Vicente Verdú
Los jóvenes actuales aguantan peor la dependencia familiar y se emancipan en cuanto pueden, sin esperar como en el pretérito el cumplimiento de los solemnes ritos de paso. Pero también el aumento del individualismo, la independencia personal y el deseo más vivo de inventar su propia vida conducen a que una nueva generación, ahora entre los 12 y los 20 años, tienda a preferir más los trabajos autónomos que los empleos a sueldo.
La decisión de la autonomía gana en riesgo pero también en aventura, pierde en protección pero gana en creatividad.
Una sociedad estática paraliza el nacimiento de nuevas idea pero otra inestable, móvil, cambiante y flexible, las necesita para pervivir y progresar. En este ambiente van anidando y formándose cada vez en mayor proporción cohorte de futuros empresarios, inventores, creativos que desarrollarán trabajos inéditos, inventados por ellos mismos o brotando en los entresijos de una sociedad que se compartimenta y ramifica.
De este nuevo estadio inmediato emergerá a la vez una cosecha renovada de valores y de relaciones, de clases de familia, de amor y de pugna. Para darse una idea rotunda de esta transformación bastaría tener en cuenta, por ejemplo, la reacción furibunda y atemorizada que interpreta la jerarquía eclesiástica, sus gigantescas manifestaciones en Madrid contra el laicismo, su escándalo ante las novedades, su bruta resistencia a las innovaciones que por su calado y su calidad no controlan puesto que, en su proyección, no definen no sólo una moda o una adversa circunstancia, sino una poderosa transformación de la fe fundamental. De la fe en sí mismo, de la fe en el futuro, de la fe en la falta de fe dentro de una socialización de la peripecia y la veleidad.