Vicente Verdú
Millones de personas se operan en el mundo cada día y prácticamente ninguna escribe o ha escrito de ello. Incalculable número de novelas y libros de distinta clase, prácticamente todos, se refieren a grandes pasiones y cuestiones de peso, cuando no incluso inventan mundos fantásticos como si no les bastara con las complicadas proporciones de éste.
Una operación como la que acabo de sufrir, en la que me han extirpado y trasladado de lugar un par de órganos, no puede soportarse muchas veces en la vida y si no fuera porque todavía no acierto con las letras del teclado empezaría a referir, por ejemplo, el universo de la UVI donde a alguien se le niega un sorbo de agua para no matarlo y a otro se le autoriza que reciba a varios miembros de la familia para que le den una cena con judías rehogadas.
No hay que llegar, sin embargo, a la habitación misma de la UVI para defender el abismo de valor. Simplemente las personas experimentan un sinfín de bondades y calamidades, perplejidades o placeres, no se consignan de ningún modo en la composición de la existencia humana.
En un libro que titulé Emociones me propuse atender a supuestas cuestiones menudas como cortarse el pelo, lavarse los dientes, ponerse o quitarse los zapatos, cuyos tramos y significados cosen la vida y en suma, suturan, la vida entera. ¿Qué se siente pues cuando te encuentras sajado el tórax? ¿Qué siente una mujer cuando se pinta los labios? ¿Qué clase de pensamientos tiene el camarero? ¿Cómo actúa un gominola de menta?
De una sensación a otra se va trabando la vida. Y es una simpleza de santones considerar que se trate de cuestiones nimias. El dolor en todas sus especies y el disfrute en sus diferentes colores, forman, junto a mil especies más, la totalidad de nuestro único guiso. La vida es un ratico, dice Juanes. ¿Cómo no pensar que, al estilo de las innumerables piedras en la vesícula, la deciden importantísimas porciones de reducido tamaño?