Vicente Verdú
Los negros augurios sobre el porvenir económico han potenciado la explosión del negro en los vestidos, las joyas, los frascos de perfumes y los tintes de los materiales más diversos.
La ecuación que relacionaba los tiempos de la depresión con la falda larga y los de prosperidad con la minifalda, se complementan con el recurso al negro como color del no color, como el estar aquí pero sin ser visto a la manera de la máxima protección contra la tragedia.
El negro que se lleva y encubre, opera como un luto apropiado a la situación y como un cero de sí, una vacuna contra la muerte.
Su elegancia extrae precisamente de la muerte su prestancia pero, a la vez, de la nada su inacción. "No hay nada decisivo que hacer" resulta ser la consigna común en los pronósticos sobre la recesión.
Más dura, más suave, su carácter fatal lo preside todo. Tanta fatalidad, además, en el anuncio de la fatalidad que su realidad se cumple antes de que le llegara la hora. Las viviendas, se dice, bajarán un 15 o un 20% y desde ese momento el comprador se retrae y el descenso se precipita.
Así se desarrollan todas las depresiones económicas que teniendo su causa en la recesión llegan a lo más depresivo por el negro presagio de la depresión. El pesimismo induce a la inactividad y la inacción a la fatal dejación, al abandono de la esperanza y su color. En todo este ciclo, el negro concentra la redundancia del miedo, el color se empapa del triste color y la ocultación ante el mal encuentra su correlato en la profundidad de la gruta, el enterramiento o el negro absoluto de la celebración ciega. El negro actual de Balenciaga, de Nicolas Ghesquière, de Narciso Rodríguez o de Christian Lacroix. Buena parte de las películas que ahora se estrenan son cine negro o tienden a él, en la pintura o en la foto regresa el negro como insignia de actualidad. Incluso la máxima presencia de la China olímpica ¿qué es sino la terrible masa de su laca negra y el interminable laberinto de su grafismo negro total?