Xavier Velasco
—¿Qué dices que hice yo, Queridito? ¡Besarte! —siempre he tenido miedo a enloquecer, y eso seguro que ella lo sabe. A menudo me viene la duda de qué haría si un día despertara y ya no distinguiera instinto de paranoia, realidad de invención, Minerva de Afrodita. ¿Seguiría escribiendo con la única intención de convencer a los demás de que estoy bien y me doy cuenta de todo? ¿Como sé que algo así no ha sucedido ya?
—¿No te das cuenta, Afro, que tú eres uno de los últimos seres sobre la Tierra capaces de dar fe de mi salud mental? ¿Qué hablaría peor de mí, que me juzgaras totalmente loco o que rindieras culto a mi persona? Si te acomoda más jurar que no pasó lo que pasó, no seré yo quien falte a las leyes de la caballería para reivindicar una salud mental que a tu lado me hace tan poca falta…
—¿Qué quieres que te diga, Dolorcito de Muelas? ¿Que con esas sentidas palabras me vas a hacer llorar? Ya me hiciste chillar, pero de la vergüenza. ¿Quién te crees que eres tú para trapear el piso de este blog con mi reputación profesional? Alberto nunca me habría hecho una cosa de esas. Él sí era un caballero, para que veas.
—¿Alberto? ¿Cuál Alberto?
—No sé si alguna vez leíste nuestro difunto contrato, cuya cláusula 247 establece, en la segunda parte del inciso 6, que me toca atender a los nacidos en noviembre 7, justo en medio del signo de Escorpión. Debería estar con Joni, pero es mujer y no me necesita. Desde el día del accidente de Alberto he andado rebotando de un autor a otro, y ahora mira hasta dónde vine a caer.
—¿”Hasta dónde” soy yo? ¿Quién es Alberto? —sé de quién habla y no le creo nada, por eso necesito que lo diga, para que quede claro que es una embustera.
—¿Olvidas, Tumor Mío, que te puedo leer el pensamiento como un anuncio a media carretera? ¿Piensas que soy como uno de esos pelmazos que encuentran su lugar en esta vida disparando nombres de pila presuntamente célebres? A Alberto lo has leído con la misma fruición que ingenuamente achacas a mis besos, sólo que para ti no es “Alberto”, sino ya sabes quién.
—Mira, Afrodita, es mucho más sencillo que me crean que tú me diste un beso a que te crean que un día gobernaste las obsesiones de Albert Camus. ¿Le corregiste El extranjero, por casualidad?
—Estábamos peleados, en esa época. Le ayudé más con El hombre rebelde.
—¿Qué es una musa rebelde? Una musa que dice “Yo no fui”…
—Por menos que eso, uno como Jean-Paul te habría excomulgado, Leprita. Además, tus ironías fáciles distan de cotizar en mi mercado accionario.
—Ahora dime que fuiste a hacerle la vida imposible a Juan Pablo por puro amor a Alberto.
—No seas name-dropper, Baby, para ti no se llaman de ese modo. Y para hacerle la vida imposible ya tenía a su mujer, que todas las mañanas le espantaba las musas a escobazos. Ya sabes, las sacerdotisas son peores que las brujas. Por lo menos las brujas se asumen malvadas.
—¿Y todo esto lo dices sólo para desviar la discusión en torno a tu dudosa honestidad y mi salud mental en tela de juicio?
—Todo esto lo digo para poner en claro la distancia astronómica entre nuestros conceptos de caballerosidad. El mío se desprende de tu existencialista favorito, el tuyo por lo visto lo aprendiste con la pandilla de Jean Genet.
—Ya que me faltan sus grandes virtudes, ¿tenía cuando menos monsieur Camus algún defecto que no tenga yo?
—Uno: era futbolero. Las musas detestamos esa afición tan pinche y tan corriente. Perdona que me enoje, pero no la soporto. Ahora que si me pones a escoger prefiero soportar a once futboleros que a un solo calumniador.
Si ganarle una discusión a un amigo equivale a ganarse un enemigo, derrotar verbalmente a la musa es como enemistarse con uno mismo, y arriesgarse aún más a acabar como Pedro Camacho, el escribidor de Mario Vargas Llosa cuyas radionovelas pierden junto a él la congruencia y al final lo acompañan hasta el reino de los electrochoques. Que es justo el sitio al que, como ya he dicho, tanto temo ir a dar. Caballerosidades aparte, la única locura inaceptable consiste en descreer de las propias ficciones, que sería como entregarse a criar purasangres y apostar en su contra en la carrera. De muy poco me sirve contradecirla, me siento como Sísifo recién llegado a un club de boy scouts. Lástima que los besos de las musas no dejen huella clara sobre la cancha. Pero ello no me impide cada mañana verme llegar al espejo y reconocer ahí al calumniador que la besó. Que me agarren los justos de Camus si miento.
Vídeos de pie de página.