
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Entre las diferentes calificaciones de los seres humanos, una fundamental es aquella que distingue a las personas con propensión al sentimiento de culpa y los muy resistentes a ella.
Todos somos en una parte víctimas y en otra parte culpables pero la diferente proporción de la que nos componemos produce un surtido de conductas, sentimientos, actitudes y formas de relación. Quien posee mayor disposición para autoculpabilizarse viene a ser, por lo general, menos severo con el otro y más riguroso consigo mismo. Puede ser también, llegado a un punto, una fuente insufrible de labilidad si reitera demasiado sus golpes de pecho.
Sin embargo, es mucho peor aquél que en su pecho no encuentra razones para considerarse la causa de un daño infligido al otro, un comportamiento erróneo y, en general, cualquier acción o apreciación en la pudiera haber sido injusto, impertinente o incluso cruel.
La falta -o la insuficiencia- de autoculpabilidad provoca a menudo disputas interpersonales tan largas como proporcionadas a la imposibilidad de que el culpable alcance a reconocer su responsabilidad. Incluso un ápice de ella. Pocas torturas en la relación amorosa son tan significativas como las que se desencadenan por esta causa. Los argumentos y razones, cruzadas una y otra vez durante el enfado recíproco, no logran corroer el armazón con que se defiende el sujeto que repele la mera posibilidad de culpa como un veneno.
Estos tipos, estas mujeres, estos niños presentan una reticencia tan radicalmente opuesta a pedir perdón que acaban por ablandar la justa espera del otro. Más aún: se llega incluso al punto en que el herido necesite revolver en su interior, lleno de propensiones culpables, para extraer algún motivo, por atrabiliario que sea, y le haga así sentirse culpable otra vez. De ese modo, la reconciliación se logra no de una negociación entre elementos "victimales" y "verdugales", sino que la víctima elabora un artificial recurso (enfermizo) para trasmutar su sensación de apaleado a la de (virtual) apaleador. O, sencillamente, desde su papel de maltratado al de supuesto maltratador, atribuyendo además la totalidad del enredo al desatino (culpable) de su propia interpretación. El culpable sin tendencia a la autoculpabilidad rehace así una figura dominante y el otro, víctima embuchada de culpabilidad, reitera su plástica inclinación de pusilánime.
¿Solución? No hay solución. Las parejas gozan de momentos excelentes cuando el otro enamorado se atribuye la responsabilidad del conflicto pero, contrariamente, las parejas padecen los momentos más amargos cuando el culpable-culpable carente de órgano autoinculpante persiste en su terne (y falsa) inocencia de hierro, en su férrea y desesperada cerrazón.