Vicente Molina Foix
Porcel tituló ‘Las pasiones ocultas’ el interesante prólogo a la reedición póstuma de una de las novelas más singulares de Villalonga, ‘El ángel rebelde’, cuyo protagonista Flo La Vigne, presente en otros libros del autor, era un trasunto de la figura del joven Baltasar, no siempre complacido con el retrato que el ‘senior’ hacía de él en la ficción. Y en ese prólogo Porcel aborda con franqueza lo que de un modo subrepticio late en la correspondencia, la homosexualidad: "jamás supe por boca de nadie nada en este aspecto que pudiera implicar a Villalonga, ni él nunca se me manifestó en nada parecido. Pero aleteaba en sus ideas, sus actitudes, sus celos, incluso en sus afectuosos golpecitos en la espalda, un deje comprometedor…¿Provenía esa ambivalencia de un esnobismo de los años 20, como el culto a la gimnasia?"
La gimnasia es un motivo que aflora una y otra vez en las cartas de Villalonga a Porcel, siempre llamado en el encabezamiento Odín, un "nombre de dios y de niño" que era el pseudónimo de los comienzos periodísticos del segundo. "Querido Odín, no te dejaré en paz hasta que tengas el perímetro torácico, la presión arterial y los eritrocitos que te corresponden. Esto para que triunfes en el mundo" (carta del 16-XII-58). Hay que recordar que el gran novelista era médico (psiquiatra, no endocrino), y sus consejos al joven discípulo adquieren a menudo un rango paternal y benevolente, no exento en ocasiones de la malévola ironía de sus obras de creación. Queda claro, con todo, que la prestancia corporal de Odín le importa; le receta jarabes fortificantes, le aconseja la práctica prudente de la gimnasia sueca, y le urge a afeitarse el bigote y la barba, con los que estropea su "aire angelical". La salud, la estética, la protección (abundan, y a veces cansan, las trama conspiratorias para hacerle ganar al joven concursos literarios o puestos de trabajo) y por supuesto el magisterio, pues no sería el Doctor Villalonga un buen mentor si faltaran en sus cartas (que forman la mayoría del libro; muchas de Porcel se perdieron) la guía de lecturas y el aleccionamiento literario, casi siempre sagaz; el programa, en suma, no sólo para crecer más sano sino para llegar a ser mejor artista.
El personaje protagonista del libro es el de Villalonga, sarcástico, escéptico, castamente atraído por su joven y apuesto amigo a la vez que hiriente y desdeñoso en ciertas alusiones a homosexuales a los que trata, en la ciudad y en la consulta; un antimoderno nada parroquial, exquisito en sus gustos librescos y buen aficionado al cine, que comenta con regularidad. Sería injusto, sin embargo, pasar por alto la potencia dramática de algunas de las cartas de Porcel en la primera época de relación, antes de que un asunto de vanidoso recelo ante ciertas críticas literarias que le hizo Villalonga les distanciara de modo irremediable. En 1958, por ejemplo, Odín se dirige a su "Querido Don Lorenzo" y le reconoce cómo su influjo, sus palabras, su ejemplo, afectaron al joven que "vivía atado a un mundo de oscuridades, miedos, perezas, tonterías", haciendo "de las oscuridades evidencias, de los miedos firmeza, de las perezas trabajo, de las tonterías estudio". Y dos años más tarde, de nuevo Porcel resume con elocuente emoción en otra carta la esencia de esa transmisión de saberes y de valores que fue el fundamento afectivo de la academia griega: "todo lo que ha recorrido Vd. -real y valedero para Vd- es ahora mío, y lo he hecho mío de acuerdo con lo que yo soy". De ese modo, el maestro perdura en el alumno sin desnaturalizarle: "Aparte de mi intrínseco ser, soy también sus enseñanzas".