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La creatividad del caos

Por 20 de septiembre de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Vicente Verdú

Si en la segunda década del siglo XX se puso de moda el collage, la tendencia paralela actualmente s es el mashup. El collage representaba una revuelta en la pintura. Una actitud antirrespetuosa a propósito del lienzo ordenado narrativamente pero también, en tiempos de vanguardias, una variante de lo que valía la pena destruir y recolectar.
El mashup ("destruir", "mezclar", "triturar") es el collage trasladado a los nuevos productos audiovisuales (al cine, el vídeo, el trailer o el videoclip) y su gracia consiste en crear un resultado extravagante. No importa si puede hallarse hilado o no, homogéneo o heterogéneo, sino culmina en algo poderosamente configurado en su impensable terminación.
El precedente del mashup es el remix que hizo furor -y sigue estando vivo- en los años 90. El DJ no se afanaba tan sólo en escoger y programar la música sino de girar, además, cuando su inspiración lo dictaba, el plato al revés y arañar con la aguja (scratch) una u otra melodía.
Estos nuevos mezcladores no se limitaban además a pegar fragmentos de distinta raza o temas de diferente ritmo sino que, por añadidura, empleaban el tocadiscos como un instrumento de percusión en sí , capaz de alterar sustancialmente los efectos finales, desafinados pero no necesariamente "feos".

Este sonido podría asociarse entonces a la moda grunge o destroyer. El desaliño, la mácula, el roto, la decoloración o el desgarro presentaban una estética particular y fuertemente ideologizada. Una estética, en parte del "no", de la rebelión y de la negligencia extrema. Una estética inspirada y legitimada, en fin, por los efectos "raros" contra un mundo turbio y enrarecido. Diseños raros para coches de Renault y el auge del estilo representado por la marca "Desigual" convergen en el mismo vórtice donde el almirez es la redoma donde humea la innovación del malhumor.
No hace apenas falta aludir a la conflictiva hibridación de culturas distintas o religiones distantes para reconocer en el mashup el alborotado espíritu del tiempo. Los futuristas emplearon el collage con el ánimo de que todo acabaría siendo empujado hacia el progreso gracias al formidablel soplido de la velocidad. Ahora, por el contrario, el mashup aplicado a la cinematografía, el video, la foto o la televisión conjuntamente, tiende a evocar la formación de una pila de elementos preexistentes destinados a la quema, igual a las hogueras de trastos viejos en la noche de San Juan.
San Juan y su temible Apocalipsis reaparece en los diarios y los telediarios, en las películas y en los videoclips, en casi todas las creaciones digitales que ahora permiten juntarlas, confundirlas e invertir, por ejemplo, su seriedad en comicidad.
De hecho, la intensidad del mashup goza de reunir lo irónico a lo monstruoso o de convertir el fragmento inútil en cabal eslabón. Como en la comida rápida que no pone atención en un orden litúrgico cualquiera, l, el mashup alcanza su éxito en el desorden de la descomposición para la composición final. No es la muerte todavía. Acaso signifique el espectáculo de un naufragio donde los pecios son los pedazos dispares que flotan a su antojo.
En Internet, en los falsos trailers, en la misma pintura actual, el desorden aparente es igual a un punto de vista estroboscópico y un gusto que se complace en un sabor inédito como efecto de juntar la sal y el acíbar, el entierro y la risa, la catedral y el circo, la muerte y la banalidad.
¿Mala época para la estética? Claro que no. Nada hay más consustancial a la belleza que su capacidad para turbar. Nada más coherente con la investigación científica del esotérico ADN que la prueba de la experimentación.
Buenos mezcladores son hoy buenos artistas puesto que el arte, desde hace tiempo, ha dejado de ser un oficio definido y, como en otros asuntos, ha cambiado su faz estática por los vuelos de la combinación. Los mejores diseñadores lo saben y año tras año, desde hace menos de un decenio, vuelven a demostrarlo -como "Custo Barcelona"- en la pasarela de París o de Nueva York.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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