Vicente Verdú
Tras el boom de las compañías punto.com de hace seis años ha estallado el éxito de las empresas que gestionan los puntos de encuentro entre usuarios. Al éxito de la tecnología aplicada a los negocios sucede la multiplicación de los negocios que tienen su base primordial en las personas.
En mi último libro Yo y tú, objetos de lujo, califiqué este fenómeno como la primera revolución del siglo XXI. El máximo interés de la gente es la otra gente pero ahora, además, se hace posible desarrollarlo y gozarlo sin miedo a ser castigado mortalmente por ello. Estar o no conectado en cualquier ámbito y mediante links en los que abundan las personas decide vivir o no en la actualidad de nuestro tiempo.
El conocimiento científico, las informaciones de consumo, las opiniones políticas se cruzan en una trama sobre el espacio abierto que ha facilitado y estimulado la red. Este universo de contactos innumerables posee una importante condición inédita. Conectamos con más gentes sin tener que sufrir la penalidad de su aliento o su espesura. El contacto “personista” se define por una relación entre personas sin el atosigante tufo personal.
Hay conexión e implicación pero no grandes entrañamientos. De la misma manera que el saber actual es más superficial que profundo la relación con las personas a través de la red conforma un modelo extensivo y no intensivo. Tratamos con una multiplicidad de individuos para degustarlos no integralmente sino en determinados aspectos que nos complacen o nos interesan.
El mundo avanza de esta manera como en un inmenso frente de relaciones ligeras y dejando atrás las pertenencias y raíces más fuertes. Vivimos o navegamos en un océano global sin apenas detenernos en exploraciones abisales. En lugar de entrar en el otro (familiarmente, románticamente, sexualmente) hasta el fondo, sustituimos de la cavidad por el roce o el cutis.
Incomparablemente nuestra interrelación resulta más liviana y cambiante, menos personalista al modo católico de Mounier que personista. En Sillicon Valley se asiste a la eclosión de estos incontables sites interpersonales, preparados para toda suerte de contactos y encuentros con el asombro que provocó la famosa burbuja tecnológica. La fundamental diferencia consiste en que ésta venía a culminar una carrera continua en las invenciones materiales mientras la proliferación de las actuales webs sustituye la materia por la carne, la perfección del artefacto por la vicisitud del sujeto.