gobierno, ha declarado que la incertidumbre es lo que peor sienta a la economía. ¿Qué incertidumbre? Especialmente la incertidumbre que podría llegar a certificar la autoridad económica.
La inseguridad, la vacilación, lo incierto, sería menor si el ministro de Economía convocara a la confianza y la serenidad.
La tranquilidad o la intranquilidad no son estados totalmente objetivos sino que se regulan de acuerdo al grado de nitidez en la visión del porvenir.
Los agentes económicos debaten y manotean sobre esa visión, entrecruzan sus diagnósticos o sus prospectivas y, en la controversia, esperan que comparezca la autoridad económica y exponga la deseable verdad del futuro. La autoridad económica tiene así en sus manos, cuando reina la confusión y la incertidumbre que perjudica los mercados, la benéfica oportunidad de esclarecer la situación. Pero ¿qué hace nuestro ministro de Economía? Venir a emborronarlo más. O incluso, comparecer para inquietar adicionalmente la inquietud.
No dice ni que sí ni que no, no declara que la coyuntura significa esto o lo otro, sino que incide en la incertidumbre, punto álgido del temblor o el terremoto próximo, centro neurálgico de la crisis. La incertidumbre es lo peor y él se recrea en pronunciarla. Con lo cual el círculo vicioso se vuelve incandescente. Aquel mandatario que con su carisma podría sanar o sosegar se comporta como una pieza unida al mismo estado de ánimo incierto de los productores, consumidores, hipotecados e inversores, acentuando con ello el insano pulso de lo económico: el pulso donde no impera ni el sí ni el no si el susto de la ignorancia.