Vicente Verdú
Vuelvo a escribir en este blog para tratar (inocentemente) de salir de un atolladero. No a través del blog que como su nombre evoca te bloquea (¿bloquea?) de nuevo sino por el hecho de la escritura se llame como se llame siendo escritura. Aunque este es de nuevo el problema. Porque escribir sería acaso un alivio si -como sucede con las medicinas inextricables- no se supiera que se está escribiendo pero al hacerlo con expreso cocimiento -y no hay casi nada que requiera mayor consciencia que la palabra exacta- mi embrollo se enrolla más y se aprieta. De manera que no sé el método para actuar con provecho. Conmigo a solas acabo harto, con la escritura termino ridiculizado. Y lo que es peor: falsificado. Pero ¿Podría ser entonces la falsedad una opción de fuga? Podría ser. Porque ¿qué otra cosa no es la ilusión sino una composición falsa para eludir lo real siendo lo eral aquello que ciega la posibilidad de mentir o fugarse. ¿La mentira? La mentira. Pero ¿cómo mentirnos si conocemos de antemano que vamos a hacerlo o estamos muñendo ya sus piezas? ¿Morir entonces? ¿Fingir morir al eliminar el pensamiento, los sentidos, los recuerdos? Quedarse con el esqueleto mondo e incapacitado para meditar a través de circuitos blandos estos que hacen posible el dolor de lo que duele en cualquier punto sin saber qué es, y que pertenece, por derecho (por desecho), al reino de la carne. Al reino de la carne o de los lastimosos vivos puesto que los muertos, de hecho, se despojan de la encarnadura para vivir mejor, más ligeros, desprendidos del cerebro y del estómago, del complejo y enrevesado circuito de la sangre que silenciosamente va depositando aquí y allá diferentes coágulos del padecimiento. Sangrar por la herida, sangrar hasta la última gota de agua. Gota malaya que martiriza y nos envilece. Gota salvaje que nos iguala a la salvaje naturaleza de los seres que, en el sufrimiento, descubren precisamente esta puntada, este adverso punto G.