Vicente Verdú
Elegir bien la casa donde se va a vivir acaba siendo tan importante como acertar con la pareja. Ni una u otra elección tienen que ser definitivas y menos actualmente pero, en tanto existen, cumplen un papel muy determinante en la felicidad o la desdicha. Hay pisos por los que pasaron varios grupos de inquilinos y a todos les fue bien. Los pisos que confieren felicidad saltan a la vista. Son, por el contrario, más difíciles de identificar los aciagos y es por ello que la inspección, en general, deba ser lúcida y escrupulosa. No basta con lo amplias que son las habitaciones o la buena luz que les llegue, un elemento que combina la luz, las proporciones, las puertas y los suelos, el olor y el color, debe condicionar el sí o el no del procedimiento electivo.
Vale tener muy en cuenta la experiencia de las gentes que pasaron por allí y los relatos que se refieren al misterioso comportamiento del habitat. La casa y esto lo saben tanto los arquitectos como los psicólogos, tanto los filósofos como los vecinos, actúa poderosamente sobre el bienestar y crea incluso mala gente si la malicia oculta e incluida en las paredes no se percibe y se rehuye a tiempo.