Vicente Verdú
La alabanza de la virtud de escuchar se corresponde con el homenaje de la mirada atenta. El maestro encarna al profesional que mejor calibra el grado de atención y vive necesariamente de esa oferta.
La mirada atenta trasmite respeto y entrega puesto que de tal préstamo el profesor obtiene confianza. Gracias a su crédito el saber que procura comunicarse encuentra las puertas abiertas y a su depositario trasluciendo el bienestar que ese suministro le proporciona interiormente.
De la mirada atenta nace la imantación primordial entre emisor y receptor que, como en los funcionamientos articulados, crea una fuerza de doble sentido. El docente va deshilando su sabiduría sobre la apertura que tiende discente y éste ovilla el contenido al compás el discurso que va recibiendo. Entre los dos componen una manufactura que no sólo multiplica el número de los productos disponibles sino que simultáneamente los transforma puesto que en cada discípulo la enseñanza adquiere diferentes caracteres y hasta consecuencias imposibles de prevenir. La vitalidad del conocimiento es similar a la de cualquier ser vivo. Nace, se expone, se conmueve, se incorpora a la concurrencia de los demás y traza su destino.
Todas las clases son clases de biología porque su materia prima es un organismo. Cuando este organismo no actúa bien por consumición del locutor o por la ausencia de la mirada propicia, la clase es un cementerio. Toda mirada atenta atesta el aula de placer. El tedio es su tumba.