
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Dice un informe de la revista Muy interesante que los fracasos se afrontan y superan mejor si el fracasado logra la lucidez suficiente para atribuir el revés a determinadas circunstancias y no se envisca en su responsabilidad absoluta, en sus errores, sus culpas o sus deficiencias. Se trataría en suma de sortear o reducir la importancia del yo y trazar un mapa en el que todos los componentes que ha llevado a la derrota son meras "circunstancias". Las circunstancias bien encajadas llevarían al éxito y las desencajadas al fracaso.
Las causas, por tanto, corresponderían de una parte a la conjunción y hacer de las circunstancias reunidas en la fatídica estructura de un trance aciago. Con esto se eludiría el máximo dolor que supone creerse uno mismo el sujeto fracasado central y se lograría, además, no vislumbrar el futuro oscureciéndose con otros episodios semejantes como efecto de que el actor será el mismo.
Fracasar, todos fracasamos. Lo infernal de verdad es considerarse un perdedor sustantivo. Un fracaso no hace un destino pero puede estropear, sin quererlo, ocasiones doradas que ya va oxidando la falta de fe en sí mismo y la voluptuosa tendencia a sentirse un desgraciado.