Vicente Verdú
El vértice de la expresión se localiza intensamente en la mirada. La expresión del ojo preside la entera conformación del rostro y dirige la operación expresiva general.
El rostro se comporta como un carromato del que tiran los ojos con una u otra dirección. El rostro es un carromato y los ojos sus guías portantes. Los únicos elementos auténticamente vivos. Su alma flamea en torno a las pupilas donde se reúne el interior y el exterior, el impacto recibido de lo ajeno y la transformación de su recepción.
Leer la vista requiere una inteligencia descomunal porque el ojo se comporta como la inteligencia orgánica pura. Nada debe parecerle desaforado, se trate de la peripecia interior, el dolor, la lujuria o la traición.
El ojo refleja la promiscuidad del mundo y el tiempo. La detecta y la absorbe, la absorbe y la filtra en maneras de expresión. Sin cesar, el ojo produce una realidad de segundo o de tercer grado puesto que a cada estimulación directa aplica su altísima tecnología de traducción.
El ojo registra los inputs del mundo y redacta el mundo de nuevo para las visiones siguientes. O, lo que es lo mismo, asume lo previsto o imprevisto para reaccionar posteriormente mediante otra visión.
Del ojo puede esperarse cualquier constelación expresiva. Ha sido concebido para verlo todo y, simultáneamente, para ser visto por todos. Ha sido ideado para llevar a la profunda oscuridad la luz extrema y, recíprocamente, para revelar la última oscuridad interior.