Vicente Verdú
Acusada de antifeminista por su deriva biologista, Helen Fisher ha tenido que responder una vez y otra que el erotismo del poder es muy cierto si se habla de mujeres. “Existe un estudio realizado en treinta y tres culturas diferentes –dice en Anatomía del amor– que demuestra la atracción que despierta en las mujeres el alto estatus, cargo o fortuna material del varón desde hace al menos cuatro millones de años. “Cuando descendimos de los árboles y empezamos a andar sobre los dos pies -comenta la antropóloga- las mujeres acarreaban a sus niños en los brazos en lugar de cargarlos sobre la espalda. Entonces empezaron a necesitar un hombre fijo que las ayudara en la alimentación y cuidado de los hijos y fue un proceso adaptativo para ellas avenirse con un hombre que les ofreciera protección. Este fue el principio real de la revolución sexual. Antes las hembras eran promiscuas y los hombres hacían fila para copular con ellas. Que los jóvenes conduzcan coches atractivos y los adultos trabajen muchas horas para ganar dinero es debido a la atracción sexual que el poder despierta en las mujeres.” El poder resultaría así sexy por pura adaptación biológica. ¿Una provocación? ¿Una evidencia? ¿Una extravagancia más?