Vicente Verdú
A menudo compruebo, como si fuera una ley, que tanto las buenas noticias como las muy malas, llegan cuando menos se las espera.
Movido por esta certeza he procurado olvidarme de que en ese día se fallaba un premio al que había concurrido porque siempre cuando no he podido evitar el anhelo concreto he perdido en su resolución
Parecería pues como si la atención al acontecimiento deseado (o al temido) lo espantara. Igualmente, son más de temer los periodos en que todo parece en buen orden porque, por lo general, algo vendrá insospechadamente a desbaratarlos.
Vivir sin expectativas es imposible pero hacer de lo deseable y de lo indeseable un cuadro que se activará o se desactivará gracias a nuestra íntima voluntad es darse de bruces con lo inexorable.
Lo inexorable se echa encima y nos bruñe o nos desuella. Lo inexorable, a la espalda de nuestra visión, se amaga como un animal que, al modo salvaje de los reportajes de la tele, se halla siempre al acecho para saltarnos al cuello en los momentos en los que no emitimos sonidos ni hacemos comentarios en una u otra dirección. La fatalidad es muda, arbitraria y ciega. Es ella la que sin presupuestos ni indicio alguno, siega las ataduras de la libertad, los lazos del amor, la alegría o la muerte. Fin pues de esta irresponsable disertación.