
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
A menudo, estos topetazos no tiene demasiada importancia porque no alcanza a destruir a cada parte, pero repetidos crean una siniestralidad de la que cualquiera desearía huir. Parece entonces preferible matar al yo del otro, olvidarlo, desdeñarlo o perderlo, para no arriesgarse nunca más a padecer su dureza. Un amor sano tiene por virtud que los yo de unos y otros o de uno y otro es se cuecen en la misma olla y llega el caso en que es difícil distinguir sus contornos dentro del mismo guisado.
En esta situación estofada el amor se remueve y huele sustanciosamente. Es el caso de los grupos en los que la solidaridad y la cooperación son ingredientes de la misma masa y en cuya composición no se mide qué gramos de cada cuál participan o a qué precio cada uno se adjunta. Justamente, de niños decíamos que entre nosotros nos ajuntábamos o no porque el ajuntarse tenía que ver con la fusión y el no ajuntarse con la quiebra de esa unión o la dificultad de entenderse.
Pero las aleaciones son también una buena metáfora del buen amor. Los componentes se alían para fundar un producto nuevo que no podría existir sin ese ayuntamiento y del que es difícil, con el tiempo, determinar las aportaciones de cada cual. Los amores que sopesan el intercambio, los que recuerdan bien lo que dan al otro y conservan la lucidez para dirimir lo siempre "poco" que reciben de la otra parte, son amores tan efectivamente precisos que mueren afectivamente.
De otra parte, el afecto genuino se parece a la infección no sólo porque pueda atribuirse al contagio de una misma enfermedad sino porque sus consecuencias no aceptan tasas ni recuentos de virus, la infección va por su cuenta al lado de la afección y en ninguno de los casos no pueden hacerse cuentas.
Las cuentas que emergen a menudo en los reproches amorosos de una pareja no hacen sino empeorar las cosas. O dicho de otro modo, cambiar la naturaleza de las cosas. Son cambios que pervierten la naturaleza y acaso la agrien, la sequen o la pudran. La desnaturalicen para sufrir, en cualquiera de los casos, en un inesperado vaivén de vilezas.