Félix de Azúa
Hasta hace pocos años los labriegos, terminada la jornada, regresaban al hogar y pasaban horas ensimismados ante el fuego viendo saltar las chispas de algún recuerdo. Era su televisión. Hasta bien entrado el siglo XX la población campesina era mucho más numerosa que la urbana, así que para la mayoría de los humanos no había otra diversión. Se le podía añadir el rosario y entonces la televisión conectaba directamente con Dios jugando solitarios. En aquellos hogares el tiempo era eterno y carecía de historia.
Nosotros, sin embargo, hemos nacido con un horizonte que nos cruza los ojos y al que llamamos “historia”, modo disimulado de admitir que ya ningún tiempo es eterno y somos personajes de una tragedia o comedia cuyas sucesivas escenas son tan efímeras como nosotros mismos. Paradójicamente, la historia nos ha permitido perder la memoria.
En la monumental pero de todo punto imprescindible Postguerra de Tony Judt (Taurus, 2006), se expone la historia de Europa a partir de 1945. Mientras uno lo va leyendo, ve convertirse en cuadros históricos sus recuerdos, las experiencias íntimas, incluso los olvidos: la sintonía de la BBC en tiempos de Franco, el inverosímil tañido de la guitarra eléctrica, el vuelo de las faldas acampanadas, la desaparición de los caballos por las calles de la ciudad, el aroma de las motocicletas. Los adultos nacidos después de 1950 ven su retrato colgado del museo y deben renunciar a muchas fantasías. No éramos como suponíamos, sino como la historia nos ha congelado para siempre. Los nacidos después de 1960 hallan aquí la explicación de su herencia: cómo se hizo obscenamente rico el tío Manuel y por qué nadie habla de tía Celia, aquella belleza frágil y perfumada.
Leyendo este libro admirable, el pasado se convierte en destino. Lo que creímos una vida libre y caótica se muestra como algo fatal y ordenado. Nuestras exaltadas decisiones eran mera obediencia. Las pasiones, hilos de marioneta. Creíamos vivir una vida irrepetible, pero lo cierto es que ya estaba escrita en las chispas del hogar, en los solitarios de Dios.
Artículo publicado en: El Periódico, 23 de junio de 2007.