
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
La extrañeza que produce ver a un partido espiando a gentes de su propio partido no tiene tanto que ver con el partido mismo como con el espionaje en sí. Toda política hoy es política mediática y el escándalo es una de sus expresiones culminantes ante el público, tal como muestran a su vez los programas del corazón cuyo paradigma no es distinto.
Gracias a los espionajes aquí y allá los espías tratan de conseguir materias primas de escándalo que venden aquí o allá. Que venden entre los miembros del mismo partido para descabalgar a sus competidores internos o a los de otro partido para arruinar la figura señera del rival.
Personalizada la política, los escándalos referidos a determinadas personas clave son la munición correspondiente. Contra las ideologías enemigas cabía la manipulación de las llamadas industrias de la cultura. Ante la atracción de un líder, el antídoto es el escándalo, su desprestigio personal que ya constituye, prácticamente, el único prestigio político que queda tras el descrédito general de las instituciones, los mismos partidos políticos en primer lugar.