Félix de Azúa
Cuando Lord Byron estaba escribiendo su célebre poema Don Juan, el más hermoso canto jamás dedicado a la figura del diabólico libertino, había cumplido ya los 30 años. Era, para su época, un hombre en el umbral de la vejez. Además, su aspecto era lamentable: había engordado, se estaba quedando calvo, la cojera era más conspicua que nunca y él mismo se consideraba físicamente acabado. No obstante, en Venecia perseguía cualquier cosa que tuviera el aspecto aproximado de una hembra y tras poseerla se dedicaba a divulgar por toda la ciudad los caracteres internos de su conquista.
Entonces conoció a Teresa Guiccioli, condesita provinciana de 19 años destacadamente tonta, según todos los biógrafos, de una vanidad y una testarudez colosales, pero graciosa de cara. A los ojos de Byron tenía un atractivo peculiar: estaba casada con el conde Guiccioli, tipo riquísimo, sin escrúpulos, de izquierdas (o sea, enemigo del Papa), posible asesino y con un robusto físico de 60 años. La joya del viejo conde era una presa irresistible. Sería la última.
La historia de Lord Byron y Teresa no tiene nada de romántico, aunque los personajes se empeñaran en creerlo. El marido se dejó poner los cuernos porque el dinero y los contactos de Byron le gustaban más que su esposa. A la niña le chiflaba que la vieran con el célebre lord a sus pies. Los burgueses de Ravena y de Venecia se morían de risa. De modo que fue el pobre Byron quien hubo de poner sensatez en aquella cabeza de chorlito, el que limitara la codicia del marido, el que mantuviera una actitud convencional y prudente para evitar la difamación, y quien, tras producirse la separación, propusiera el matrimonio. En aquella historia, todos menos el poeta actuaron como diabólicos personajes byronianos.
Quizá asqueado por el papelón, Byron no tuvo más remedio que convertirse en un héroe. Salió huyendo de la condesa hacia el Egeo para ayudar en su lucha por la independencia a los nacionalistas griegos (que le robaron ipso facto), y al poco murió decentemente en Missolonghi. De enfermedad.
Artículo publicado en: El Periódico, 25 de agosto de 2007.