Vicente Verdú
La actual manera de vestir de los españoles constituye uno de los aspectos más desdichados de la llamada Transición.
Simplemente, no ha existido transición o evolución alguna sino atasco general. De un paisajanaje español caracterizado por la severidad y el luto se ha pasado a un paisaje urbano o playero donde nada contribuye a la caracterización. La mengua de ideas en otros campos de la cultura o el pensamiento no es casi nada comparado con el crecido deslucimiento de la vestimenta. O más que eso: el enviscamiento del ropaje en un cúmulo de tonos parduscos, vergonzosos del color, donde se suman las gentes de todas las edades y procedencias.
Ni el cielo nublado del norte ha favorecido el lance de cromatismos audaces ni el resplandor del sur ha producido gamas que demostraran alguna nueva y determinada armonía. La democracia española se ha correspondido con una pila de elecciones vestuarias que, como sucede en la paleta del principiante, desembocan en el color "panza de burro". Tras esta bandera adusta, acumulación de atonías y errores de bulto, desfila la faz de la patria.
El estilo, aún el peor estilo, se borra o se deslíe bajo esta pésima elección del pueblo al que no ha mejorado ni la llamada "Moda España" ni algunas firmas nacionales con extensión internacional. Pero, en verdad, ¿qué son esas marcas españolas en cuanto a la innovación y la posmodernidad? Poca o ninguna cosa. Zara, erigida en una de las firmas más renombradas y una de las primeras en facturación mundial, ha divulgado por el mundo -y no casualmente con origen español- la moda de la moda invisible, el modelo que redunda enseguida en su novedad y de inmediato se apaga. O, podría decirse ahora, "se agosta", puesto que este mes de agosto redondea en su desafuero el colmo de la vaciedad, la cima de la máxima indistinción.
¿El estilo del vestir español? Entre los logros más espectaculares de la actual democracia española se halla el formidable reparto de la vulgaridad. ¿Detritus playeros? ¿Aires contaminados? ¿Telebasura? ¿Libros basura? Acaso lo peor de la difusión mediática se manifiesta en el deterioro de los elementos para la mediación, entre los cuales destaca el vestido.
Inmersos en la atmósfera diaria española y no importa en qué entorno, al aire libre o en interior, resulta difícil percibir críticamente el panorama, pero basta la menor voluntad de atención para comprobar cómo la visión se atora, el panorama se atosiga y de nuevo, como una extraña enfermedad de falsa posguerra, reina la tristeza de las formas o el abatimiento del color, el terrible adefesio de los trajes de fiesta, el tedio de las ropas en los caballeros y, definitivamente, el desánimo que trasmiten las ropas elegidas sin criterio o asomo de creatividad.