Vicente Verdú
Uno de los atributos centrales de la amistad es la correspondencia. Siendo como todo es en este mundo un intercambio, la amistad actúa como un fuerte sello de garantía. Garantía de que. En el canje de afectos, seremos tratados con atención y paralela correspondencia. Incluso, podría ser que la amistad, galopando de vez en cuando, llegara a otorgarnos de un lado un favor muy superior al que hemos ofrecido nosotros porque la amistad, en lo que tiene de sustancia amorosa, carece de volumetría precisa aunque indudablemente posee unos lindes más netos que la pasión amorosa. El amor empasta mientras que la amistad, relativamente, aclara. Nos aclara el yo pero permite a la vez que ejerzamos de clarividentes, en críticas coyunturas.
Duele por tanto mucho la no correspondencia del amigo porque esto mina gravemente la vinculación. Pero, además, ¿a qué atribuir su negligencia? ¿Su personalidad es así y ya lo sabíamos al confiarle nuestro afecto? ¿O soy yo quien frente a él, desdichadamente no ha logrado la suficiente importancia en su vida?
Tanto en el desequilibrio amoroso como en el desnivel amistoso empieza el barranco del dolor. El desnivel tiende a hacernos víctimas. Sin embargo ¿cómo no celebrar los excesos, los saltos y el desequilibrio, la falta de medición cuando nos exaltan? Los aceptamos como fiestas del alma humana si nos engalanan pero los sufrimos como perros, sin remedio, cuando parece que el otro -aun provisionalmente- nos ha olvidado.