Vicente Verdú
Ahora todos escribimos blogs. Nos atareamos de acuerdo con el estilo de los tiempos donde el open-source es la fórmula en boga para una actividad cualquiera.
Hace quince años Linus Torvalds colgó su proyecto de sistema operativo en la red, no con el fin de hacerse rico con su invento sino para hacer partícipes de adicionales invenciones a otros usuarios y mejorarlo con su ayuda. El imperio de la jerarquía hoy posee mala fama mientras el sistema horizontal, la organización flat, la idea de participación recoge la ideología de los tiempos.
Los medios de comunicación tradicionales se abastecen diariamente de la incesante opinión de los lectores, de los SMS en directo, de las llamadas a la emisora. El mensaje rehuye su aspecto direccional y se enmascara en esta clase de orgía del receptor que introduce su voz y hasta su mano.
La coartada del diario, de la radio o de la televisión son aquellos programas cuya bondad o maldad pierde relevancia gracias a la ruidosa participación de los clientes.
De esa manera la opinión pública no juzga el contenido como un producto ajeno que se le sirve sino que su contenido se forma mediante una interacción que anula la distancia crítica. Ciertamente, no sabremos con la debida exactitud qué porcentaje de mensajes expuestos en la pantalla o lanzados por las ondas tienen su origen real en el público o son fabricados para que lo parezcan. Lo importante, en suma, es sustituir la decadencia de la imaginación creadora del emisor por el auge de la acción participativa. Pero, además, ponerse al loro de lo que se lleva: en la moda, en la política, en el marketing, en el conocimiento.
El sistema operativo que propuso Linus Torvald en 1991, conocido como Linux, constituye el ejemplo triunfante de la convocatoria a la participación horizontal de cualquier público. El dispositivo ha ido mejorándose y ya el número de ordenadores que lo usan se va acercando a los 35 millones con pronósticos de crecer hasta los 43 millones en 2008.
Otro ejemplo más de éxito participativo es la Wikipedia, la enciclopedia abierta, expuesta a correcciones, sugestiones e innovaciones espontáneas que a estas alturas ha asumido un millón de artículos de los temas más diversos en sus apenas cuatro años de vida.
La vida se hace comunidad gracias a la red. Cada blog debe su naturaleza y su existencia a la presencia de los otros, de la misma manera que nuestra identidad, nuestra vitalidad, nuestro sentido, en general, se encuentran en la relación y la comunicación con los otros. Y ahora –con las emigraciones, la multicultura, las fusiones- de forma cada vez más clamante.
Un libro aparecido en 2004, The Wisdom of Crowds, de James Surowiecki, alcanzó la categoría de best seller en la lista de The New York Times refiriéndose a este fenómeno de la participación y a los posibles beneficios que podrían derivarse -para las empresas, ante todo- abriéndose a la opinión de socios y accionistas. Unos y otros en el proyecto TBE (The Business Experiment) de Surowiecki, proponían rectificaciones, innovaciones, cortes o derivaciones que, a juicio, de algunos líderes de empresa están contribuyendo a mejorar el rendimiento de la compañía.
Saber tratar con la suma de sugestiones, apartar el trigo de la paja, el delirio de la sensatez, filtrar la lucidez y no la estupidez sigue siendo –como en la prensa- un trabajo a cargo de los directores. Sin embargo, ¿cómo no pensar en que tendencialmente el dirigente sea un grupo inducido y formado a imagen y semejanza de la masa? ¿Cómo no pensar, en fin, que la democracia, una vez contagiándolo todo, explosionando como epidemia, no infecte los cuerpos de decisión?
Producir, gobernar, crear para el gran público es el sueño de la industria, los servicios, la cultura. Para hacer realidad este anhelo ¿no será indispensable procesar e incorporar el deseo, el criterio y hasta el tufo existencial de esa amalgama? La Revolución, por cierto, ¿no consistía en promover algo por el estilo?