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Blogs de autor

La clave de mi éxito en el gimnasio

Por 13 de julio de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Los gimnasios son sitios muy extraños. El mío está siempre lleno de gente enfrascada en actividades que por lo general se desvían –nunca mucho, pero sí lo suficiente- del objetivo del lugar. Luchar contra las máquinas, por ejemplo. (Aquellos que pretenden trotar sobre cintas endemoniadas. Aquellos que batallan contra poleas que nunca responden como quieren). Fingir que hacen abdominales, por ejemplo. (Tumbarse sobre una colchoneta y alzar un codo no es lo que yo llamo un abdominal). Quedarse contemplando los televisores, por ejemplo. (A veces la excusa es un partido de fútbol. Pero por lo general contemplan a las hembras que se exhiben en los videoclips). Conversar animadamente, por ejemplo. (Los profesores con las chicas nuevas, siempre. Y también las chicas lindas entre sí, como si su atractivo fuese un poder magnético que las obligase a congregarse). Y mirarse en los espejos, por supuesto. O aprovechar sus pulidas superficies para mirar a alguien más sin que se entere. 

Yo soy de los que no habla con nadie. (En esto, mi comportamiento dentro y fuera del gimnasio no varía mucho.) Pero después de varios años de ir al mismo club al menos tres veces por semana, me conozco el sitio y su fauna como la palma de mi mano. No sé los nombres de nadie, pero a muchos de los que constituyen el elenco estable los bauticé como quise. Por ejemplo Hércules y Megara, que son idénticos a sus homónimos del dibujo animado de Disney y se quieren de la misma manera. O Frasco Chico, que es la mujer más pequeña y mejor proporcionada que conozco: podría ser un clon de Betty Boop, si tuviese los ricitos. U Olive Oyl, que es flaca hasta la exasperación y aun así no deja de correr: siempre pienso que un día se va a evaporar encima de la cinta.

Por lo general la gente no cambia. Transpira, gruñe y adopta poses que jamás se atrevería a repetir fuera del gimnasio, pero no cambia. Por supuesto, hay excepciones. Me consta que algunos traseros femeninos han adquirido perfección y firmeza marmórea, eso sí, después de meses durante los cuales sus dueñas dedicaron el ochenta por ciento de su actividad física a esa parte de su anatomía. No negaré que mi costado estético se solaza, pero después de verlas desvelarse tanto por su trasero, no puedo menos que recordar lo que Dorothy Boyd le dice a Jerry Maguire en la película de Cameron Crowe, hablando del amor y no de trastes pero de todas formas produciendo una frase pertinente: Si requiere tanto esfuerzo, es posible que quizás no valga la pena.

Mi relación con el esfuerzo físico siempre fue esquiva. Nunca me gustaron los juegos, porque era miope. (Ya no lo soy.) Y la pura gimnasia, o el correr, me aburrían. Terminé encontrándole la vuelta al asunto ya de grande. Aprendí a correr mientras imaginaba Kamchatka, porque se me ocurrió que el protagonista también debía aprender a correr, lo cual hacía imprescindible que aprendiese a respirar. (Una de las tantas cosas que se supone hacemos naturalmente, y que por lo general hacemos naturalmente mal). Y después me enganché con este gimnasio y con su fauna. Soy un cliente fiel. A veces busco ángulos en sus espejos, a veces imagino la conversación entre Frasco Chico y el profesor que la triplica en tamaño, a veces me imagino lo que pasaría si un fenómeno atmosférico magnetizase todos los aparatos. Lo cual me sugiere la razón por la que conseguí integrarme a la fauna del lugar: porque mientras transpiro y me esmero en hacer abdominales bien hechos, me entretengo haciendo exactamente lo mismo que hago afuera del gimnasio, tanto despierto como dormido.

Esto es, imaginar.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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