Vicente Verdú
Algunos tuvimos siempre como divisa la inseguridad. Pero se debe ganar seguridad a la fuerza como la única forma de mantenerse más tarde en pie. La inseguridad en la juventud se hace bailable pero, siendo mayor, es una fuente de depresiones, miserias y despeñamientos. La seguridad, ahora, no procederá de la confianza en los valores de uno mismo sino de la constatación del inseguro sentido del valor. Los lectores -cuando se han tenido- enseñaron la polivalencia de sus juicios, y los críticos tres cuartos de lo mismo. Ahora debe de ser uno quien decida sobre el grado de acierto de sus realizaciones, lo que no es igual a cerrar los ojos y los oídos a los pronunciamientos de los demás. Poco a poco con el tiempo uno va guisándose su propio estofado y eso es el estilo, la identidad como escritor, la marca de la escritura. Habiéndose formado esa huella con fuerza suficiente uno se siente más seguro. Puede expresarse a partir de ese lenguaje, describir mediante esa gama de colores, cantar o llorar dentro de unos registros afinados de acuerdo a la propia personalidad, adjetivar de acuerdo a una inspiración que se ha instalado como una caja sonora, cromática, surtida en nuestro interior de determinados materiales. Todo esto son instrumentos singulares que rechazan la comparación y son, a su vez, en cuanto herramientas activas, coproductores del mundo particular desde el que el autor se expresa y donde el autor habita con más conocimientos y seguridad que cualquier otro ser mortal. De ahí la gran verdad de tú no eres mejor que nadie y nadie es mejor que tú. Y viceversa.