
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
No debe discutirse, ni incriminar ni siquiera argumentar en provecho propio cuando se está cansado, deprimido, decepcionado aún ligeramente achispado. La situación del cuerpo se corresponde mucho con el diagnóstico de la realidad y toda referencia a esta estampa enrarecida que vemos perjudicarnos o desdeñarnos, provoca juicios muy aberrados sobre la otra parte o sobre el mundo entero.
Todos los juicios humanos, ciertamente, se hallan inmersos en cierto grado de aberración. Basta con que los enuncie soberanamente el yo para que la objetividad gire hacia la arbitraria toxicidad del ego, pero un grado de parcialidad, algún sesgo subjetivo, puede aceptarse o darse por descontado. Lo malo viene a ser cuando las partes no se encuentran en el mismo estado de normalidad relativa y el peso de un factor determina en exceso el amor propio, la agresividad, el egoísmo y el estrago. En tales circunstancias desiguales lo mejor es no decir nada. No decir es medicina. El reposo de la palabra, la admisión de su más que probable error nos hace tan dignos como inteligentes y nada hay mejor para el entendimiento del otro que la inteligencia y el respeto. Sin ellos siquiera es posible la más elemental empatía ni, en consecuencia, el acuerdo de los juicios. Es decir, hasta donde se pueda, la justicia.