
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
En ocasiones uno se siente triste, mohíno o de malhumor sin saber bien de dónde ese malestar procede. No parece cosa del cuerpo que se presenta silencioso en dolor ni se avista tampoco una adversidad presente o futura cuyas circunstanciase tiñan el misterioso y desdichado estado del ánimo.
Se trataría más bien de efectos provenientes del cuerpo a la manera de una sustancia fisiológica que surge y se expande respondiendo, acaso, a maniobras internas y exclusivas del organismo que, como artefacto, posee su vida propia y, en este caso, su peripecia se trasparenta involuntariamente en una marejada de malhumor.
De esto, que viene y va, aprendemos desde luego que el espíritu inteligente, por muy dueño de sí que se crea, viene ligado a un complejo enredo subyacente que, a su modo, en casos como éste, emite carbonillas, hace ruido, se contorsiona o bufa tan sólo para sí. No para transmitir señales de importancia hacia la mente que todo lo gobierna e interpreta, sino signos sin destino, sabores y sensaciones que no buscan la utilización del receptor sino que pretenden fisiológicamente deshacerse de su peso. ¿Mal humor improcedente? Mal humor sin la causalidad del mal sino tan sólo como una humareda del alma autónoma que, de la pena al gozo y del gozo a la pena, retiene en sus entresijos residuos tristes (otras veces felices), que elimina de vez en cuando, a su antojo, incontrolablemente, de acuerdo con sus independientes necesidades de funcionamiento, saneamiento y rehabilitación.